A Mamen, con amor y gratitud.
Estoy en el borde de la playa. El sol se disimula tras unas débiles nubes grises como gasa vieja que emergen todas las tardes sobre las montañas que tengo a mis espaldas. Calor, verano; niños chapoteando en la orilla, brillantes y mojados, recién salidos de un cuadro de Sorolla. Apago la música dudando en seguir escuchando el piano de Kathia Buniatishvili, ¡cómo me gusta esta mujer pianista, esta pianista mujer…no sé cuál sería el orden! o escuchar el ruido de las olas, otra música que me fascina. Leo distraído una nueva novela que me enseña y entretiene. He pasado la mañana navegando en un velero, ocupado de mantener el rumbo, hacer las maniobras, virar, trasluchar…esas técnicas que voy aprendiendo con torpeza, con las enseñanzas del profesor (Yago, 20 años), disfrutando de la inmensidad del mar, del vaivén de las olas, del agua azul y transparente salpicando en los choques contra la proa, de las medusas y los pájaros marinos.
Sigue leyendo