CLARO DE LUNA DE ENERO

Paso la transición entre un año y otro a orillas del mar. Por esta desgracia de la alteración climática los días son soleados, cálidos, sin viento, con cielo  y mar intensamente azules. Algo de culpabilidad, aunque sea infinitesimal, tendré (pienso); pero, por otra parte, no soy una fábrica con chimeneas arrojando un vómito tóxico, ni genero más dióxido de carbono que el que escupe mi automóvil en su poco uso; mi intestino, más corto que el de una vaca aunque más largo que el de un conejo, funciona como el de la mayoría de los seres humanos; reciclo lo que puedo, soy consciente de lo que debo consumir; en definitiva, creo que tengo un comportamiento razonable en mi existencia planetaria.    Hago un paréntesis en la autocrítica porque es Navidad y tengo un espíritu compasivo en el que intento cobijarme.

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OTRA NUEVA NAVIDAD

Cumplir años y seguir viviendo lleva a pensar que el potencial número de Navidades que van quedando en la recámara es cada vez más pequeño. Implica que la lista de personas más o menos cercanas que todavía nos acompañan es cada vez más corta. Y sobre todo para los melancólicos, como es mi caso, sentir que una cierta niebla de ligera tristeza emborrona todo. Para más complicación, las personas a las que la Navidad nunca nos ha gustado, sólo queremos que pase pronto, que no ocurra nada irreparable y que enseguida la luz del día vaya ganando tiempo a las tinieblas oscuras; que el invierno vaya dando sus últimas boqueadas agónicas y la primavera llegue esplendorosa a llenar de ánimo a estos miserables seres a los que pocos nos comprenden.

         En este tiempo de silencio Maqroll ha bajado de la gavia y ha estado ocupado en corregir y editar dos nuevos libros. Este trabajo ha concluido y en estos momentos y ya, liberado de esos trabajos, está poniendo a punto su pequeño barco. Hay que limpiar camarotes, ventilar las bodegas, revisar los instrumentos, reponer maromas y cadenas, pintar las superficies con colores alegres.

Ahí enfrente está el mar infinito. Pronto, muy pronto, habrá que zarpar hacia el horizonte, una nueva singladura espera y Maqroll, impaciente, se afana para dejar todo listo y ascender a la gavia.

         Allí, oteando el horizonte, es donde realmente es feliz. Con o sin Navidad.

La infancia y adolescencia de Andrés estuvo felizmente determinada por su abuelo Manuel, «Lolo», con el que disfrutó largas temporadas de convivencia en el pueblo aragonés de Val de San Dimas donde la familia poseía una finca de olivos. La deriva de sus vidas los separó pero siempre, para su nieto, Lolo fue una persona muy querida con una presencia constante en su existencia.

        

Andrés vive ahora en París donde es profesor universitario y cirujano en un prestigioso hospital. Allí recibe la noticia de la grave enfermedad de su abuelo que lo sitúa al borde de la muerte. Velando su agonía rememora sus recuerdos junto a la persona que fue decisiva en su vida, a la que tanto quiso y de la que sólo recibió amor.

         Poco tiempo después del fallecimiento de Manuel lee en un periódico el hallazgo de una fosa en Val de San Dimas en las que fueron enterradas un gran número de personas asesinadas en el comienzo de la guerra civil española. Por ciertos detalles señalados en el artículo tiene la sospecha de que su abuelo pudo participar en los fusilamientos.

Obsesionado con la duda, no va a descansar hasta conocer la verdad.

EL GRITO DE LOS OLIVOS

NOVELA.

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Nueve relatos de ficción en los que se cuentan historias de personajes vencidos. Vae Victis, según el diccionario de la Real Academia Española, es una expresión latina clásica que significa « ¡Ay de los vencidos!» y se utiliza para expresar la indefensión de los derrotados en alguna causa.

VAE VICTIS

El retorno de Rebeca y otros relatos

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FELIZ NAVIDAD Y BUEN Y SOLIDARIO AÑO 2023 PARA TODOS LOS LECTORES DE ESTE BLOG.

CHAD: Crónica heterodoxa de un viaje al sur. (1ª parte)

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Regreso del hospital en la destartalada ambulancia de aspecto externo impecable y de interior terrible. Atravieso la calle principal, la carretera que va de Sarh hasta Am Timan, cerca de Sudán, llena de tenderetes, personas y animales. Ya es de noche, a las 6 de la tarde el sol cae en picado y una profunda oscuridad se adueña del paisaje. Los múltiples comercios, por llamarles de alguna manera,

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EL DIARIO DE MAQROLL: EL MIEDO

De vegades la pau no és més que por: por de tu, por de mi, por dels homes que no volem la nit. De vegades la pau no és més que por.

(Raimon, Sobre la pau)

Fue el año 1977. A los convocados aquél día en un viejo cuartel militar junto al Ebro se nos dio un saco de lona para que metiésemos nuestras escasas pertenencias y nos agruparon en una sala. Un oficial Sigue leyendo

EL DIARIO DE MAQROLL: UNA COMIDA DE EMPRESA

Silvia tiene una melena preciosa. Una cascada de pelo castaño ondulado, brillante y sedoso, que cae con libertad salvaje hasta sus hombros. Es muy atractiva, no puede decirse que sea una mujer muy guapa pero tiene una cara muy agraciada, unos rasgos rectos y coherentes, una frente amplia, un rostro ovalado con labios ni excesivamente gruesos ni muy finos. Una mirada alegre con ojos vivarachos y sonrientes. No es alta pero tampoco baja. Sus perfiles están llenos de curvas que delimitan unos pechos generosos, sin ser muy grandes, y unas caderas marcadas sin llegar a la exageración. Tiene los brazos carnosos, no muy delgados pero tampoco demasiados llenos. Y las manos están bien ajustadas al conjunto de su cuerpo.

Me he sentado hoy junto a ella en la comida que la empresa ha organizado. Pocas veces hemos cruzado una larga conversación más allá de lo convencional. Hoy tampoco pero el tiempo de estar juntos ha sido mayor que en otras ocasiones con lo que, sobre todo porque la persona que estaba a mi derecha era totalmente desconocida y parloteaba con otro de la mesa, hemos cruzado frases y frases y he tenido la oportunidad de contemplarla detenidamente.

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He visto sus piernas enfundadas en medias oscuras, unos muslos gruesos, abundantes pero no en demasía, y en la lucha por retener una falda muy corta que en los giros obligados para atender los parlamentos de los consejeros tendía a ascender por encima de lo razonable, una braguita blanca que se iluminaba como un faro en una noche oscura.

Tiene un aire sensual. Su cuerpo es mórbido y ofrece una sensación de tierna y cálida caricia. Silvia es madre, fundamentalmente madre. Hace tres años que se casó con un argentino larguirucho, un picapleitos que conoció en un máster internacional y la embarulló, digo yo, con su labia porteña y que luego, tal y como estaban las cosas allá, achyyá, se quedó acá con la letrada ad eternum o por lo menos hasta ahora.

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Silvia está hecha, construida, para la reproducción. Es una sólida hembra de carnes aparentemente duras, curvas, pechos, nalgas, muslos, vientre y demás elementos necesarios para esa función fisiológica que en determinados seres recae como una obligación biológica y en los que se demuestra que hay diversos linajes en la sociedad humana, como en las de hormigas, directamente comprometidos con una función que llevan con eficacia y decisión hasta la muerte.

Experta en leyes administrativas, con un puesto laboral envidiado –es la directora del Departamento Jurídico- que ejerce con eso de guante de seda en puño de hierro, llegó con un embarazo rapidísimo tras su boda. Todos contábamos con los dedos y poco más o menos el peque surgió el día, la noche, de la boda ( días-noches antes o días-noches después) y al poco de su parto que imaginamos facilísimo y sin problemas –este tipo de mujeres dan a luz como si escupieran suavemente a los hijos- volvió a un nuevo embarazo.

Todos, los hombres, comenzamos a aborrecer al argentino. Porque era guapo, alto y simpático. Porque tenía ese acento que en demasía empalaga pero que en conversaciones breves tiene un encanto especial. Y porque, sobre todo, lo imaginábamos cabalgando constantemente sobre la hermosa Silvia, nuestra Silvia, sin dejarle reposo. Día y noche, mañana y tarde.

Fantaseábamos unos húmedos intercambios que, por otra parte, no veíamos con demasiada variación. Silvia era un campo fértil, una tierra oscura, blanda y húmeda. Un volumen dedicado a engendrar, un cuerpo destinado a la reproducción. Marco, el argentino, sólo tenía que meter su apéndice prolífico en aquella hendidura jugosa y soltar millones de bichos cabezudos, con flagelos de movimientos rapidísimos, como un látigo en manos del mejor negrero, como la defensa de Angel Cristo cuando se enjaulaba con sus leones, y esperar que alcanzaran el huevo que nuestra compañera soltaba de inmediato, a voluntad, con una sonrisa. Llegarían todos corriendo como atletas y rodearían esa esfera traslúcida, seguro que ella los ordenaba metódicamente – “ tú aquí, tú allá…”- hasta que, en una especie de grito no esperado al estilo del salto de la verja de la Virgen del Rocío de los almonteños, comenzaran a dar cabezazos contra la pared del globo gelatinoso. Sólo uno se alzaría con la victoria penetrando en el interior, en el sancta sanctorum, tras lo cual se cerraría el acceso a cal y canto y los millones de fracasados morirían poco a poco de agudísima depresión.

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Todos envidiábamos al argentino y en nuestro fuero interno le lanzábamos insultos crueles cuando lo cruzábamos por los pasillos, “Buenos días Marco (mamón, ché, esteeee….pendejo de mierda!)”.

Hoy, en la comida, he intentado estar muy atento con mi compañera. Al principio ofreciendo mi parte de pavo real hasta que me he dado cuenta de que mi trabajo, mis historias de viajes, de reportajes en terrenos exóticos, hostiles, difíciles, peligrosos, no le importaban en absoluto. Y he tenido que modificar la trayectoria y dejar que fuera ella la que tomase el mando de la conversación. En pocos minutos ha sacado, tras rebuscar un buen rato en el fondo insondable de su bolso grandote, su Ipod para enseñarme unas 250 fotografías de sus hijos que he tenido que elogiar hasta casi la vergüenza ajena. Ella, sin embargo, encantada de que un fotógrafo dijese eso de “qué niños más preciosos…qué fotografía más bonita…casi profesional…” y otras lindezas por el estilo mientras mis ojos involuntariamente se iban a sus muslos regordetes y al triángulo blanco que se imaginaba, más que se veía, allá en el fondo.

En plenos postres ha mirado el reloj con espanto “Dios, qué tarde…!” y recogiendo a toda prisa se ha levantado, me ha dado un beso rápido en la mejilla “…lo siento Maqroll, me tengo que marchar, voy fatal de tiempo…” apenas un ligerísimo contacto de piel con piel, y ha salido a la carrera a recoger en la guardería a sus niños. Marco está en Buenos Aires visitando a su familia.

Me he quedado mirando cómo se alejaba, olfateando como un perro la estela de su perfume y envidiando su felicidad, sus niños preciosos, su marido guapo, su éxito vital.

He llenado de nuevo mi copa de vino.

El Presidente era quien ahora hablaba pero yo no atendía, me importaba un huevo.

OJO5 (FOTOS: RUI FARIA)