En memoria de Patxi Bergara
Junto a más de 2500 personas asisto emocionado a la actuación de la Bamberger Symphoniker. Mi asiento, fila 2, me sitúa muy cerca del director, un joven checo llamado Jakub Hrusa. En la primera parte han interpretado la Obertura Leonora de Beethoven y el Concierto para violín en Re Mayor de Stravinski, este último
con la curiosa Patricia Kopatchinskaja, como solista en una intervención tan magistral como divertida, por su vestido, sus pies descalzos, sus gesticulaciones, sus expresiones faciales, su fresco jugueteo con el director, el resto de los músicos de la orquesta y el entusiasmado público.
Ahora, en la segunda parte, con el ánimo muy encendido, la orquesta interpretará la 9ª Sinfonía de Antonin Dvorak, la Sinfonía del, o desde el según algunos, Nuevo Mundo.

Veo al director bracear, mover el cuerpo, las manos, dirigir con energía y percibo la intensidad de la vibración sonora desde los instrumentos a pocos metros de mí. Los matices de la cuerda, la madera, el viento, la infinita belleza de la música. Distingo a intérpretes que en pasajes en los que no intervienen cierran los ojos y envueltos en la nube sonora levitan sobre sus asientos, oscilando brevemente sus cabezas al ritmo de la melodía.
Cierro también lo ojos. Siento que vuelo sobre la gloriosa tempestad de sonido, entre las olas de los violines, las voces del metal; me estremezco con los golpeteos de los timbales. Con los ojos cerrados, en medio de la oscuridad sonora, llega todo el sentimiento a mi espíritu.
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Ayer falleció una persona muy querida para mí, Patxi, un hombre bueno que dedicó su vida, paz y bien, a los demás. Me llega su recuerdo amplificado por la emoción que acompaña a la música. Elevo mi deseo, entre esta maravillosa sinfonía, de descanso para él en la paz y la luz infinita.

Dvorak escribió esta conocida sinfonía en 1893 durante su estancia en Nueva York. Está compuesta, dijo su autor y explican los expertos, con peculiaridades de música india y negra de Estados Unidos y melodías populares eslavas.
La orquesta viene de Baviera, su origen está en la Orquesta de Praga en el siglo XVIII. Posteriormente, y por azares de guerras y migraciones, músicos checos y alemanes convergieron en la Orquesta Filarmónica Alemana de Praga que al desaparecer fue sustituida por esta Bamberger Symphoniker.
Entre los compases pienso en Centroeuropa. Mientras estos músicos llenan la atmósfera de este magnífico auditorio de bellísimos sonidos, allá afuera sigue el terrible jinete del Apocalipsis sobre su caballo rojo encendiendo la muerte, la destrucción y la desolación en esa zona cercana que, como todos los horrores cotidianos y reiterados, de este ya hace más de un año, van dejando de ser noticia importante de primera plana con grandes titulares, para convertirse en información de segunda fila.
Los dirigentes políticos acaban de acordar entregar más armas, una mayor cantidad de máquinas para matar con mayor sofisticación, más destructivas y más caras.
«OTAN, de entrada no» decía en 1982 un Felipe González muy joven en el que depositamos nuestra ilusiones de jóvenes ingenuos y esperanzados. A pesar de firmar manifiestos y reclamar en la calle a favor de la paz y la no alineación en bloques armados, al final, en 1986 tras un controvertido referéndum, fue OTAN de entrada sí. La manera de construir la paz hablando, negociando, fue sustituida por el campo de batalla. Por las armas, la catástrofe, la muerte y la destrucción. Por la ley del más fuerte.
¿Dónde están las personas como Patxi? ¿Dónde escuchar su voz solidaria? ¿Dónde su oficio de constructores de paz?


Los europeos tendemos a pensar que nuestras democracias «maduras» son espacios idílicos en los que la convivencia armoniosa es la norma. Pero Europa sigue siendo ese gran escenario en el que, como escribe y demuestra Julián Casanova en su libro «Una violencia indómita. El siglo XX Europeo», la violencia ha campado a sus anchas y donde, en un lugar u otro, jamás ha existido algún periodo de paz.
Tras esta infinita desgracia que cada día afecta más a toda la humanidad con la incógnita de cómo finalizará, hay un trasfondo de oportunismos. Unos políticos, lograr la hegemonía de poder, y otros de hegemonía económica. Hay que fabricar armas, muchas, cada vez más. ¿Quién se lleva esa gran parte de ganancia? También, en un momento determinado habrá que reparar lo destrozado. Se cumplirá la máxima: «Yo destruyo y yo construyo» Será la otra parte del negocio de la guerra del que se beneficiarán los estratégicamente situados, los cercanos al poder, el poder mismo.
Mientras, el dolor constante de la muerte. Miles de personas, en su mayoría jóvenes, fallecidas o mutiladas; familias deshechas, migraciones, proyectos de vida destruidos; muerte física pero también de ilusiones y esperanzas. Colectivos sociales que detienen violentamente su desarrollo e involucionan hacia la pérdida de derechos, el exilio, el empobrecimiento, el encorsetamiento ideológico, hacia la aversión y odio hacia el otro.
Los grandes esfuerzos de los gobiernos se coordinan y acuerdan proseguir la guerra, suministrar más armas a los protagonistas directos que, a su vez, aportan sus vidas. No hay ningún esfuerzo para agotar los medios diplomáticos (sentaos y no os levantéis hasta llegar a un acuerdo) en lograr, como sea, un alto el fuego, dejar de matar, desmilitarizar la zona y negociar, negociar, negociar. Como en todos los conflictos un día llegará ese momento en el que la paz vendrá sobre un acuerdo. Hasta entonces miles de personas habrán fallecido o sufrirán mutilaciones, cárcel y exilio.
Jakub Hrusa está finalizando la dirección del último movimiento de la sinfonía, allegro con fuoco. Llega ahora esa triste sensación que acompaña a lo deseado y efímero: enseguida acabará este concierto que he sentido hoy como el recuerdo de un amigo, como una oración por la paz, por un nuevo mundo. Saldremos a la calle, noche ventosa y fría, en la que seguirá la realidad tozuda. Hoy, por lo menos, nos enfrentaremos a ella con el eco de la música resonando en la cabeza y el alma alimentada de belleza.
© CHUAN ORUS 2023