CHAD: Crónica heterodoxa de un viaje al sur. (1ª parte)

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Regreso del hospital en la destartalada ambulancia de aspecto externo impecable y de interior terrible. Atravieso la calle principal, la carretera que va de Sarh hasta Am Timan, cerca de Sudán, llena de tenderetes, personas y animales. Ya es de noche, a las 6 de la tarde el sol cae en picado y una profunda oscuridad se adueña del paisaje. Los múltiples comercios, por llamarles de alguna manera,

de Kyabé se iluminan con lámparas alimentadas por generador y faroles de petróleo. Por los límites urbanos hay un tendido eléctrico y de telefonía que nunca ha funcionado. Aquí no hay otra electricidad que la generada por motores activados por gasoil o gasolina y los únicos teléfonos que funcionan son los móviles.

El conductor de la ambulancia apenas habla. Un saludo ritual y nada más. Le debo imponer: nasara (blanco), médico y europeo. Conduce con cuidado, no es para menos, por la estrafalaria calle en la que se entremezclan caóticamente y en todas direcciones, bicicletas, jinetes en pequeños borricos, gallinas, cabras y cerdos sueltos rebuscando en las basuras, mujeres con sus eternas bandejas sobre las cabezas y críos como una mochila colgando de sus espaldas, hombres acostados sobre esteras, niños descalzos, soldados con turbantes y gafas de sol a pesar de la oscuridad. La luz blanca de los comercios da una iluminación espectral a todo este paisaje heterogéneo, extraño e inquietante, lleno de figuras fantasmales y envuelto en una atmósfera de humo y polvo arenoso. Más allá de la única calle-carretera, la oscuridad total entre fogonazos de hogueras ardiendo a las puertas de las humildísimas chozas circulares de paredes de adobe y techos de paja.

Tengo el ánimo por los suelos. Lo habitual en el principio de mi estancia en este lugar, en esta pequeña sucursal del infierno; ya soy veterano y lo tendría que tener previsto e incluso superado. Pero no hay vacuna eficaz para inmunizar la empatía al ser testigo impotente del dolor y la tragedia de haber nacido en estos lugares, en estos rincones obtusos del mundo que mantienen el liderazgo en cuestiones de pobreza y subdesarrollo. Testigo impotente también de la corrupción infiltrada entre las diversas capas sociales, establecida como costumbre institucional, y de la indiferencia del resto del mundo desarrollado.

Hoy he pasado mi segundo día en el hospital de distrito, el único que hay por este territorio, junto al Dr Abel. Hemos trabajado desde el principio de la mañana con la nueva máquina que ayer instalamos, un ecógrafo que llegó hace unos días desde España.

Sólo que…

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El conductor de la ambulancia me deja en la puerta de casa. Entro en el patio y me siento en un rincón. El cielo nocturno africano es bellísimo, miles y miles de estrellas brillan sobre un telón de fondo profundamente oscuro; tienen signos de eternidad, de misterio absoluto, de paz anclada en el infinito. Siento que este cielo protector me acoge, me abraza y en su esencia galáctica encuentro algo del consuelo que en ocasiones no hallo entre los seres humanos que me rodean.

El motor del generador de electricidad está funcionando. En un rincón del patio veo a mis compañeros en este viaje José María A. y Miquel trabajando todavía, matando la oscuridad con sus linternas frontales, soldando hierros, sacando chispas en el armado metálico en el que colocarán cuando esté terminado las placas solares que han venido a instalar, rodeados de cables y herramientas. En el otra parte está el tractor del otro José María, que ha venido a capacitar en agricultura a los habitantes de una aldea cercana. Al entrar en la casa me encuentro con los arquitectos Tomás y Pere enfrascados en el plano de un edificio, un instituto de formación profesional, que van a construir. Pienso que el trabajo de todos ellos es mucho más eficaz y decisivo que el mío; permanecerá en el tiempo y traerá un beneficio tangible para las personas. Hoy he conseguido perfilar varios diagnósticos complejos pero la mayoría no tienen aquí solución ¿De qué ha servido?

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El Dr Abel es un médico joven, no pasará de los 27 años, nacido en Chad y muy bien formado en la Facultad de Medicina y el Hospital El Buen Samaritano que los jesuitas fundaron en Yamena. Acabó su formación hace 3 años. Trabajó para una ONG internacional en los campos de refugiados de la frontera de Chad con Sudán y ahora es el único médico en este hospital de distrito de titularidad gubernamental. Le ayudan varios enfermeros, entre ellos unas cuantas matronas, que también, como en gran parte de África Subsahariana y ante la ausencia de médicos, asumen a veces actos quirúrgicos de trascendencia.

DR ABEL

JAVIER Y ABEL

Todas las mañanas a las 7 se reúnen para recibir la información del equipo nocturno y conocer la situación del hospital. Abel vive en una casa dentro del recinto hospitalario y por lo tanto está disponible las 24 horas. Reconoce que la presión es fuerte y que necesitaría más experiencia para trabajar con mayor soltura y eficacia. Varios médicos españoles han contribuido a su formación, el Hospital El Buen Samaritano recibe constantemente médicos europeos que de manera voluntaria pasan temporadas trabajando en el hospital e impartiendo docencia en la Facultad de Medicina anexa.

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Hace dos largos años recibí un correo de unas personas que no conocía. El Dr. Vicente Jimenez y su esposa Dª Pilar Guijarro, desde Huelva me ofrecían un ecógrafo para que lo destinase a algún proyecto de cooperación. El primer obstáculo, al no contar con ningún tipo de financiación, fue conseguir que alguien trajese la máquina a Zaragoza sin coste alguno. Después de llamar ineficazmente a varias puertas, fue la amistad con el personal de la división médica de la empresa Toshiba lo que hizo posible el transporte sin pagar un solo euro. El ecógrafo, en magníficas condiciones, vino acompañado de abundante material clínico y quirúrgico producto de la generosidad de los donantes de Huelva.

Al poco de llegar todo el material conocí la noticia de la preparación por parte de un grupo de Zaragoza de un inminente transporte hacia Chad. Respondiendo a la urgencia del envío el Servicio de Mantenimiento del Hospital Miguel Servet se encargó en un tiempo record de construir un embalaje que protegiera al equipo en tan largo y difícil viaje.

En esta mala época el dinero público destinado a la solidaridad ha desaparecido y desgraciadamente el proyecto de transporte se malogró por falta de recursos. El ecógrafo y el material que lo acompañaba quedó almacenado a la espera de encontrar alguna solución. Hubo muchas llamadas, muchas voces y mucha desesperanza, no había manera de localizar un transporte.

Al final, por una serie de circunstancias una ONG, Banco de Recursos, aceptó incluir nuestro material sanitario en un contenedor que estaban preparando para el mismo destino. Contribuimos con algo de dinero al elevado coste de este tipo de transportes y junto con los amigos habituales y el CODEF reunimos una pequeña cantidad.

Tras 2 años de espera desde la donación de Vicente y Pilar, el ecógrafo y el resto del material sanitario fue embarcado junto con 2 tractores, un remolque, arados, un motocultor, diversas herramientas agrícolas, placas solares, baterías, bombas para pozos, cables, cuerdas, mangueras y otros muchos materiales en un contenedor. Del puerto de Barcelona salió hasta Camerún a donde llegó sin incidencias.

Allí comenzó la segunda historia de un tormentoso viaje.

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Ndjia tiene unos 5 o 6 años, un tórax esquelético, un abdomen muy abultado con la piel a tensión y una sensación de dureza al palparlo. El estudio con el ecógrafo recién instalado confirma la sospecha de una tumoración muy grande, ocupa todo el abdomen. Con casi absoluta seguridad se trata de un evolucionado linfoma de Burkitt. En España tendría alguna oportunidad de sobrevivir. Aquí una expectativa de muerte muy cercana.

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PACIENTES DEL HOSPITAL DE KYABE

Años atrás vi otro niño de la misma edad en el chadiano hospital de Moissalá con idéntico vientre, idéntico tumor, idéntico pronóstico. La única diferencia la ha establecido el Dr Abel que pierde mucho tiempo hablando con el padre de Ndjia. Hablan en sarákabá y no entiendo nada, pero detecto palabras afectuosas. Me dice luego que le ha explicado la realidad de la enfermedad, el mal pronóstico que tiene su hijo y le ha ofrecido todo lo poco que el hospital puede hacer para aliviar su final. En aquella ocasión, en Moïssalá, el médico que entonces había les dijo con modales bruscos que no podía hacer nada por el niño, que se marchasen a su aldea. Los vi aquella tarde, en una imagen inolvidable, abandonar el hospital camino de la agonía en la choza de su aldea; el niño caminando descalzo y despacio de la mano de su padre, la madre con otro niño a sus espaldas y unos cuantos bultos como mínimo equipaje, todo lo que tenían, recortándose en la luz amarillenta de la tarde.

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CON NDJIA

Con Abel recorro los pabellones viendo a los pacientes, la mayoría están en los patios, no soportan el encierro, y Ndjia sentado en uno de los corredores del exterior. Está comiendo, en competencia con las moscas, un pequeño trozo de pescado. Me siento a su lado y le doy un puñado de caramelos. Me mira con unos ojos profundos, unos ojos que la enfermedad comienza a hundir, y esboza una ligera sonrisa. Sus padres junto con dos niños más están allí. El padre todavía lleva en las manos las imágenes impresas en papel de la ecografía y el rostro, como el de su mujer, inexpresivo.

En la oscuridad de la noche la ambulancia me retorna a casa. Agradezco que el conductor no me dirija la palabra, no tengo ganas de hablar con nadie. No encuentro explicación a la injusticia del azar por mucho que los libros de política, de sociología, los de historia, de filosofía y las religiones establezcan respuestas más o menos imaginativas. A pocas horas de vuelo desde nuestra Europa exquisita, de nuestras vidas ordenadas y fáciles, existe este mundo que carece de todo excepto de basura, pobreza y dolor. También carece de respuestas a las incógnitas más sencillas. ¿Qué dejaron los colonizadores, algo más que el idioma y unas bases militares? ¿Por qué no hay industrias, carreteras, electricidad, saneamiento, agua corriente, cultura y sanidad en condiciones? ¿Por qué la esperanza de vida es tan baja y la mortalidad infantil tan alta? ¿Cómo, entonces, no emprender a pie el camino del desierto para buscar los oasis al otro lado del Mediterráneo… cómo no arriesgar todo y buscar esa barca que cruce a la otra orilla donde dicen que hay respuestas a las preguntas? Estando aquí con ellos se entienden muy bien las decisiones, la urgencia de las opciones que ya no resisten la tardanza de los proyectos de esperanza.

Desfilan por mi memoria los rostros de los niños de mi familia, los de mis amigos, los que veo todos los días por las calles de mi ciudad. Y se mezclan con los ojos de Ndjia, con sus labios con briznas de pescado y moscas, con sus manos pequeñas y sucias envolviendo el tesoro de unos caramelos de colores.

Entro en el patio. Siguen mis compañeros con sus hierros, sus cables y sus linternas frontales. Llevan trabajando desde el amanecer. Sé que entre chispas y martillazos, entre divertidas y amistosas discusiones por un cable aquí o allá, les mueve el corazón, les quema como un electrodo incandescente de sus soldaduras esta realidad, la ausencia de respuestas a preguntas tan lógicas como irresolubles. Su negativa a permanecer impasibles ante la injusticia y el desequilibrio.

Me siento en un rincón oscuro y alzo la vista hacia el inmenso cielo protector. Hoy necesito algo más que consuelo.

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PACIENTES DEL HOSPITAL DE KYABE

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Tomás, Pere y Manolo son familia. Tomás y Manolo hermanos, Pere sobrino. Menos un año, el resto de mis viajes a Chad siempre los he hecho con Tomás. Hemos pasado buenos y malos momentos por estos territorios, muchas conversaciones, muchos paseos, muchas historias, entre ellas una guerra que nos obligó a salir- junto con un joven ingeniero, Vicente Martínez- de manera inesperada por Camerún y que nos hizo vivir una serie de situaciones tragicómicas que afortunadamente acabaron bien. Somos ese tipo de amigos que pueden reencontrarse una vez al año y desde el primer momento enganchamos la continuidad como si hubiéramos seguido viéndonos todos los días.

Mientras el arquitecto Tomás Fortuny construía escuelas yo iba por los hospitales de la zona. Él recorrió un extenso territorio dejando su huella perenne de mampostería y hormigón sustituyendo a las prehistóricas escuelas hechas con troncos y techos vegetales, un miserable espacio a la sombra donde los niños de las aldeas incómodamente sentados, a veces en el suelo, malaprendían algo si es que el maestro acudía a la cita en tan penosa y peculiar aula. Ahora disponen en muchas aldeas de construcciones dignas, pupitres y pizarras, gracias al trabajo de Tomás.

Esta vez junto con el joven Pere están trabajando en un proyecto precioso a toda velocidad. Manolo ha recibido la donación del dinero necesario para la construcción de un instituto de formación profesional. La entidad que lo financia quiere que se construya de inmediato. Y ahí están los dos expertos con sus planos, con sus cálculos, dando forma a lo que pronto será una realidad física que tendrá un impacto decisivo en la formación de los jóvenes de esta ciudad, en el desarrollo cultural, en la oportunidad de lograr una titulación y con ella un trabajo.

Para Pere es su primera experiencia africana. La juventud y la ilusión le asoman por el brillo de sus ojos por los que absorbe con avidez todo lo que estos días está viviendo con asombro. Es el más joven del equipo y lo vemos tanto sumergido en los papeles de cálculo como con una brocha en la mano pintando bajo el sol el armazón metálico. Sé que en el próximo viaje aquí estará, entonces ya sabiendo qué terreno pisa.

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PERE TRABAJANDO EN EL ARMAZÓN METÁLICO

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En muchos países las mercancías humanitarias están exentas de aranceles. Tras pagar el importe del transporte naval de Barcelona a Camerún comenzó un largo proceso de bandidaje a cargo de muchos que vieron en el contenedor una fuente de ingresos extraordinarios. Una historia similar la viví en República Dominicana. Sacar aquél contenedor del puerto de Santo Domingo tenía un coste totalmente ilegal que cada día que pasaba iba aumentando porque se generaba una tasa de ocupación del almacén naviero a sumar al coste del ilegal impuesto. Aquello se arregló “agradeciendo” a un militar que conocía a un amigo que era familiar de un funcionario que…

Llega un momento en que el importe que solicitan por nuestro contenedor es mayor que el valor del contenido. La corrupción infiltrada en los diversos tejidos sociales hace que la cantidad se debe repartir de manera piramidal. Si el vértice cobra, por el resto de la pendiente hay que ir dejando caer cantidades cada vez menores, todo en relación al rango que el individuo tiene en la cadena del pirateo.

Hay negociaciones a distintos niveles. Interviene la política, la Iglesia, los conocidos, los familiares…al final hay que entregar una buena cantidad para desbloquear el contenedor. Después, en uno de los puntos calientes de paso, piden como pago el ecógrafo que al final sigue en el interior del contenedor tras pagar una importante cantidad.

Además de todo esto y para recorrer las sucesivas carreteras-pistas sin que ningún grupo de bandidos, éstos con armas de fuego, asalte el camión que transporta el contenedor hay que contratar dos patrullas armadas que lo acompañen y protejan, una delante y otra detrás, en todo el trayecto.

De nuevo Banco de Recursos asume la mayor parte de todo este gasto imprevisto y los beneficiados del transporte nos rascamos otra vez los bolsillos para ayudar en lo que podemos.

Por fin llega a Kyabé con todo el contenido intacto.

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Los grupos nómadas bajan desde Libia caminando con grandes rebaños de bueyes buscando pastos. No reconocen fronteras ni propiedades privadas lo que provoca muchos conflictos con los agricultores que pueden ver como desaparecen sus cosechas de sorgo o de mijo, su alimentación de todo un año, en cuestión de minutos si uno de estos rebaños entra en sus campos. Los nómadas, a pie o a caballo, van armados con arcos, flechas y lanzas y no dudan en utilizarlas. Los campesinos defienden sus cosechas y allí, como en los argumentos de decenas de películas del lejano oeste norteamericano, surge el conflicto.

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NÓMADAS CON BUEYES AL AMANECER EN KYABÉ

Estos días hay numerosos grupos nómadas acampados en las inmediaciones de Kyabé, se abastecen de productos en los comercios de la ciudad y acuden al hospital cuando se sienten enfermos.

El Dr Abel me aguarda impaciente. Ha ingresado un niño nómada, Omar, de unos 7 u 8 años, con síntomas clínicos de una cardiopatía. Le explico que es un campo en el que no tengo experiencia, en España la ecografía cardíaca la realizan los cardiólogos, pero lo intentaremos. La ecografía es indudable, tiene una amplia CIA, una comunicación en el tabique que separa las dos aurículas, una comunicación interauricular. Como con Ndjia llega la segunda parte: ¿y ahora qué? y la inevitable reflexión. En España este proceso se trata con eficacia con un procedimiento sencillo en manos expertas. Pero aquí no hay solución posible. Abel me habla de una organización francesa que lleva a niños con cardiopatías para intervenirlos en París. Intentará iniciar el proceso de selección pero el grupo nómada cualquier día levantará sus jaimas y seguirá su camino hacia la República Centroafricana llevando a Omar y su infantil y maltrecho corazón entre el polvo que levantan los rebaños de bueyes camino de un destino tan incierto como irreversible.

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OMAR

Recorremos el hospital al caer la tarde. Niños con paludismo, con malnutrición, procesos respiratorios, disentería. Yacen sobre dos esteras unos nómadas heridos por cuchillo en una pelea. Al lado un hombre joven con una herida de bala que le ha traspasado una rodilla, agujero de entrada y salida con destrozo óseo, y ha llegado al hospital caminando desde no sé cuántos kilómetros. Varias recién paridas, las madres se van con sus bebés en unas pocas horas tras el parto. Una joven nómada con su feto muerto… El médico blanco llama la atención y los familiares se precipitan a destapar a los enfermos que permanecen en las camas para que el extranjero los vea. Los niños más pequeños lloran asustados al ver mi piel blanca. Posiblemente soy el primer nasara que han visto.

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MADRE NÓMADA CON SU HIJO ENFERMO DE PALUDISMO

Hay un equipo de rayos X pero apenas funciona alguna vez porque no hay combustible para generar electricidad. Cuando voy al hospital por la mañana, paramos en uno de los tenderetes de la carretera en donde se puede comprar gasolina y gasoil. El combustible se vende en botellas, viejas botellas de licor, o en contenedores de plástico. Compro 25 litros, 25€, que se emplearán en mantener encendido el ecógrafo durante unas horas y guardar una parte que permita una cirugía urgente.

Chad es productor de petróleo que comercializan en su mayor parte dos compañías extranjeras. El destino del pequeño porcentaje que revierte en el país no se sabe pero se supone. El hospital de Kyabé es de titularidad gubernamental pero no dispone del suficiente combustible para que funcionen sus dispositivos eléctricos. Hace dos años que se construyó y hay en muchas salas y habitaciones máquinas de aire acondicionado, hacia abril o mayo los termómetros alcanzan los 46 ó 47 grados. Jamás han sido puestas en marcha. Al caer la tarde sólo arde el petróleo de los tristes faroles de los pacientes y en los patios las hogueras en donde sus familiares cocinan el escaso alimento con el que intentan matar el hambre crónico. Aquí no se alimenta a los pacientes, son las familias las que deben hacerlo.

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JAVIER, MIQUEL, KÉTEMA, PAULINE, JOSE MARIA A., TOMAS, JOSÉ MARIA V. MANOLO Y PERE

© Javier Pardo Berdún 2017

(Ver 2ª parte)

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