«Los dioses habían puesto a prueba al hombre, hasta que solo quedó el último hombre con su perro. En la cumbre de la montaña sagrada le esperaba el dios guardián de la puerta del cielo, que le dijo que había superado las pruebas y le dejó pasar. El hombre cogió a su perro, pero el dios gritó: Tú puedes pasar pero no tu perro, ningún ser inferior accede al cielo. El hombre respondió: No puedo abandonar a nadie que me ama. Abrazó a su can y ambos se acurrucaron esperando su final. Esto despertó la compasión de los dioses y, desde entonces, consideraron a los hombres superiores a los ángeles, pues los ángeles vivían y amaban, pero los hombres vivían, amaban, sufrían y morían»
Majabhárata
Aquél día, hace tres años, hicimos juntos la travesía entre Formigal y Escarrilla y a mitad de camino subimos al Pacino. Fue un día luminoso, soleado. Tú ibas siempre delante, subiendo y bajando; yo te miraba admirando tu fuerza, tu caminar ágil y elegante, tu sentido del equilibrio, de la orientación. Desde la cima hablamos de las montañas que se veían desde aquella prodigiosa atalaya: querías subirlas, todas a ser posible, y hacías planes para el futuro inmediato, para el de medio y largo plazo.
Llegué a Tokio al atardecer, después de ver el monte Fuji en en el horizonte del paisaje, y confieso que sentí cierto agobio al entrar en esta grandísima ciudad en la que viven apelmazados más de 12 millones de personas. Al otro lado de la ventana aparecían grandes avenidas, calles lineales, espacios verdes, vehículos circulando en calzadas de aspecto futurista, situadas a varios niveles unas sobre las otras, y edificios apiñados con aspecto de enormes colmenas.
Cientos, miles de troncos de bambú, chocando entre sí, agitados por el viento, producen una canción de sonidos huecos. Arriba, muy arriba, los penachos verdes, las hojas encumbradas a más de veinte metros de altura, ponen otras notas musicales a la sinfonía. El sonido es tan especial que figura entre los «cien sonidos a preservar en Japón» Es el sonido del bosque de bambú de Sagano, en Arashiyama, muy cerca de Kyoto.
Sólo hay que mirar un mapamundi, un globo terráqueo, para ver lo alejado que está Japón de España. Por la derecha, por la izquierda, por arriba o por abajo…por donde quiera que se mire se comprueba que es cierta la letra de la canción «Japón» de los divertidos «No me pises que llevo chanclas»: El Japón, mira que está lejos Japón…
Estando tan alejados, con un origen y una historia tan diferente a la nuestra, el choque vivencial y cultural se supone que es importante tras la inmersión en esta sociedad, tan distinta en muchas cosas pero sorprendentemente cercana en otras.
«Ningún hombre es tan tonto para desear la guerra y no la paz, porque en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba»
Herodoto
El pueblo birmano está contento. Las elecciones han sido ganadas por el LND, la Liga Nacional para la Democracia, con Aung San Suu Kyi como cabeza visible, «La Dama» como es conocida por aquí.Sin embargo, una cuarta parte de los escaños del parlamento están reservados por la constitución para los militares, ellos la redactaron, y no puede ser presidente de la nación cualquier birmano que esté casado con un extranjero o que tenga hijos nacidos en otro país. La Dama estuvo casada, enviudó, con un británico y tiene dos hijos de la misma nacionalidad.
«Nuestro destino de viaje nunca es un lugar sino una nueva forma de ver las cosas»
Henri Miller
Hay un momento en los viajes en el que las amarras que te sujetan al origen se rompen, se diluyen, y entonces el viajero se sumerge en una nueva realidad, como si viviera en un mundo paralelo oscureciendo, dejando dormido el otro. El pasado queda suspendido en el aire, sólo el presente, el nuevo presente, existe. Ese es el momento clave, cuando el viaje se convierte en la única realidad del viajero y eso lo diferencia de las vivencias del visitante, del turista.
«No vaciles nunca en irte lejos, más allá de todos los mares, de todas las fronteras, de todos los países, de todas las creencias»
Amin Maaluf
Me gusta más el término «Birmania» que el de Myanmar. El primero está anclado a mi niñez cuando devoraba los comics, les llamábamos entonces «tebeos», de «Hazañas Bélicas». De vez en cuando los intrépidos soldados, mal afeitados, con el eterno cigarrillo colgado de los labios que no se quitaban ni siquiera cuando caían heridos, situaban sus acciones victoriosas por las junglas de Birmania persiguiendo, o siendo acosados, por los pérfidos japoneses.
«Viajar te deja sin palabras y después te convierte en un narrador de historias»
Ibn Battuta
Es agradable caminar descalzo sobre las limpias losas del recinto, disfrutando de la paz que se respira en este lugar. Los colores dorados y blancos predominan en todas las estructuras casi laberínticas que componen el centro sagrado. Está cayendo la tarde y los tonos cromáticos van cambiando según la incidencia del sol. La pequeña monja de cabeza rapada y túnica blanca sigue con sus rezos envuelta en el humo azulado de sus varillas de incienso. Junto a ella, una mujer joven de rodillas, encogido su cuerpo en el suelo. Pasan grupos de monjes de cabezas afeitadas y túnicas naranjas.
A los que nos gustan los platos contundentes, esa mezcla de arroz, verduras, carne y grasa de cordero es agradable. El problema es que este plato nacional de Uzbekistán, el plov, puede estar guisado con aceite de algodón que es muy indigesto. Los uzbekos aconsejan comerlo bebiendo vodka, dicen que así el cuerpo lo tolera mejor. Conmigo, al menos, ha funcionado.
Ha comenzado la campaña de vacunación contra el virus responsable de la pandemia que asola el mundo. La esperanza se centra en el efecto de los diferentes fármacos que para ello se han conseguido en un tiempo record, por varios equipos de investigación en diversos países.
Al acabar este nefasto 2020 el nuevo año llega con la confianza de poder alcanzar esa inmunidad colectiva que acabe con la pandemia. Si todo va bien, los más optimistas sugieren que en el próximo otoño la población mundial podrá respirar aliviada al ir disminuyendo los casos de enfermedad, muertes y colapsos de los sistemas sanitarios.
Esta esperanza va asociada a la recuperación económica, al ascenso de las oportunidades de negocio, a resultados positivos en las bolsas y disminución del paro laboral. Es decir, la vuelta a aquél pasado anterior a enero de 2020 que, como cualquier tiempo pasado, se cree mejor.
Pero volver así, de esta manera, sin una fase de reflexión sobre el modelo de qué sociedad queremos, será cometer un error mayúsculo: de nuevo regresar a una estructura basada en cimientos de injusticia social, insolidaridad, aumento progresivo de la pobreza, de trabajos mal retribuidos, de contratos basura. Será volver a glosar las bondades de un sistema sanitario, (decían que el mejor del mundo) que efectivamente, sobre todo si se compara con los de otros países menos desarrollados, es bueno, universal y decente, pero que, ahora se ha visto con detalle, hace aguas en momentos de estrés y que está protagonizado por estupendos profesionales bien formados, pero insuficientes en número, mal retribuidos, deficientemente incentivados, a veces maltratados y muchas veces mal organizados o, al menos, dirigidos por personas poco preparadas para la gestión sanitaria de excelencia.
A los sanitarios se les han pedido comportamientos heróicos, se les ha prometido aumentar el número de personas y medios y se les ha pagado con gestos emotivos, los aplausos y las lágrimas, con los que los mediterráneos solucionamos los conflictos, para luego seguir, como antes, sin ningún tipo de cambio.
Ahora, cuando afortunadamente llegue esa inmunidad colectiva que nos libre de la enfermedad, si la sociedad vuelve a lo mismo, seremos más torpes, menos numerosos (habrán muerto millones de personas), más desgraciados y, en general, más pobres, menos un pequeño y selecto grupo que acumulará una mayor parte de la riqueza mundial.
La vacuna es un logro social de un valor incalculable y su génesis y fabricación en un tiempo impensable en otras situaciones demuestra que cuando al mundo científico, a los grupos investigadores, se les da financiación y medios, de la misma manera que a los sistemas sanitarios públicos, los resultados alcanzan éxitos de manera muy rápida y eficaz.
Los políticos han mostrado su rostro más amargo. En vez de colaborar, de arrimar el hombro, todos los hombros, para superar esta gran dificultad que afecta a toda la sociedad, han dedicado sus esfuerzos a vergonzosas peleas tabernarias buscando obtener réditos partidarios de la manera más miserable.
Estamos destrozando nuestro planeta, nuestra casa, el hábitat humano. Constantemente se habla de la alteración climática, del aumento de la temperatura ambiental, de la fusión del hielo de los polos, de la desaparición de los glaciares, de la grandiosa y terrible deforestación. Los vertidos tóxicos siguen emponzoñando las grandes masas de agua, los gases emitidos destrozan nuestra atmósfera.
Los desastres que estos cambios provocan, sobre todo en sociedades poco desarrolladas —las que más sufren habitualmente—, importan poco a la economía capitalista, a las políticas neoliberales; todo consiste en la aplicación de máximas comerciales salvajes al coste que sea.
Esta agresión al medio natural hace que a los equilibrios ecológicos, los sistemas anteriormente estables, se les dañe su solidez y los encasillamientos biológicos pierdan su orden. Por eso el paso al hombre de virus o bacterias confinados, hasta ahora, en animales salvajes, sólo es indicativo de la brutal presión, de la mayúscula agresión que a la naturaleza provoca la forma de vida que el hombre está adoptando.
La continuidad de esta política de agresión natural supondrá el fin de la humanidad en la tierra, en este maravilloso planeta que a base de este supuesto «desarrollo», esta estúpida manera de vivir, se está yendo a pique.
Por todas estas razones, la campaña global de inmunización tendría que acompañarse de un importante debate social que ya en este momento tendría que estar produciéndose.
La reflexión sobre el consumo, sobre la utilización de los recursos, la recuperación de los ecosistemas, las políticas de reforestación, de limpieza de las aguas, el control de la emisión de gases, la preservación de las especies, es urgente. Hay debates políticos, hay reuniones, hay tendencias globales; pero ninguna da resultados porque, en general, los países más contaminantes, los más destructores, sólo están interesados en aparentar su compromiso y aplazan las decisiones en plazos imposibles de asumir cuando la respuesta debe darse por vía urgente. Las protestas, las reclamaciones de movimientos ecologistas caen así en saco roto y el planeta sigue girando constantemente, cada día con un mayor grado de deterioro.
¿Tanto necesitamos para vivir? ¿no es posible desmontar progresivamente esta locura en sociedades saciadas, hartas, de inutilidades materiales que sólo sirven para paliar ineficazmente la soledad y la depresión, creando una auténtica adicción al consumo?
¿Estamos bien? Los fármacos más consumidos en nuestro país, en el que mejor se vive dicen algunos, son analgésicos, antiinflamatorios y ansiolíticos. No debemos estar tan perfectamente cuando tenemos que drogarnos diariamente con esas sustancias para soportar nuestra manera de existir.
Pero, ¿qué tiempo dedicamos a la reflexión, al silencio, a la meditación, a la comunicación con nuestro interior, a replantear la forma de vida, a la solidaridad? Al cambio personal, en suma.
El Covid19 se irá, pero si el mundo y sus habitantes no modifican comportamiento y trayectoria vendrá otro, y luego otro y otro. El tiempo se está acabando y se necesita un esfuerzo personal y colectivo. Como en todas las crisis, junto con el daño hay una oportunidad; en este caso parar, reflexionar y cambiar.
«…esta crisis puede suscitar nuevas formas de solidaridad que nos lleven a vivir con mayor austeridad, a saber disfrutar con menos cantidad y más calidad. Defiendo el decrecimiento pero con una dimensión espiritual, de lo contrario es insostenible. Pensamos que teniendo más seremos más, cuando teniendo más somos menos. Ese giro solo puede hacerse desde la espiritualidad. »
Javier Melloni
«El virus es el portador de un mensaje severo que hemos de saber escuchar»
desdelagavia.blog quiere desear a todos sus visitantes y lectores un nuevo año en el que sobresalga la solidaridad, la libertad y el entendimiento entre las personas. Feliz 2021.
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