A Jacobo, que ya es luz.
«Los dioses habían puesto a prueba al hombre, hasta que solo quedó el último hombre con su perro. En la cumbre de la montaña sagrada le esperaba el dios guardián de la puerta del cielo, que le dijo que había superado las pruebas y le dejó pasar. El hombre cogió a su perro, pero el dios gritó: Tú puedes pasar pero no tu perro, ningún ser inferior accede al cielo. El hombre respondió: No puedo abandonar a nadie que me ama. Abrazó a su can y ambos se acurrucaron esperando su final. Esto despertó la compasión de los dioses y, desde entonces, consideraron a los hombres superiores a los ángeles, pues los ángeles vivían y amaban, pero los hombres vivían, amaban, sufrían y morían»
Majabhárata
Aquél día, hace tres años, hicimos juntos la travesía entre Formigal y Escarrilla y a mitad de camino subimos al Pacino. Fue un día luminoso, soleado. Tú ibas siempre delante, subiendo y bajando; yo te miraba admirando tu fuerza, tu caminar ágil y elegante, tu sentido del equilibrio, de la orientación. Desde la cima hablamos de las montañas que se veían desde aquella prodigiosa atalaya: querías subirlas, todas a ser posible, y hacías planes para el futuro inmediato, para el de medio y largo plazo.
Ahora pienso que aquella excursión es la alegoría de tu vida: la valentía y obstinación frente al desafío, la potencia y tenacidad frente a las dificultades, la sensatez para elegir el camino correcto, la ilusión de buscar nuevos horizontes, la capacidad de liderar proyectos, la generosidad para dar tu consejo y compañía, la solidaridad con quien te rodea, la alegría de vivir en todo momento.
Las personas no somos anécdotas sino biografías. La tuya, querido amigo es, hasta donde yo conozco, una gran sucesión de hechos en los que ha primado el amor. El amor entendido como entrega total a tus seres inmediatos: a Marta, a Jacobo, a Jorge, a Martita, a Bruno; a esa infinidad de amigos que han, hemos, disfrutado de tu presencia día a día durante años; amor a la búsqueda de la belleza encarnada en tu propia elegancia, en la música, en el canto, en los paisajes del mar o la montaña, en tu relación con las personas que el azar ha cruzado en tu camino; el amor entendido como el equilibrio emocional en un reparto desigual en el que guardabas para ti los malos momentos y compartías alegre los buenos; el amor como tolerancia ante tendencias, opiniones o comportamientos; el amor como búsqueda de la verdad y de la libertad.




En las fotografías que tengo, en las que apareces, te veo siempre alegre, con ese gesto irresistible de querer conocer todo, de ver todo, de comer todo, de cantar todo. La vida para ti no era tibia y sosegada sino trepidante, excitante. Recorriste muchos países, muchas ciudades, muchas culturas, en un caminar incansable que dejaba poco para el reposo porque «todo había que verlo» Luego volvías al punto de partida, a tu casa de Zaragoza, a la de la montaña, a la del mar, a tus paisajes amados en los que tomar impulso para la siguiente vez.
Los testigos de estos últimos tiempos hemos recibido el regalo de tu enseñanza. Asumiste desde el primer momento el reto del grave quebranto de tu salud, la pesadez y crueldad de los tratamientos, las molestias de sus efectos secundarios. Y lo hiciste sin expresar el miedo, el dolor, el desánimo, la desesperanza, que seguro anidaban en alguna parte de tu espíritu. Seguiste tu rica vida de relación, las comidas o cenas con familia y amigos, el placer de cantar, el café con compañía, la cerveza con risas. Siempre con el bellísimo Bruno apoyado en tu zapato, inseparable de tu lado.
Afortunados por tu compañía, nos dejaste asombrados por tu entereza, heridos por tu amor, admirados de esa intensa forma de vida cuando ya la ibas perdiendo poco a poco.
Vida y muerte, ying y yang, esas dos fuerzas contrarias pero simbióticas en una danza constante, inseparables una de la otra, justamente repartidas por igual en todos los seres vivos.
«Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba».
Juan 11:35-36
¿Cómo no llorar? ¿Cómo no dejar que fluya el dolor que nos provoca tu marcha si te queremos tanto? Si ese dios-hombre fue capaz de llorar por Lázaro, Marta y María, ¿cómo no hacerlo nosotros en este desgarro, en este vacío que nos dejas?
Miraba ese cajón en el que han depositado tu cuerpo, del que ya te has liberado, en este escenario donde representas tu última obra, la más real, la más auténtica, la que mejor has interpretado. Todo es sobrio, nada que haga sombra a tu potente imagen, eres tú, solo tú el actor supremo. Solo tú, tu belleza de galán maduro, la interpretación sublime del guión de tu propia vida, de tu propia muerte. Y el final de este drama nos lleva al llanto; al llanto por dolor, al llanto por admiración, al llanto por emoción incontenible.
Hoy hay aplausos y lágrimas mientras cae, por última vez, el telón.
«Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar yo ya nada del alba?»
Claudio Rodríguez
Te llevas la luz que iluminaba a Marta, a esa mujer compañera indisoluble de ti, amor de tu vida, que es quien más sola se queda, a la que más dolor va a provocar cada amanecer que se cuele por la ventana. Y en este drama ella comparte contigo la admiración y el amor de todos los que hemos sido espectadores de esta historia porque su papel callado y abnegado ha sido decisivo.
Viviendo para ti, sufriendo por ti, llorando por ti, callando por ti, disfrutando de ti hora a hora, día a día. Esa ha sido su vida en estos últimos tiempos, lo sabes mejor que todos nosotros.



También te llevas la luz de tus hijos, ese trío precioso que te han rodeado llenándote de amor, acompañándote hasta el final. Jóvenes, fuertes, les llegará el sol poco a poco, conservarán tu amor y memoria, sentirán la fuerza de tu protección que llegará desde más allá de las estrellas.
Y contigo se va parte de cada uno de nosotros. El día, hoy, es diferente, estamos incompletos, tendremos que recomponernos y, cuando pase el tiempo, disfrutar de tus recuerdos y ser, entonces, de otra manera, contigo.
Bruno
Me han dicho que lloró y gimió en tu agonía, que luego, como el can del hombre de la montaña sagrada, se acurrucó a tu lado.



Pocas veces ha dejado de estar contigo, pocas veces te hemos visto sin él, ha sido tu compañero inseparable y, cuando llegue el momento, seguirá a tu lado caminando por las verdes praderas del más allá.
Bruno, como en la historia que cuenta el antiquísimo poema hindú, entrará contigo en el Paraíso. Los dioses de la Montaña Sagrada le dejarán pasar porque es un ser luminoso, bueno, inteligente, amoroso y fiel.
EPILOGO
Ayer pensaba que junto con el cansancio que van dando los años vividos, la cantidad de personas queridas que ya tengo allí a donde te has ido, con este bello pero horrible mundo que has dejado de caos, injusticia, violencia, destrucción natural y escasa esperanza, dan ganas de acompañarte a ver si más allá de las estrellas se encuentra esa luz, ese descanso y esa paz infinita.
Tú ya la has encontrado en la cima de la Montaña Sagrada.
Gracias por tu luz, por tu amor, por tu ejemplo; ha sido un privilegio tenerte en nuestras vidas.
Hasta siempre querido Jacobo.
Descansa en paz y espéranos por allí, ya iremos llegando poco a poco.
© Javier Pardo 2021
Javier,
Sólo me salen palabras de agradecimiento por haber pasado tan buenos momentos junto a mi padre, por haberle hecho disfrutar tanto y haber disfrutado tanto de él.
Gracias a las grandes amistades como la tuya que mi padre se ha encontrado durante todo su camino ha llegado a ser la persona tan maravillosa que es.
Os estaré siempre agradecido.
Un fuerte abrazo.
Su hijo Jorge.
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