LA PLAYA, LA MUJER Y EL PERRO

A Marta, con deseo de consuelo y esperanza.

Un viento inclemente eriza el mar y mueve la arena de la playa. Entre pequeñas nubes de polvo, entre ráfagas de aire apresurado, la mujer se inclina sobre el suelo. Es el mejor momento para recoger ojos de Santa Lucía, esos pequeños óvalos con el dibujo espiral en una de sus caras que dicen otorgan amor y felicidad a quien los posee, casi escondidos entre la arena.

Pasea cerca de la orilla en la playa solitaria; paso lento, hombros caídos, cabeza inclinada. Junto a ella, un pequeño perro entretenido en olfatear aquí y allá.

Lleva tiempo, años, haciendo lo mismo. Antes lo hacía con él. Caminaban hacia el sol entre la tarde, cruzaban la playa conversando o en silencio. El perro junto a ellos, olisqueando aquí o allá.

La  mujer se detiene, mira el horizonte en donde, muy lejos, la silueta de un barco avanza lentamente.

Se fue marchando y una noche de agosto salió definitivamente a buscar la luna llena.

Poco a poco  le veía perder el brillo de su piel, de su cabello; él pasaba días enteros mirando al mar, al horizonte en el que ahora camina ese barco, desde la casa azul, fijos los ojos en el infinito, posiblemente esperando la señal para iniciar la partida, absorto, mudo. Y el perro dormitaba junto a él.

La mujer de la playa, azotada por el viento, se inclina y recoge los diminutos ojos, como una gaviota loca picoteando en la arena. El viento inmisericorde le agita los cabellos y esparce su alma perdida entre las olas. El perro, junto a ella, olfatea aquí y allá.

Miraba el horizonte desde la atalaya azul; siempre hacia el este, hacia donde la claridad y el sol rasgaban las tinieblas. Luego se fue aquella noche de agosto.

Ella, ahora,  enferma de tristeza, transida de dolor, recorre las playas buscando sus huellas entre las de las aves marinas, inclinada hacia el suelo, atrapando los ojos de nácar, mojando la arena con lágrimas densas como el mercurio, seguida por un perro triste que olfatea aquí y allá.

La mujer se detiene, mira de nuevo al horizonte como buscado algo. Con gesto de furia arroja el puñado de ojos conseguidos al mar.

Vuelve despacio, la cabeza inclinada, los hombros vencidos, a la casa azul.

Sigue el viento azotando la tristeza.

El perro la sigue despacio, olfateando aquí y allá.

© JAVIER PARDO 2021

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