Recuerdo un día de domingo al comienzo de la tarde, tumbado en una hamaca, bajo el sol, al aire libre, sintiendo crecer el sopor después de una copiosa comida. Todavía no hacía frío pero el sol era ya agradable y voluntariamente se buscaba. Fumaba un cigarrillo —yo entonces fumaba alegremente—. Sobre mí el cielo, muy azul, por el que pasaban nubes globulosas, grandes, muy blancas, como seres etéreos libres que caminaban lentas por el espacio.
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