A Borja.
Hay sol en Huesca, un sol engañoso que sólo da luz pero no calor. Frío invernal que se combate con cálida compañía de los amigos con los que paseo por esta pequeña y preciosa ciudad. Por la carretera, llegando desde Zaragoza, se ve a lo lejos el castillo
de Montearagón sobre una colina terrosa, enmarcado con el fondo de la sierra de Guara. Ese castillo, comento, tiene una vista preciosa desde el cementerio en el que reposa el cuerpo de Adriana. No nos hace falta ver el castillo para recordarla, está presente en nuestras vidas sin necesidad de nada que la evoque. Pero ella está integrada en ese paisaje y forma parte de él. Imposible no asociarlo.
En medio de las calles oscenses nos damos de bruces con Borja y hay un prolongado abrazo en el que, aunque queramos, es imposible trasmitir todo el afecto que nos profesamos. Ha llegado hace poco de más allá del mar. Ahora va y viene, no para quieto. Intenta calmar el dolor escapando de aquí y de allá. Y entre fuga y fuga se acerca a ese rincón donde reposa el cuerpo de Adriana, de su Princesa, que para él es el centro del universo. Habla con ella, quita los hierbajos, pone una flor, mira el paisaje y arranca la moto escapando otra vez para llegar en un viaje circular al punto de partida.
Al corazón de esa mujer a la que tanto amó, a la que tanto ama.
Luego el abrazo es con Carolina, con Colo, con Mariano. Hablamos poco del pasado, no es preciso, mirándonos a los ojos sabemos lo que sentimos y callamos. Cuando los sentimientos son tan evidentes sobran las palabras.
Hoy también está Adriana aquí, feliz de vernos juntos, abrazando nuestro abrazo. Nunca se quedó bajo aquél montón anónimo de tierra y piedras. Aquello fue una ficción, simplemente la huella de su paso por la tierra. Una huella honda como las que hacen los carros en los caminos embarrados…pero nada más.
Nos dejó un testamento de amor, una manera de sentir, una forma de existir. Y una unión indisoluble entre los seres a los que rozó con la varita mágica de su vida.
Estoy seguro que por la noche, cuando Borja está solo, ella aparece y el abrazo dura hasta la salida del sol, cuando se convierte en luz para iluminar a todos los que tanto la quisimos.

Borja y Colo
Lloro todos los días un poco pero hoy, tras entrar en tu blog, se me ha ido la mano. Siento una profunda y permanente tristeza por no poder seguir compartiendo cada momento de mi vida con Adriana pero, al mismo tiempo, la emoción y orgullo de contar con amigos como Javier, herencia de incalculable valor que nos dejó la princesa del cielo. No puedo reprochar nada a Dios pues yo también me la hubiera llevado conmigo para siempre. Adri, espéranos a tu lado pero revoluciona como sabes a los de arriba para ver si te devuelven…aunque sea sólo un rato… Gracias Doc.
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Hay seres lúcidos, dotados de una energía maravillosa, que nos llenan de plenitud, que hacen nuestra vida diferente. Dicen algunos que son «almas viejas», personas que han vivido ya otras vidas y enfilan su última reencarnación hasta llegar al Nirvana. No lo sé querido Borja. Es cierto que Adriana era muy especial y que llenó, a todos los que la conocimos, de luz y amor. Nuestra vida, sobre todo la tuya, sin ella es diferente. Pero yo creo que sigue entre nosotros, que mucha parte de ella está en nuestras vidas, en nuestros corazones y que desde donde esté nos cuida y nos sigue enviando su luz.
Ojala sea cierto ese encuentro cuando todo termine!. Estaría bien que todos nos encontrásemos otra vez…verdad que si?.
Un abrazo Borja, amigo mío.
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