Como todos los años la Asociación Amigos del Serrablo organizó una Misa en Rito Hispano Mozárabe que esta vez, el 3 de agosto, se celebró en la Iglesia de San Martín, en Oliván (Huesca).
A pesar de que llego con más de media hora de tiempo la iglesia de este pequeño pueblo pirenaico está a rebosar. Con suerte, y generosidad de otros asistentes, encuentro un hueco en uno de los laterales. Abstraído en la espera siento que me atrae poderosamente esta geografía, esta historia de personas. Noto en mi interior el eco de generaciones caminando por estos montes, con la misma musicalidad en las frases, con similares palabras, con intereses y parecidas formas de vida. Recuerdo olores y sabores, luces, sonidos, paisajes, rostros, nombres que llegan desde mi infancia hasta el muro frío y áspero de la iglesia en el que recuesto mi espalda.
Junto a esta iglesia de Oliván sale una senda en cuyo comienzo hay un cartel indicativo de dirección: “Barbenuta”.
Barbenuta, topónimo que deriva del medieval Valle Menuta, es una aldea enclavada en el Sobrepuerto, parte del Serrablo. Se sitúa en lo alto de un monte muy cerca del turístico pueblo de Biescas.
Allá en Barbenuta nació, en Casa Chanorús, en 1924 un niño al que bautizaron con el nombre de Braulio siendo el penúltimo de seis hermanos. La familia, muy humilde como todas las de la aldea, vivía en una economía de subsistencia. Animales de corral, un huerto, alguna caballería de trabajo, pocas vacas y escasos campos de pequeña extensión y aislados en las agrestes laderas de los montes cercanos en los que se sembraban cereales bastos adaptados a la altura y que se destinaban a la alimentación de los animales y al pan que se amasaba y cocía en la propia casa.
Las comunicaciones con el resto de pequeñas comunidades cercanas (Espierre y Yésero) y con el centro administrativo, Biescas, se hacían por sendas accesibles únicamente a caballerías. De vez en cuando aparecía algún arriero con sus mulos cargados de innumerables mercancías con las que comerciaba, generalmente por medio de trueque, con los aldeanos.
Salvo para alguna emergencia o por alguna obligación legal nadie salía de su aldea. En 1936 la sencillísima vida de aquellas personas se vio interrumpida y complicada por la guerra civil. Los dos hermanos mayores de Braulio se vieron enrolados en los ejércitos combatientes mientras que él y su hermano menor acabaron evacuados con muchos otros en Benasque (Huesca) en una campaña del Gobierno Republicano de protección a la infancia, plan en el que se incluía su paso a la vecina Francia para refugiarlos posteriormente en otras naciones. Pero el cierre del paso fronterizo por el devenir de los acontecimientos bélicos hizo que los niños fueran devueltos a sus pueblos de origen. Mientras tanto los padres de Braulio, como otras familias de Barbenuta, huyeron a Francia simplemente por miedo ante la llegada del ejército franquista.
Acabó la guerra y los hermanos soldados tuvieron la suerte de volver. Los padres también regresaron de Francia, aunque uno de ellos –Inocencio- murió al poco por tuberculosis. Mermada la población en fuerza masculina los niños, los ancianos y las mujeres tuvieron que suplir su trabajo en los campos, huertos, cuadras y prados de altura.
La casa montañesa no se fragmenta, es un dogma de supervivencia. El hermano mayor, el heredero, será quien a la muerte de los padres se convierta en propietario de la hacienda. A los hermanos no les corresponde otra cosa que emigrar a buscarse la vida o a permanecer trabajando para la casa, para el hermano heredero, sin otro derecho que a la cama y a la comida.
El resultado habitual es una diáspora familiar. Cada uno se busca la vida como puede.
A finales de septiembre, para San Miguel, en el pueblo de Biescas se celebraba una feria de ganado. Junto con la compraventa de animales se contrataban empleados para las casas que necesitaban mano de obra, generalmente las más ricas del territorio. Braulio fue llevado allí siendo muy joven por su madre y comenzó a servir como criado en pueblos próximos al suyo. La madre ajustaba con el propietario de la hacienda el salario, que ella cobraba y guardaba para la economía de la casa, y el joven Braulio trabajaba toda la temporada acordada por algo de vestuario, cama y comida, con irregular suerte según caía en una u otra familia.
Toda esta dinámica se modificó por el Servicio Militar que le llevó a Zaragoza.
Sin un céntimo en los bolsillos, sin otra cultura que la escasamente básica y sin esperanza de herencia alguna, su única posibilidad fue formarse en algún oficio manual. En el Servicio Militar aprendió guarnicionería. Tras la licencia trabajaría toda su vida hasta su muerte, en 1994, como artesano del cuero.
Siempre fue un montañés, jamás olvidó su pertenencia a las altas montañas, a la ancestral cultura y tradición de aquellas sociedades. Constantemente volvió a pasar pequeñas temporadas, a visitar regularmente a la familia, a integrarse temporalmente en sus paisajes. En esas visitas disfrutaba con los trabajos del campo, manejando animales, segando hierba, subiendo a los altos prados a cuidar las vacas…siempre fue un montañés desubicado en la ciudad.
Era mi padre.
Esta pequeña historia no tiene nada de original, es común a infinidad de personas que nacieron en las montañas aragonesas (y en otros lugares de España y del resto del mundo…). Son historias de lucha titánica por la vida, de esfuerzo y sacrificio, de superación, de supervivencia a pesar de infinidad de dificultades. Nada hay sobresaliente en ellas salvo ese carácter, muy montañés, de amor por el trabajo, de pelea sin tregua por la existencia, de austeridad, de sacrificio, honradez y valentía.
Enrique Satué Oliván es un escritor aragonés que ha dedicado muchas páginas a este mundo de montaña. Entre sus obras hay una, a mi juicio preciosa, “Pirineo de Boj” en la que con una escritura sensible y delicada describe certeramente el mundo de estas aldeas y la personalidad y psicología de sus habitantes. Comparando, escuchando otros relatos de lugares próximos, de historias de personas con orígenes comunes, queda una partitura vital similar con alguna pequeña variante personalizada, pero en la que la melodía de base es la misma.
Barbenuta, en la década de 1960-70, fue abandonada. La vida de aquellas personas, cada vez más mayores, se fue haciendo progresivamente dificultosa. Los jóvenes emigraron a la búsqueda de estudios y trabajo. Se ofreció, por parte del Gobierno, la posibilidad de acceder a los Pueblos de Colonización. Al final, el cierre definitivo de la puerta centenaria puso fin a las largas historias desgranadas por los abuelos en el fuego del hogar en las noches de invierno, a las sagas familiares de generación en generación, al término de aquél mundo bellamente hostil.
Muchas de las casas fueron pasto del olvido y las ortigas. Julio Llamazares lo narró con absoluta precisión en su magistral obra “La lluvia amarilla”. Otras se rehabilitaron por los descendientes, entre otras cosas porque tras el abandono de la aldea, entonces precisamente, se construyó una carretera que sustituyó a la antigua senda caballar, y que ahora sirven como residencias de verano.
Entre estas ruinosas aldeas, junto a los caminos, sobre los montes, quedan huellas de todas esas gentes que también dejaron su memoria religiosa en monumentos bellísimos que el tiempo y la desidia se ha ido ocupando en destruir.
Sin embargo la sensibilidad, la identificación con la propia historia y cultura, el esfuerzo por mantener el patrimonio común, han hecho que la Asociación Amigos del Serrablo, a pesar de las dificultades que todo lo altruista padece en este momento, haya sido capaz de restaurar una gran cantidad de monumentos, unos grandes logros materiales y un aporte decisivo a la historia del Serrablo, de Aragón y de España.
Amigos del Serrablo es una asociación cultural que se dedica, entre otras cosas, a la rehabilitación de iglesias y ermitas dispersas por la zona del Serrablo aragonés.
La comarca de Serrablo se asienta de lleno en el Pirineo aragonés, al norte de la provincia de Huesca. Ocupa buena parte de la depresión intrapirenaica, quedando delimitada al norte por las Sierras Interiores (Limes, Telera y Tendeñera) que confrontan con el valle de Tena, al sur por las Sierras Exteriores o Prepirineo (sierras de Javierre, Monrepós y Guara) que en sus vertientes meridionales otean la Hoya de Huesca, siendo la Jacetania y Sobrarbe las comarcas que le amparan a oeste y este. El río Gállego es su arteria fundamental con un recorrido de unos cuarenta kilómetros desde Biescas hasta Anzánigo. Debido a su orografía podemos distinguir ocho zonas bien diferenciadas: Sobrepuerto, Sobremonte y el alto valle del Aurín, las tierras más elevadas asentadas al amparo meridional de las Sierras Interiores; la Tierra de Biescas, Galleguera, valle de Basa y Guarguera, la zona de valle y más llana de la comarca; y La Sierra, la parte más meridional al cobijo de la cara norte de Guara.
( Fuente: Asociación Amigos del Serrablo)
Este territorio posee una gran riqueza monumental, decenas de iglesias medievales, mozárabes y románicas, patrimonio que esta Asociación se encarga de identificar, estudiar, cuidar, rehabilitar y mantener.
Acaba la misa en Oliván. La bella iglesia tiene, como muchas de este territorio, el pequeño cementerio local junto a sus centenarios muros. Viejas tumbas de seres, personajes con historias propias que nutrieron con sus vidas la esencia de estos lugares y que tras su muerte alimentan su tierra y descansan junto a los cimientos de la iglesia en la que fueron bautizados cerrando así un círculo vital al que sus descendientes hacen hoy homenaje y memoria.
Al final, a la salida, junto al pórtico de la iglesia, se reparte a los asistentes “la caridad”: un pedazo de torta y un vaso de vino rancio. El sol, veraniegamente fuerte y generoso, nos ilumina a todos.