La fila para entrar a Coppelia para tomar un helado es inmensa. Bajo el sol habanero de medio día un gran número de personas disciplinadamente alegres se alinean de manera ordenada. Estimulados por su mítica fama, potenciada por la película “Fresa y Chocolate”, visitamos la catedral del helado cubano. Al poco de acceder a La Rampa se divisa la fila de personas que sale del pequeño parquecito en donde está ubicada la heladería.
La guía lo indica pero antes de buscarla unos simpáticos habaneros tras los que nos colocamos nos insisten en que vayamos directamente a una de las puertas porque los extranjeros pasamos sin esperar el turno. Con cierta sensación de bochorno por lo que consideramos medida poco equitativa vamos hacia la entrada y un guardia de seguridad nos indica “recto y a la izquierda”. No solamente hay entrada libre para los no cubanos sino que también una pequeña instalación diferente, específica para los turistas, sin esperas ni otras molestias.
He preguntado si se puede hacer fotografías y el guardia del control me dice que no hay problema. Mientras mis amigos se ponen ciegos de helado, yo no soy muy aficionado, me pierdo por el amplio complejo fisgando la parte dedicada a los cubanos y disparando mi cámara. Después de alguna pequeña conversación “You are from?, España, tengo aspecto de gringo?, Oh helmano! mira chico, es de la madre patria!” vuelvo a buscar a mis compañeros. Un cubano vestido con un polo rojo y el anagrama de Coppelia me sale al paso. Me dice, muy educado, que me ha visto hacer fotografías.
- Sí, he hecho varias…
- Es que no se pueden hacer.
- Su compañero a la entrada me dijo que sí…
- Pero no aquí adentro. No se puede fotografiar a las personas. Yo le hacía señas pero usted no ha debido verme.
- No, no le he visto…pero si quiere borro las imágenes.
- No es preciso, no se preocupe.
- Pero, por qué no se puede fotografiar?
- A las personas no.
- Ya, pero no son primeros planos, son fotografías de conjunto, de Coppelia con sus clientes…
- No, no se puede.
- Y por qué?
- No se puede señor.
Como temo que se eternice el por qué y el no se puede, le agradezco su amabilidad y salgo a buscar a mis amigos que han dado cuenta de numerosas de bolas coloridas de múltiples sabores bajo una generosa sombra.
Antes de comer Eric nos lleva a la Plaza de la Revolución. Una de las mayores superficies del mundo, la originalmente denominada Plaza Cívica construida en la época de Fulgencio Batista, está prácticamente vacía. Los rostros gigantescos de Ernesto Che Guevara y de Camilo Cienfuegos nos miran desde su emplazamiento vertical. Tras nosotros José Martí en una elevada atalaya a la que subimos para fotografiar la inmensa superficie plana, blanca y vacía que tantas veces hemos visto en los medios de comunicación a rebosar de personas en manifestaciones, discursos eternos de Castro, conciertos musicales…
Protegido por la sombra de una singular torre tras José Martí intento buscar, recoger, la fuerza telúrica que se concentra en este lugar mágico en el que tantos miles, millones, de personas han unido espíritu y voces, presencia, ilusiones y luchas. La historia de las civilizaciones en las que en momentos decisivos un colectivo se alza sembrando de esperanza el horizonte, inclinando la balanza en un sentido u otro. Tanta gloria, tanto dolor, tantas vidas…aquí o allá, mereció la pena?…
Cerramos aquí el círculo que comenzamos en la mañana en el Museo de la Revolución. Viejas fotografías, documentos, armas, nombres, fechas…historias de heroísmo, de lucha, de muerte, de triunfo y derrota.
Como ocurre todos los días tras un amanecer jubiloso llega la noche oscura. También en la historia de las naciones. Y a esta plaza rodeada por la memoria de estos revolucionarios muertos, hoy también llegará la noche en cuya oscuridad se encenderá la luz incandescente de miles de estrellas.
Ha caído la tarde y entramos en Floridita en busca de conclusiones y daiquiri. Blanco y negro otra vez. Siguen los elegantes hampones apoyados en la barra rodeados de bellísimas mujeres junto a un Heminway silencioso. La trova en una esquina se entrega de nuevo a Chan-Chan mientras en nuestra mesa se van acumulando copas vacías y debate.
Al salir la ciudad es colorida y mis amigos prenden un nuevo Cohiba. Alguien nos pide unos pesos “para leche” y más allá nos ofrecen cigarros a buen precio. Por el Paseo del Prado bellas muchachas, seguidas de cerca por policías tristes, nos ofrecen “un chupi?, un drink?, un massage?…”.
En el hall del hotel saludo a Lansky y a Capone que siguen vigilantes desde sus cárceles sepias y verticales.
La noche cae sobre La Habana.