Veo hoy en la prensa una fotografía de un miliciano ukranio ( perdón, de la República Popular de Donetsk) que arma al hombro se despide con un abrazo de su familia. Veo también otra de un barrio, Shuyaiya, de Gaza que simplemente es un inmenso montón de escombros tras los bombardeos israelitas.
Recuerdo fotos similares tomadas en la Barcelona de 1936 en las que se ve cómo milicianos del Ejército Popular se despedían de sus familias antes de ir al frente de batalla, o de la ciudad alemana de Dresde destruida tras los salvajes bombardeos de los aliados.
Seguimos igual después de tantos años, miles desde que Caín le quebrara la crisma a Abel a golpes de quijada equina, con la ventaja de que hoy los métodos de matar están técnicamente mejorados y con mucho menor esfuerzo se acaba con un mayor número de indeseables.
Gervasio Sánchez publica hoy, 27 de julio, su primer capítulo en una serie sobre escenarios bélicos europeos en el Heraldo de Aragón. Y en el texto, magistral como todo lo que Gervasio escribe y/o fotografía, dice:
“Las estadísticas son muy frías. Aseguran que el siglo XX postró para siempre a 43 millones de soldados y a 62 millones de civiles”.
La capacidad destructora del hombre es infinita. Las ideologías, las religiones, los dogmas, la intolerancia, el fanatismo, son capaces de eliminar generaciones enteras. Las guerras, al final, son provocadas por los políticos y los militares. Pero en, general, los dirigentes políticos y los generales, y sus familias y allegados, son los que salvan vida y hacienda. Siempre hay un avión o un barco que en el penúltimo momento –y a veces antes- les aleja convenientemente del peligro. Atrás quedan campos de batalla repletos de cadáveres anónimos con y sin uniformes. Y tapias en las que se acaba (…o “ultima”, término delicioso que emplean los latinoamericanos…), con los que han sobrevivido al matarratas colectivo.
Después, como la historia la escriben los vencedores, hay explicación correcta para todo.
A pesar de que los términos “ Paz, Piedad, Perdón” no son escuchados ni entendidos por los vencedores siempre, en éstos, se establece una peculiar manera de ayudar a los vencidos. El primer Proyecto Oficial de Cooperación Internacional fue el plan Marshall tras la 2ª Guerra Mundial. Le han seguido muchos que siguen la máxima ”yo destruyo y luego construyo”.
No deja de ser un buen negocio. Las empresas de los vencedores suelen ser las que se reparten el pastel.
Y además los vencidos deben de estar eternamente agradecidos.