Una visita al complejo arqueológico de Atapuerca emociona al menos sensible y hace que la visión sobre la propia existencia provoque una reflexión obligada. Conocer las vicisitudes de la aparición de la especie humana sobre la tierra llena de certezas y de incógnitas ese pensamiento, esas gastadas –por reiteradas- preguntas de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Todo nos lleva, paso a paso, a constatar nuestra endeble naturaleza actual, las grandes necesidades que la sociedad moderna ha creado, lo diminuto y fugaz que es nuestro paso por la tierra en el que, aunque creamos lo contrario y en el mejor de los casos, apenas influimos en la evolución de la especie.
Desde el origen del hombre pequeñas, aunque trascendentes, modificaciones se han ido produciendo en periodos de miles y miles de años. El ser humano de los últimos siglos sufre la impaciencia de saber que muchas cosas no cambiarán en este corto espacio, despreciable en lo relativo, que supone la vida más longeva.
Y a pesar de toda la explosión tecnológica, de los avances y descubrimientos que se suceden a diario seguimos siendo seres perplejos a los que la tecnología del desarrollo moderno poco, o nada, cambia.
La evolución no se mide por unos cuantos siglos sino por miles y miles de años. Hubo momentos de inflexión, sólo dos o tres, en los que unos pocos descubrimientos cambiaron drásticamente el curso de la humanidad. El fuego, los instrumentos de piedra…apenas nada más, fueron claves para que aquellos hombres comenzaran una existencia muy diferente y de su adaptación al medio con los nuevos recursos se dieran cambios evolutivos de los que determinaron la existencia del hombre moderno más débil, mucho menos capaz de sobrevivir a medios tan hostiles como era entonces el planeta, rodeados de centenares de recursos tecnológicos.
Después de una sucesión de millones de inventos no se ha modificado la esencia del hombre como lo hicieron para aquellos antecesores de nuestra especie el fuego o los humildes instrumentos de sílex.
Traducido en las palabras de un erudito, el Profesor D. Antonio Beltrán Martínez, el hombre apenas ha evolucionado desde el neolítico.
Después de conocer Atapuerca y el Museo de la Evolución Humana de Burgos esa afirmación es más que una conjetura exagerada.
Es una verdad como un templo.