Sólo hay que mirar un mapamundi, un globo terráqueo, para ver lo alejado que está Japón de España. Por la derecha, por la izquierda, por arriba o por abajo…por donde quiera que se mire se comprueba que es cierta la letra de la canción «Japón» de los divertidos «No me pises que llevo chanclas»: El Japón, mira que está lejos Japón…
Estando tan alejados, con un origen y una historia tan diferente a la nuestra, el choque vivencial y cultural se supone que es importante tras la inmersión en esta sociedad, tan distinta en muchas cosas pero sorprendentemente cercana en otras.
TOKIO. VISTA PARCIAL


Esta gran nación está fragmentada físicamente en numerosas islas, 6.852 en total con 5 fundamentales: Hokkaido, Honshu, Shikoku, Kyushu y las islas del Sudoeste; esta ubicación insular ha configurado el carácter de sus habitantes a lo largo de los siglos. Además, la lejanía y el aislamiento impidió la llegada de misioneros cristianos; tampoco hubo ninguna invasión militar por parte de otros países hasta la II Guerra Mundial. Por estas razones fundamentales Japón ha conservado una idiosincrasia en su cultura, en sus características sociales y vivenciales, mantenidas hasta hace relativamente poco tiempo, hasta que tras el conflicto bélico mundial, la interacción socioeconómica con el resto del mundo y el gran desarrollo de los medios de comunicación, han permitido un interesante intercambio mutuo.
Sin embargo su profundo enraizamiento en las costumbres persistentes a lo largo de los siglos permite que, en la actualidad, modernidad y tradición convivan estrechamente, lo que hace que para el viajero sea una sociedad muy atractiva y en ocasiones difícil de comprender.






La historia de Japón es la de una sociedad estructurada de manera muy jerárquica; una sociedad en la que prima el grupo sobre el individualismo, que busca una armonía en la que los intereses individuales quedan en segundo plano. A esto también ha contribuido la religión; la influencia del budismo y del confucionismo han potenciado la austeridad, la armonía social y el sentimiento del deber por encima de los íntimos sentimientos personales.
Japón es montañoso, con poco territorio llano en el que se acumula la población. A este espacio físico se suma el desplazamiento del campo hacia las metrópolis, de tal manera que en la actualidad el 75% de la población vive en las grandes ciudades, algunas gigantescas como Tokio (unos 13 millones de habitantes, 38 millones teniendo en cuenta su área metropolitana) que en su crecimiento se han imbricado con los extrarradios de las más cercanas, como ocurre en Yokohama, Kawasaki y Tokio, en las que ya no hay una separación concreta.

Con este desplazamiento a las ciudades sólo 1 de cara 4 japoneses vive en el campo y, como en otros países, existe una tendencia actual a la vuelta de la ciudad al campo en determinados grupos sociales.
La política nacional de inmigración es muy estricta y son pocos los extranjeros que viven legalmente en Japón, se calcula unos 2 millones, en su mayor parte coreanos, seguidos por chinos, taiwaneses, brasileños y estadounidenses.
En su historia reciente Japón, como el ave Fénix, supo surgir de sus cenizas. Literalmente además, porque tras el conflicto bélico mundial quedó totalmente arrasado. Contribuyó la personalidad del japonés: un pueblo extremadamente trabajador, autoexigente, con un gran afán perfeccionista y con un alto sentimiento de grupo. Ayudaron las políticas gubernamentales de protección industrial y la importante inyección de dinero que recibió de EEUU por la colaboración prestada durante la guerra de Corea.
La sociedad japonesa ha envejecido, la esperanza de vida es de unos 84 años y más del 20% de la población supera los 75 años. Paralelamente hay una importante disminución de la natalidad. Se calcula que si los índices siguen el ritmo actual, para 2050 la población habrá disminuido en 80-100 millones de habitantes. Ahora, el 70% de los japoneses entre los 18 y 34 años viven sin pareja y no es algo que no les preocupe. Los menos optimistas señalan una sociedad con tendencia asexual y entristecida.
En la película «La balada de Narayama» se muestra un Japón rural del siglo XIX. Los ancianos que ya no tienen dientes son llevados a la cima del monte Narayama para que mueran y aliviar, así, la dura vida de la familia al no tener que cuidarlos y alimentarlos. En la sociedad tradicional japonesa el cuidado de los ancianos quedaba en manos del primogénito. Sin embargo, en la actualidad, esta costumbre va desapareciendo en favor de las «casas de ancianos» o la vida de éstos en soledad. Ni más ni menos como en occidente.
Posiblemente la moderna tecnología que acompaña la vida de la sociedad japonesa contrasta acusadamente, sobre todo para un observador extranjero, con la coexistencia de tradiciones y usos ligados al pasado.

Tras los momentos críticos que experimentó la sociedad japonesa en la década de los 90 por factores económicos, desastres naturales y atentados terroristas, se apreció una evidente caída del corporativismo, un derrumbe de las creencias tradicionales y un desarrollo de actitudes individualistas. A partir de ahí se dieron comportamientos radicales de costumbres en los más jóvenes que, fundamentalmente en las grandes ciudades, adoptaron posturas muy vanguardistas alejadas de sus tradiciones y tendentes hacia los gustos occidentales. Ejemplo son el desarrollo de numerosas tribus urbanas como las «cosplayers», «gals», «harajuku» o las llamadas «lolitas» que nada tienen que ver con la figura de la novela de Nabokov y sí con una estética peculiar que apareció en la década de los 80.







A pesar de estas tendencias es muy alto el número de personas que en alguna ocasión visten kimono, algunos fabricados con tejidos decorados con figuras del «manga», la persistencia de las huidizas «geishas», los locales en los que se acude a acariciar gatos, el gusto por manifestaciones artísticas que se enlazan en un mundo zen como el arreglo floral, el «ikebana», la ceremonia del te, la búsqueda del relax escuchando el canto de los grillos, la asistencia a los rituales en templos o santuarios indicados por la tradición y, en definitiva, todo aquello que desarrolle el aspecto espiritual de la persona. Muchas familias buscan espacios para relejarse de la presión urbana en las termas, «onsen», o en los hoteles tradicionales, «ryokan», alejados del bullicio y ritmo alocado de las ciudades en los que vestirán traje tradicional, dormirán en habitaciones de paredes deslizantes de papel traslúcido y suelo de tatami y degustarán una sana y antigua gastronomía.


El espíritu, la faceta religiosa, se manifiesta en los templos budistas, la religión que dicen «del más allá» o en los santuarios sintoístas, la religión de «esta vida» a los que se acuden para los asuntos cotidianos, por ejemplo, buscar la protección de los dioses cuando compran un nuevo automóvil.
Todo convive con la activa presencia de tecnología de vanguardia, con la multitud de máquinas dispensadoras de cualquier tipo de artículos o comida, con los numerosos salones de juegos electrónicos de todo tipo en donde los adolescentes pasan horas o la costumbre adictiva para los adultos de las salas ensordecedoras del «pachinko».


El cuidado del grupo implica un civismo acusado y un interés muy alto por la salud del medio ambiente. Al visitante le llamará la atención el comportamiento socialmente educado, la escrupulosa limpieza de los espacios comunes, de los aseos de la «izakaya» más humilde, del metro, de las calles de ciudades superpobladas. El reciclaje de los residuos domésticos es eficaz; las manos se lavan en el agua que llenará luego el depósito de los inodoros, la de las bañeras se empleará para las lavadoras.
El ritmo del campo sigue los eternos ciclos del día, la noche y las estaciones. En las ciudades la vida es mucho más compleja. El japonés está absorbido por el trabajo: seis días a la semana, muchas horas al día que en conjunto con los desplazamientos desorbitados hacen que el tiempo de estancia en el hogar y la convivencia familiar sean muy escasos. Es la razón fundamental por la que las mujeres suelen cursar carreras universitarias cortas que luego abandonan, son las que se ocupan de la economía doméstica, de la organización familiar, del cuidado de los hijos y las relaciones familiares y de vecindad. Es frecuente que la mujer trabajadora deje su empleo tras el matrimonio o después del nacimiento del primer hijo. También está apareciendo la figura de la mujer que se reincorpora al trabajo cuando los hijos han crecido y no necesitan sus cuidados. Japón no es especialmente fácil para las mujeres, existe mucha discriminación de género, en las empresas apenas hay mujeres en puestos directivos, los salarios son inferiores al de los hombres y los varones japoneses no desean matrimonios con mujeres ejecutivas. En el Parlamento sólo hay un 9% de representación femenina.
Como muchas otras cuestiones, la actitud femenina respecto a su promoción personal está cambiando. Optan ya por carreras universitarias de características similares a las masculinas y muchas tardan en acceder al matrimonio o, simplemente, no se casan, al preferir un completo desarrollo profesional.
La educación primaria y secundaria es gratuita, abarcando hasta los 15 años. El bachillerato, de los 15 a los 18 años, en la educación pública es de pago y ciertamente caro. Las universidades tienen precios muy altos; generalmente los estudiantes universitarios combinan la subvención familiar de sus estudios y residencia, con trabajos ocasionales para sus pequeños gastos.
Es una sociedad estricta, con una importante presión sobre los resultados académicos que comienza de inmediato tras el acceso a la escuela primaria. El estrés que provoca ha hecho famosa la figura del «hikikomori», el adolescente inadaptado que se aísla del mundo encerrado en su casa, sumergido en las pantallas informáticas.
Nada aquí es gratuito; el precio puede ser el esfuerzo, el trabajo, el estrés o el dinero, contribuyendo todo al desarrollo colectivo. La sanidad, excelente, es pública pero el asalariado debe de contribuir a los actos médicos con un 30% de su coste.
Aunque es un mundo muy cambiante, todavía existe un amor reverencial por la empresa como influencia del confucionismo: el respeto a los padres, profesores, jerarquías y antepasados. La empresa se vislumbra de esta manera, como un valor patriarcal al que no se debe defraudar, lo cual, en parte, provoca estrés al no poder cumplir, a veces de manera inevitable, las expectativas. A la empresa se le entrega la existencia, el esfuerzo, la dedicación absoluta, un importante horario, cualquier sacrificio; es un auténtico honor en pertenecer a la misma durante toda la vida laboral.
La tasa de desempleo es baja, Japón no ha sido ajeno a las crisis económicas pero han provocado pozos de miseria en su sociedad. En Tokio hay muchas personas sin hogar que viven en refugios de fortuna construidos con cartón y plástico, a los que aplican, pobres pero decorosos, un estricto orden y limpieza.
Una gran nación con muchos aspectos esplendorosos pero también con sus zonas oscuras. La presión social contribuye a unas altas tasas de suicidio, de ejecutivos quemados, fenómenos depresivos en las mujeres dedicadas al hogar y jóvenes desarraigados.
Una viva sociedad en equilibrio entre una fulgurante modernidad y un profundo anclaje a la tradición que se manifiestan de manera simultánea. Un atractivo contraste que fascinará a quien lo visite con los ojos abiertos y ausencia de prejuicios.
© CHUAN ORUS 2021
