«Viajar te deja sin palabras y después te convierte en un narrador de historias»
Ibn Battuta
Es agradable caminar descalzo sobre las limpias losas del recinto, disfrutando de la paz que se respira en este lugar. Los colores dorados y blancos predominan en todas las estructuras casi laberínticas que componen el centro sagrado. Está cayendo la tarde y los tonos cromáticos van cambiando según la incidencia del sol. La pequeña monja de cabeza rapada y túnica blanca sigue con sus rezos envuelta en el humo azulado de sus varillas de incienso. Junto a ella, una mujer joven de rodillas, encogido su cuerpo en el suelo. Pasan grupos de monjes de cabezas afeitadas y túnicas naranjas.
SHEWEDAGON PAYA (FOTO JPB)
Sentado en unos escalones por los que se accede a una especie de capilla contemplo extasiado el mundo que se muestra ante mis ojos. Estoy en la gran estupa budista de Shwedagon Paya, uno de los lugares más sagrados del budismo en el que, entre otras reliquias, dicen que se guardan ocho cabellos de Gautama Buda. En torno a mí; devotos adorando a las imágenes, hombres y mujeres paseando, monjes, familias enteras que hacen ofrendas a las estatuas budistas y a otros símbolos religiosos que llenan el amplio recinto. Enfrente, una monja budista prende un manojo de varillas de incienso en las velas que arden rodeando a la gigantesca punta cónica de la estupa. La situación del templo, en la cima de una colina sobre la ciudad de Yangón, y el brillo dorado por las 27 toneladas de pan de oro que revisten la cúspide, hace que se vea desde cualquier punto de esta destartalada ciudad.
Cada cual a lo suyo, nadie se fija en los extranjeros; aquí somos transparentes, ni molestamos ni nos molestan. Sólo algún niño nos mira con curiosidad y simpatía.
Estoy la ciudad de Yangón, la mítica Rangún de años atrás, en el actual Myanmar, antes Birmania. Hoy es 8 de noviembre de 2015 y al llegar al país nos han dado una cordial enhorabuena por ser testigos de este momento histórico, las elecciones democráticas que hoy vive este país.
Yangón es una ciudad caóticamente irregular de calles bulliciosas repletas de puestos de comida, mercados, templos, denso tráfico, obras y atascos. Esta mañana, cuando las ruedas del avión han tomado contacto con la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional, el cielo estaba cubierto y caía una ligera lluvia. Desde el aire he visto la ciudad extendida entre colinas verdes, densos arbolados, abrazada por la curva del río Yangón. Luego ha salido un sol de fuego llenando de calor y color el paisaje.
Muchos años atrás, cuando los británicos ocupaban la India, por diversos motivos el ejército birmano traspasó la frontera hindú. Los británicos atacaron y progresivamente tomaron Birmania en las llamadas guerras anglobirmanas que ocurrieron entre 1824 y 1885. Colonia desde entonces, componente de la Commonwealth, no obtuvo la independencia hasta el 4 de enero de 1948.
Hay una parte de la ciudad que obedece al diseño colonial, con calles rectilíneas distribuidas en cuadrículas, en las que persiste la arquitectura de aquella época; otra se pierde en estructuras laberínticas y extrarradios de asentamientos chabolistas. Un tren circular rodea la ciudad, unos 50 km durante tres horas, y es una estupenda oportunidad para conocer sus extremos con una perspectiva diferente junto a la compañía de miles de personas que utilizan diariamente este medio de transporte. Por las ventanas desfilan zonas residenciales, barrios anónimos, suburbios inmediatos a la vía férrea y campos de arroz en los límites de la ciudad

En el Chaukhtatgyi Paya un Buga gigantesco (65 metros) sigue acostado esperando la eternidad y la visita de curiosos y devotos. Junto a sus impresionantes pies con las plantas llenas de símbolos hay un pequeño altar dedicado a un santo, Ma Thay, que tenía el poder de detener la lluvia y devolver sanos y salvos a los marinos. Como en todos los santuarios, templos y estupas, aquí se mezclan en un pacífico desorden, los monjes, los devotos, los curiosos, los ociosos y los escasos viajeros que llenamos los ávidos sentidos de exotismo, curiosidad y belleza.
Por doquier monjes y monjas, templos, símbolos, imágenes religiosas…en el primer contacto con Myanmar destaca su patente espíritu religioso. Sin embargo, esta nación, tan realmente espiritual habitada por pacíficos ciudadanos, arrastra una historia de violencia crónica. La larga presencia del ejército en el poder ha provocado constantes protestas de trágicas consecuencias. Uno de los hechos más luctuosos se produjo en 1988 cuando murieron más de 3.000 personas en enfrentamientos con los soldados. Las protestas de 2007, apoyadas y encabezadas por monjes y monjas budistas, tuvieron como consecuencia una gran represión, la muerte de 30 personas por disparos, entre ellas 3 monjes y un fotógrafo, y una unánime y airada condena mundial.
Una tela enrollada en la cintura, el «longyi», es utilizada por muchos hombres, también por mujeres, siendo una seña de identidad birmana. Las mujeres se aplican, muchas veces con artísticos dibujos, una pasta vegetal en la cara llamada «tanaka». Se obtiene mezclando la corteza triturada de un árbol con aceite. Su aplicación, además de costumbre social desde hace más de 2000 años, sirve como cosmético, protector solar y como prevención de picaduras de insectos.



MUCHACHOS BIRMANOS. LONGYI Y TANAKA (FOTO JPB)
El colorido de los mercados al aire libre es soberbio. Frutas, verduras, puestos callejeros en los que se venden pescados y carne, en su inmensa mayoría pollo y cerdo, y otros productos menos habituales para nosotros: encontramos una especie de saltamontes de buen tamaño, fritos, embadurnados en una pasta oscura. Infinidad de puestos de comida llenan las calles, una costumbre extendida por todo el sudeste asiático, en los que una gran mayoría de las personas hacen allí toda o parte de su alimentación cotidiana; en las casas se cocina poco.






MERCADOS CALLEJEROS. YANGÓN (FOTO JPB)
El sol inclemente va desapareciendo y en la plaza del ayuntamiento, centro de los edificios coloniales británicos, hay un cuidado y extenso jardín en el que centenares de personas disfrutan descansando sobre la hierba. Junto a los edificios de arquitectura de corte europeo se alza la dorada estupa del Sule Paya, un templo de más de 2000 años de antigüedad en el que, a estas horas de la tarde, se ve un intenso tráfico de personas. Este es uno de los grandes contrastes de este país, la combinación de modernidad y tradición integrados de forma indisoluble en el espíritu birmano.
CENTRO COLONIAL DE YANGÓN. PUESTOS DE COMIDA CALLEJERA. (FOTO JPB)
Los vendedores de comida sirven cuencos de fideos. Por las aceras pasan monjes de túnicas naranjas.
Ya se ha puesto el sol y ha cesado el calor. Es un buen momento para volver a la estupa de Shwedagon Paya iluminada en la noche.

(Continúa en siguiente entrada)
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