En el Rajastán, cerca de la ciudad de Bikaner, se puede visitar uno de los espectáculos más insólitos del continente indio
, el templo de Karni Mata.
Según la tradición Karni Mata, encarnación de Durga (aspecto de la esposa de Shiva) pidió a Yama, dios de la muerte, que resucitase al hijo de un relator de cuentos. Yama se negó y Karni Mata, al parecer muy enfadada, reencarnó a todos sus seguidores muertos en ratas con objeto de privar a Yama de almas humanas.
Una pequeña parte de ese universo abigarrado y divertido de las deidades hinduistas.
Desde Bikaner un taxi nos lleva en un corto viaje hasta Deshnok, la pequeña ciudad en la que se encuentra el templo. El taxista que no habla otra cosa que indi, nos deja, tras una conducción escalofriante, en la misma puerta.

TALLA EN PLATA EN LAS PUERTAS DEL TEMPLO
Nos sorprende ver el gran número de personas que hacen fila para visitar el templo. Somos los únicos extranjeros y llamamos poderosamente la atención, los indios nos sonríen, nos saludan y muchos quieren fotografiarse con nosotros.
Hay que descalzarse, es un lugar sagrado, y en la apretada fila para acceder al interior del templo alguna de las ratas pasan por encima de nuestros pies. Nos enteramos luego que es una señal de buena suerte; también es un buen augurio ver una rata blanca: es la encarnación de Karni Mata.
Hay tantos roedores que el máximo cuidado es no pisar ninguno, evitar que se defienda mordiendo o matarlo porque, en ese caso, hay que entregar al templo una réplica de oro o plata.
El templo es anodino, no destaca por su arquitectura, sus estatuas o pinturas; lo extraordinario es la presencia de miles de ratas, algunos las cifran en más de 20.000, corriendo por el suelo, peleando, en grupos, saliendo a borbotones por agujeros, atravesando los corredores entre los pies de los visitantes, comiendo por los rincones lo que los peregrinos les arrojan. El suelo, como es lógico, está lleno de suciedad, comida, orina y excrementos.

RINCON DEL TEMPLO
Los visitantes adoran la figura de Karni Mata, accesible sólo a los hindúes, a la que hacen ofrendas, pasean por el templo y reparten comida a los roedores. Escuchamos agudos chillidos de unas jovencitas a las que las ratas pasan sobre sus pies.
En uno de los rincones los roedores se colocan ordenadamente alrededor de un cuenco lleno de leche.
Una pareja sentada sobre el suelo conversa sin hacer caso al paso de las ratas junto a ellos. Un pequeño grupo musical se encarga de interpretar melodías religiosas. Sobre el patio han colocado una malla metálica para evitar que los pájaros desciendan a comer con los roedores; por la superficie de la red vemos a varios conviviendo con palomas.
La visita no deja impasible a nadie: sorpresa, aprensión, asco, repulsión, miedo…con todo, se trata de un lugar sagrado, un lugar de culto.
Salimos con los pies más que sucios pero, por suerte, intactos. Colocarse de nuevo los zapatos exige la precaución de mirar bien el interior, alguna rata puede estar allí refugiada.
El taxista ha estado esperándonos y nos lleva de nuevo a Bikaner El viaje de vuelta es mucho más escalofriante que el de ida: es ya de noche y nos cruzamos con decenas de coches sin luces, no se ven los límites de la carretera y el hábil conductor nos regala unos adelantamientos espectaculares.
Una visita muy recomendable en la India profunda para recordar siempre.

FAMILIA INDIA
© (texto y fotos) CHUAN ORUS