Paso la mañana rodeado de ruina, de escombros vitales, de restos de naufragios, de apéndices rotos, de recuerdos quebrados. Cientos, miles de fragmentos que como la estela cósmica de un cometa han ido dejando a su paso innumerables vidas y han quedado desperdigados, aislados, flotando en la nada. Soy un voyeur
acercándome a unas ventanas invisibles a través de las que veo las profundidades más íntimas; un Diablo Cojuelo que levanto tejados y penetro en habitaciones cerradas a cal y canto en las que se desarrolla la ceremonia de la vida. En la pantalla, en la retina de mi pensamiento, hombres y mujeres se desnudan, se visten, comen, duermen, fabrican sueños, procrean niños gorditos y niñas de piel sonrosada, viajan, trabajan, discuten, matan, rezan, mueren. El gran escenario en el que se desarrolla la inmensa comedia, drama, tragedia, de la vida. Miles, millones de actores, cada uno con su propio papel en un guión colectivo escrito por el azar en este irregular y caprichoso reparto.
Estoy cerca de Pau, en el pueblo francés de Soumoulou en el que todos los primeros domingos de cada mes los anticuarios, los brocanteurs, montan su particular mercado. No se trata, aunque hay, de un verdadero mercado de antigüedades; es más un mercadillo heterogéneo en el que se encuentran objetos valiosos, junto con chatarra inservible. Eso le aporta su encanto porque tiene más sentido vital que aquellos en los que la antigüedad es un objeto artístico, habitualmente caro, que se ha cuidado y se ha prestigiado aportando belleza y dinero.
Aquí no. Aquí están, como en el pecio de un barco mercante hundido, fragmentos de vida, trozos de personas, huellas del destino, objetos caducos que un día se proclamaron inservibles y que manos amorosas y hábiles vuelven a la vida, como una reencarnación, para ser de nuevo, de diferente o parecida manera.
Todos los objetos plantean preguntas, interrogan, hablan.
Muñecas que un día fueron acariciadas por niñas que las acunaron, que las vistieron, que les dieron de comer, que cuidaron mientras estaban enfermas. Esas niñas, si todavía viven, serán ahora ancianas; habrán tenido vidas diferentes, amores, desengaños, carreras brillantes, pozos de desgracia, felicidad, hijos, maridos, amantes clandestinos. Aquí, ahora, las muñecas que un día abrazaron me miran y me trasmiten desde su soledad actual todas esas vivencias de sus entonces dueñas de las que, por miles de razones, fueron apartadas.
Hay cajones repletos de fotografías. Cada una es un poema, una novela, un relato, una obra de teatro. Todo aprisionado en un tiempo congelado en el que hombres y mujeres han quedado para siempre inmóviles, con la vida eterna colgada de sus ojos, de sus miembros estáticos, de sus sonrisas inmutables. Abrigos, gabardinas, camisas, blusas, sombreros, zapatos. Detalles analíticos que traducen un tiempo, paisajes convertidos en escenarios en los que los protagonistas ejecutan esa obra maestra que dura una mínima fracción de un segundo; actores secundarios repartidos por las esquinas, algunos desenfocados, borrosos, unos formando parte de esa obra, otros llevados allí por el azar y ejecutados en esa fracción mínima de un segundo para permanecer eternamente sin poner otra emoción que un rostro y un cuerpo borroso. Fotos de bodas en las que casi es posible escuchar el suave roce de la seda, rostros con labios brillantes y ojos llenos ilusión, también de miedo. Sonrisas forzadas, composiciones extraídas de un clasicismo barroco, decorados surrealistas, búcaros con flores sin vida, papel o plástico, y la incógnita del tiempo que entonces comienza a correr hacia el destino, hacia el azar; el desarrollo del drama que jamás sabremos hasta dónde llegó, si hubo momentos felices, si la ilusión permaneció o se fue ahogando y todo acabó en naufragio con el tedio carcomiendo las miradas, las palabras y la vida. Porque lo que vemos sólo ha durado el fragmento minúsculo del tiempo en el que la película ha sido expuesta a la luz y, como plantea Sontag, “Esa es la superficie. Ahora piensen – o más bien sientan, intuyan- qué hay más allá, cómo debe de ser la realidad si esta es su apariencia. Las fotografías que en sí mismas no explican nada son inagotables invitaciones a la deducción, la especulación y la fantasía”
Todo destila melancolía en cuanto el espectador pueda ver más allá de la realidad actual de estos objetos.
Lámparas que iluminaron noches de amor, de miedo, de enfermedad, de soledad, de fiesta. Bastones que soportaron cuerpos doloridos, sillas, sables enmohecidos que nunca combatieron, carteles llamando a la guerra, platos, libros, navajas que arrancaron vidas o cortaron rebanadas de pan, sábanas que envolvieron sueños y pasiones, enfermedades, muertes, botellas vacías, sombreros, monedas antiguas, viejas escopetas…todo lleno de huellas del pasado, de personas que tuvieron rostros y nombres, historias tan diversas como desconocidas.
Objetos solitarios en plena agonía que piden a gritos una nueva vida. Ser de nuevo, volver a retomar su lugar, injertarse en un sueño ajeno como última oportunidad de sobrevivir.
Sigo a una bella muchacha francesa. Va, como yo, paseando entre los centenares de objetos, mirando aquí y allá sin demasiado interés. Se entretiene simplemente. Me llama la atención el encanto francés que desprende y la indolencia que parece expresar frente a los objetos. Hay otras personas que devoran febrilmente el contenido de los puestos de los brocanteurs: miran, cogen, palpan, estudian por todos los ángulos, piensan, regatean, compran. Pero la muchacha no. Pasea con los brazos cruzados, despacio, repartiendo su bella mirada por la heterogénea mercancía. Examina alguna cosa pero hay momentos en los que trasmite sensación de aburrimiento.
Al final parece interesarse por algo y se inclina sobre una garrafa de cristal verde. La coge, la estudia y sin apenas regateo paga al brocanteur y la sostiene en sus brazos como si fuera un frágil bebé. Residuo de vida rescatado, nueva función para un objeto muerto, intento imaginar dónde vivirá ahora: ¿junto a una chimenea, en un jardín? ¿Y quién es esta hermosa mujer? ¿Por qué precisamente está ella, aquí y ahora? ¿De dónde viene? Todo es misterio para el observador. Hasta los propios objetos pueden no ser lo que parecen porque en su destino final van a modificar su naturaleza.
Todo es misterioso, lo pasado, lo presente y lo futuro. Arranca un punto y aparte, una nueva oportunidad para todos estos cacharros multiformes, oxidados, descoloridos, inútiles para algunos, útiles para otros. Huellas de vidas anónimas, herencia de naúfragos, colección de millones de historias personales confluyendo en este mercado dominical, que hace volar la capacidad imaginativa y alimenta poderosamente la reflexión.

SIEMPRE SE ENCUENTRA ALGO ÚTIL AUNQUE SOLO SEA DESCUBRIR LA BELLEZA DE LO APARENTEMENTE INÚTIL
Pero que bien escribes,plasmando los sentimientos y con esa visión tan particular de ver las cosas…
Y sobretodo, qué bien lo pasamos¡¡¡
Me gustaLe gusta a 1 persona
Tendremos que volver, aún hay muchas cosas que rescatar para darles nueva vida. Y sobre todo seguir pasándolo bien. Gracias por leer estas cosas que escribo. Un beso muy grande.
Me gustaMe gusta