El fado, esta forma de expresión de frecuente contenido triste, melancólico, del espíritu luso y que constituye una de las señas de identidad de Portugal, entró en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmemorial de la Humanidad de la UNESCO en 2011. Los investigadores no están de acuerdo sobre su origen que algunos sitúan en la cultura árabe y otros en el siglo XVIII. Como el tango argentino nació en los barrios humildes siendo la manera con la que sus habitantes hablan de su pobre vida cotidiana, su dolor, su tristeza, sus frustraciones, la “saudade” que frecuentemente impregna este canto íntimo de gran fuerza expresiva para extenderse posteriormente al resto de estructuras sociales y hacerse parte indisoluble de la cultura portuguesa. En la historia del fado dos mujeres determinan sus puntos clave: María Severa y Amalia Rodrigues.
María Severa es considerada como fundadora del fado de Lisboa. Perteneciente a la oscura sociedad de los bajos fondos su corta vida, nació en 1820 y murió enferma de tuberculosis -alguno afirma que asesinada- a los 26 años, fue muy intensa. Su voz y su belleza encendieron pasiones, a veces de consecuencias trágicas, incluso en personajes pertenecientes a la aristocracia. Composiciones musicales, novelas, películas, la cultura lisboeta mantiene con ellas a María Severa en su memoria prolongando su mito.
José Malhoa reflejó magistralmente en la pintura “O Fado” el aspecto de aquella vida bohemia y desgarrada de la sociedad fadista de comienzo del siglo XX. El cuadro se encuentra en el Museo de la Ciudad de Lisboa.
La reina indiscutible del fado moderno fue Amalia Rodrigues. Nació en 1920 y falleció en 1999. En su prolífica vida artística dió a conocer el fado con su voz prodigiosa por todos los rincones del mundo. A su muerte dejó grabados más de 170 discos.
Proliferan las casas de fado por toda Lisboa. Su magia se enciende en la noche, cuando se atenúan las luces de la sala, se hace el silencio y en la penumbra comienzan las guitarras a deslizar notas que envuelven la voz del cantante. En los últimos años son decenas de hombres y mujeres intérpretes de fado, tocados por la gracia de los dioses. Entre ellos se abre paso Ana Moura, una joven cantante de nacida en Santarem hace 35 años que posee una voz potente, cálida, llena de matices, susurrante, pasional, que está revolucionando el mundo del fado. Un fado que se aleja, sin perder la esencia, de las tradicionales letras tristes y fatalistas. Nuevas composiciones, nuevas letras, otra forma de enfocar la canción portuguesa.
La música, reflejo del alma de los pueblos, acompaña la historia de las civilizaciones y marca de forma indeleble sus momentos críticos. Ocurrió en Portugal en su último hito, la revolución de abril de 1974, con la que finalizó la dictadura salazarista que desde 1926 dominaba Portugal con mano de hierro. La revolución comenzó con música, la llama la prendió la canción del malogrado José “Zeca” Afonso , “Grándola, vila morena” que pasó desde entonces a ser propiedad de la memoria colectiva, más allá de las fronteras lusas. Ana Moura todavía no había nacido cuando los soldados ocuparon las calles cargando claveles llenos de esperanza en sus fusiles. En estos días la ciudad de Lisboa aparece por todos los medios de comunicación; el enorme poder de ese deporte-negocio, panem et circenses, del fútbol. La reiteración del topónimo en periódicos, radios y televisión evoca, en todos los que hemos tenido la suerte de conocer esa maravillosa ciudad, vivencias muy especiales.
Una ciudad en la que el paseo es un placer obligatorio, un caminar lento por las sinuosas y estrechas calles del barrio de Alfama adornadas por el paso de los pequeños tranvías, juguetes coloridos a veces ganando curvas inverosímiles, hasta el barrio Alto y Chiado elevados en la colina opuesta, o por Baixa de calles rectilíneas para acabar en la orilla del Tajo. Calles por las que sentir, mientras se pasea, presencia de María Severa, la deslumbrante personalidad de Amalia Rodrigues, la personalísima voz de Ana Moura, la fuerza y el coraje de Zeca Afonso.
Siempre hay que volver a Lisboa, a Portugal, a su música, a su historia.