Buscando entretenimiento entre el desván musical de Youtube y casi por casualidad encontré un vídeo memorable. Actuación en Dinamarca de Procol Harum en 2006… interpretando, acompañados por la Orquesta Nacional Danesa y Coros, su archiconocida “A whiter shade of pale”. Nada nuevo hay que decir de esa canción de la que John Lennon afirmaba escucharla varias veces al día. Extraordinaria la forma de los Procol, Gary Brooker al piano manteniendo una excelente voz, y
una puesta en escena efectista y, como debe de ser en una nación nórdica, limpia y elegante.
La música, a un volumen que no sé si mis vecinos entenderían, me trasportó a mi adolescencia y me llevó, como volando en una alfombra mágica, a un mundo de sensaciones, recuerdos, sonidos y, sobre todo, emociones. Esas que conviven con nosotros sepultadas en la cisterna magna del alma y que de vez en cuando algo mágico las despierta y se apodera del ánimo y del sentimiento.
Aparecieron personas, muchachos y muchachas de rostros aún no acabados de modelar por la vida, que tenían voces con tonos y timbres definidos, en espacios remotos. Rostros femeninos culpables de insomnios y suspensos escolares, que olían de forma peculiar en aquellos torpes y tiernos abrazos clandestinos. Risas a coro en la pandilla masculina en tardes ociosas de domingos, en las que cualquier excusa era válida para la carcajada.
La vida era entonces una especie de juego en el que todos nos implicábamos con esa despreocupación bendita de la juventud. Un juego en el que las emociones paseaban en una especie de montaña rusa en donde la máxima felicidad se combinaba con feroz desesperación.
No pude reprimir el deseo de abrir mi baúl del tesoro, recuperar más recuerdos en viejas fotografías. Padres vivos y jóvenes, abuelos, tíos, vecinos, vacaciones olvidadas, promociones colegiales, desconocidos….muchos ya desaparecidos, otros ya perdidos en la memoria o en el espacio, otros presentes , algunos cercanos y otros con vidas diferentes a las que compartimos.
Después de una tarde envuelto en aquella máquina del tiempo acabé con los ojos húmedos y una suave tristeza envolviéndome entre aquella lluvia mansa de recuerdos en su inmensa mayoría dulces. La memoria afortunadamente modifica de forma positiva la constancia de las cosas; borra o atenúa las malas y conserva e incluso cambia y exalta las buenas.
Esa tarde, aunque acabé con al alma entristecida, la nostalgia limó un tanto las aristas obtusas e irregulares que la dura cotidianeidad va provocando. Alisó mi superficie, eliminó con suavidad esas puntiaguda e hirientes formas. El recuerdo, el retorno a aquél mundo generalmente feliz, o que la memoria propone ahora como feliz, me hizo sentirme menos solo, más acompañado y valorar muchas cosas, si no olvidadas sí escondidas en niveles inferiores de consciencia.
Somos una biografía, una historia compartida. Nos acompañan vivos y muertos, paisajes, olores, sabores, sonidos, objetos inanimados, espejismos, sentimientos. Detenerse, acariciar el recuerdo, recorrer de vez en cuando ese desván interno en donde se va pH guardando lo que fuimos alimenta nuestra vida y nos hace mejores.
Han pasado ya muchos días pero inconscientemente sigo tatareando “A wither shade of pale”.
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