A Jorge Volquez, con afecto, respeto y admiración.
Con el término taino “batey” se denomina a los poblados donde habitan los trabajadores de los campos de caña de azúcar en la República Dominicana. Se trata de poblaciones míseras constituidas por casas y barracones, habitualmente
de madera, con techos de zinc, calles de tierra y defectuosos o inexistentes sistemas de salubridad pública.

CALLE DEL BATEY 7 (Foto JPB)
La industria de la caña de azúcar tuvo un gran desarrollo en los sigos XIX y XX. En este último comenzó su gran declive. Disminuyeron las superficies dedicadas al cultivo de la caña pero persistieron los bateyes.
La mayor parte de sus habitantes son haitianos o descendientes de haitianos nacidos ya en República Dominicana. Trabajan en los campos cañeros durante la cosecha y el resto del año buscan la vida como pueden, a veces lejos del batey como jornaleros en agricultura o en la construcción, generalmente con escasa fortuna y cada día con más obstáculos legales y sociales. La gran mayoría están indocumentados; la frontera entre Haití y República Dominicana es muy permeable con fácil paso a través de las montañas. Como en todas la migraciones el impulso para abandonar su país es la huida de la carencia absoluta hacia la esperanza de la supervivencia.

HABITANTES DEL BATEY7 (Foto JPB)
Existe un informe muy completo sobre la situación de los bateyes realizado por Unitad Nations Trust Fund for Human Security, UNHCR-ACNUR y UNICEF: “Proyecto Inter-Agencial. Seguridad Humana en los Bateyes de la República Dominicana” En esta completa referencia se habla de la existencia de unos 425 bateyes en los que habitan unas 200.000 personas en condiciones precarias; los indicadores de bienestar están por debajo de los correspondientes al país, señalando como problemas fundamentales el desempleo, al analfabetismo, la falta de documentación, la desnutrición crónica y la prevalencia del VIH.
La historia entre las dos naciones, obligadas a compartir la limitada geografía de una isla, es complicada, convulsa y sangrienta. El clímax lo estableció el dictador Trujillo ordenando la matanza de haitianos (Masacre del Perejil) el 2 de octubre 1937. Aunque no existen cifras exactas parece ser que murieron entre 12000 y 17000. El eco del desencuentro histórico persiste en el inconsciente colectivo y los haitianos no son precisamente bien acogidos aunque después de tantos años muchos de ese origen ya han nacido y viven en la República Dominicana.
Personas transparentes para los gobiernos, indocumentados, ni existen para Haití ni para la República Dominicana. Tampoco los nacidos aquí; con la ley en la mano la nacionalidad no puede ser otorgada por nacimiento. El temor constante de la deportación acompañando a una existencia miserable.
Jorge me invita a visitar el Batey 7, el lugar en el que este médico dominicano hace su particular revolución con las armas de sus creencias, su empatía con el prójimo y su profesión. Está situado a media hora de Barahona, en el sudoeste del país, relativamente cerca de la frontera con Haití.

JORGE VOLQUEZ AUSCULTANDO A UN PACIENTE.
Apenas hay hombres, no es época de zafra y andan desperdigados fuera del poblado buscando trabajo. Los niños en constante algarabía nos acompañan en el paseo por calles de tierra y basura por las que ocasionalmente cruza algún cerdo flaco y oscuro.
Me cuenta una mujer que los braceros cobran según la cantidad de caña que cortan; se lamenta al afirmar que los encargados de pesar la producción se aprovechan del analfabetismo de los obreros y les pagan menos de lo que han trabajado. Son frecuentes los cortes con los machetes, el accidentado deja de trabajar, por lo tanto de percibir un salario, y la cura de sus heridas corre a su cargo.
Entramos en una de las casas en donde el Dr Volquez visita a una enferma. Apenas dos pequeñas habitaciones atestadas de objetos. Una con dos camastros y una cuerda tendida de esquina a esquina de la que penden prendas de vestir. En una de las camas está acostada una mujer a la que Jorge explora con calma y cariño. En el suelo de la otra habitación hay restos de una hoguera y, al lado, una mesa desvencijada con utensilios de cocina. Huele intensamente a humo, no hay chimenea, y apenas hay luz, tan solo la claridad que entra por un ventanuco y la puerta abierta. No hay agua corriente ni electricidad.

VISITA DEL DR VOLQUEZ EN EL INTERIOR DE UNA CASA DEL BATEY (foto JPB)
Allá, en las afueras, está la Clínica “El Buen Samaritano” un centro que no sólo se destina a la atención sanitaria. Como dice uno de los carteles en la entrada, se ofrecen cuidados médicos, educación sanitaria, promoción laboral, incluso clases de inglés. Una de sus colaboradoras nos muestra un grupo de máquinas de coser con las que se imparten clases de costura. En otra dependencia cuelgan varios muñecos coloridos manufacturados por las mujeres del batey y destinados a la venta. De vez en cuando, cuenta Jorge, acude un grupo de colegas voluntarios y en equipo acometen actos médicos de mayor envergadura. Don Quijote luchando contra los molinos de viento en esta pequeña sucursal del infierno.
Saliendo del batey nos encontramos con un tren cañero reposando sobre los raíles, con sensación de olvido y óxido.
Tan vacío de caña como de esperanza los habitantes del batey.

ASPECTO DEL BATEY (Foto JPB)

NIÑOS DEL BATEY 7 ( Foto JPB)

FAMILIA (Foto JPB)

MUJER BAÑÁNDOSE. BATEY 7 (Foto JPB)

(Foto JPB)

CLARISA. BATEY 7 (Foto JPB)

NIÑA CON COL (Foto JPB)

PREPARANDO LA CENA, PLATANOS HERVIDOS… (Foto JPB)

TIENDA. BATEY 7 (Foto JPB)

NIÑOS. BATEY 7 (Foto JPB)

NIÑOS EN EL PORCHE DE UNA CASA EN BATEY 7 (Foto JPB)

CASA DEL «BRUJO», LA UNICA OCULTA TRAS UNA DENSA EMPALIZADA (Foto JPB)

CENTRO SANITARIO DONDE TRABAJA EL DR VOLQUEZ. BATEY 7 (Foto JPB)

JORGE VOLQUEZ CON DOS DE SUS COLABORADORAS (Foto JPB)

TREN CAÑERO JUNTO AL BATEY 7 (Foto JPB)