MILAGROS EN LA MAÑANA
Fue a primera hora de la mañana de un lunes. Al acabar el estudio le informamos de que todo era normal. Milagros, 82 años, había acudido para una revisión. Tratada de un cáncer de mama hacía ya 12 años enfocaba la vida con una filosofía envidiable. Además de alegre era una persona educada y positiva. Tras agradecer al Sistema Público de Salud y, en esos momentos, a nosotros todo lo que se había hecho por ella nos comentó que era consciente de su edad y de que la muerte ya le rondaba “…solo necesito 8 días, sólo 8, para mentalizarme de que ya llega el momento y despedirme de las personas que quiero…” Viuda desde hacía 5 años contaba, con una ternura infinita y un humor contagioso, que todas las mañanas al levantarse de la cama lo primero que hacía era salir al balcón “…miro al cielo y saludo a mi marido: Buenos días cariño, te quiero!…” y añadía “…ten un poco de paciencia que enseguida iré…”.
Milagros, por lo menos a mí y me consta que a mis compañeras, nos dio en unos minutos una clase magistral de vida y una inyección de optimismo para sortear muy adecuadamente esa tortuosa senda que los lunes proponen y además un motivo de reflexión sobre las múltiples tonterías y estupideces en las que centramos nuestra atención en vez de dedicar nuestros esfuerzos en lo importante.
RISOTERAPIA EN EL TRANVIA
Ese mismo día tuve que coger el tranvía. Hora punta y vagón con exceso de viajeros. Nada más subir una mujer muy guapa, ya mayor, me pidió por favor que le permitiese cogerme del brazo, no alcanzaba el agarradero de seguridad y temía caerse. Además de pensar que ya sólo son las mujeres mayores las que me proponen estas cosas le contesté que encantado de servirle de apoyo y comenzamos una breve e intrascendente charla típica de vehículo de transporte municipal, que si no había derecho, que tenían que poner más unidades en determinadas horas…esas cosas. Y de pronto, cerca de nosotros, una mujer joven comenzó a emitir una especie de sollozos a la vez que de vez en cuando le caían unas lágrimas de grueso calibre. “Que pena, pobre!” me susurró mi desconocida compañera de viaje. La otra seguía con sus gimoteos espasmódicos y sus lágrimas en un subir y bajar la cabeza. Yo, la verdad, pensaba que era una manera un tanto extraña de llorar pero, sí, le contesté a mi pareja “…pobre chica…”. Ella me insistió “…le podríamos preguntar si necesita ayuda…” y simultáneamente entre el vagón, que había quedado muy en silencio porque todo el mundo estaba pendiente de la muchacha sollozante, comenzó un rumor, eso que se denomina runrún, de comentarios en voz baja sobre el llanto, los problemas actuales, el descalabro social y hasta se propusieron varias hipótesis sobre el origen del desconsuelo entre las que, creo, ganó el tema sentimental, la causalidad del abandono de un supuesto novio o marido.
Entonces la muchacha, haciendo un esfuerzo titánico, se dirigió a todo el mundo y casi gritando dijo “Que me estoy riendo!” y siguió con sus lágrimas y sus espasmos ahora ya más parecidos a una risa, muy peculiar eso sí, incontrolable. Y un chico joven con pinta de universitario, lo digo por los libros que acarreaba, le soltó “Joder, pues dinos de qué te ríes para que lo hagamos todos!”. Total que entre una y otro todos los viajeros comenzamos a reírnos y la risa de uno contagió al de al lado y al final el vagón era un taller de risoterapia, una algarabía inmensa de carcajadas.
Cuando bajé en mi parada – había subido al tranvía tras una mañana de intenso trabajo, con los problemas habituales, tenso, tanto así que había decidido pasar de la comida y marchar a la piscina para que el agua me curase- me di cuenta de que ahora estaba relajado, tranquilo, con una espíritu alegre y me autoafirmé en lo que cuentan los expertos en estos temas, que da igual el motivo, lo importante es reír, hacer que los músculos se dediquen a soltar carcajadas. Nunca supe de qué se reía la chica del tranvía, ni cómo ni dónde, en medio de la carcajada colectiva, se había apeado la señora que se apoyaba en mi brazo.
EL BALONMANO Y LA ROSQUILLETA
El efecto del tratamiento involuntario por risoterapia me duró mucho.
Jamás había escuchado la voz del tal Urdangarín y esta semana lo he hecho. Yo estudié en el colegio de Maristas de Zaragoza. Hay que añadir, con la que cae, que sin ningún tipo de problemas salvo los derivados de la educación de la época en la que a algún fraile, y no fraile, se le escapaba la mano pero para dar bofetadas a palma abierta. Conmigo, como llevaba gafas, tenían la deferencia pedirme que me las quitase antes para prevenir un estropicio. Tengo que precisar que las bofetadas fueron muy pocas y que de mi paso por este colegio tengo muchos y buenos recuerdos. Pues en aquellos años jugaba a balonmano un equipo que estaba en la División de Honor, de la Asociación de Antiguos Alumnos, el ADEMAR. El balonmano fue siempre un deporte específico de Maristas y entre los que estudiábamos allí había siempre una buena cantera. Yo como era delgaducho y alto, a pesar de las gafas que ataba con una goma, le daba al baloncesto y ahí no éramos nada del otro mundo. El caso es que por ayudar a montar un graderío para los partidos oficiales podíamos verlos sin pagar entrada y andar por las zonas restringidas a los espectadores. A mí me impresionaba la envergadura y la dureza los jugadores tanto los de nuestro equipo ADEMAR como los que veían de fuera. Recuerdo a unos vascos del equipo ALTOS HORNOS, creo que de Bilbao, que tenían unas manos como palas de excavadora y los empujones, bloqueos, zancadillas y golpes eran antológicos. A estas características tanto anatómicas como de juego les acompañaban unos vozarrones ásperos, broncos, eso que se llama “varonil”, posiblemente producto de los chorros de testosterona que disfrutaban en la refriega deportiva aquellos maestros de la pelota.
Como yo sé que el tal Urdangarín había sido jugador de balonmano creía que sus maneras iban a ser parecidas no ya a los del ADEMAR, que eran de aquí, sino a los del equipo vasco que eran más o menos de su tierra. Pues no. El ex – balonmanista, ex en muchas cosas por lo que parece, tiene una vocecita de infantico del Pilar y un genio fino y delicado para nada parecido al de un coetáneo de clase mío, Dominguez alias “La Coneja”, que cuando el fraile decía “…quién está hablando por allí!…?” él se levantaba como si se le hubieran disparado los muelles y con un vozarrón de adolescente recién hormonado soltaba “Yo, qué pasa!” que sonaba como el cañón de nuestra Agustina. Así que seguí partiéndome de risa escuchando al otrora deportista guaperas con una vocecita angelical excusándose con timidez y como si le hubieran sorprendido en la tienda zaragozana de Quiteria Martín robando unos caramelitos.
Pero la inyección de risa aún me dio para más porque luego me encontré en la pantalla de plasma con un famoso elemento que, además de cosas mucho más graves, se hacía trajes de buen paño sin pasar, él, por caja. Y con una simpatía desbordante decía de una compañera suya de profesión y aficiones no sisaba “ni para una bolsa de rosquilletas”. Me partí de risa, ya no con el concepto que provocaba espasmos como los de la chica del tranvía, sino con el término “rosquilleta” que a mi corto entender es indicativo de rosquillas diminutas, incluso de esas huecas que tienen el interior lleno de aire atmosférico, que sólo son, como algunos, fachada. Me encantó el término y lo he añadido a mi léxico tanto por su belleza auditiva como por la magia de lo que evoca. Ahora cuando no me encuentro bien, estoy triste, malhumorado o serio, digo “rosquilleta” dos o tres veces y mano de santo, a reír.
ARTE DE RISA (THE POWER DESCOJONATION OF ART)
Acabé la semana leyendo algo que ha terminado de agotar el poder de la risoterapia tranviaria. Me tengo, sin falsa modestia, por una persona bastante sensible y con algo de cultura. Procuro no perderme las mejores exposiciones de arte que hay en mi ciudad y, además de muchos museos en España, he visitado muchos otros por el mundo. En arte moderno, lo confieso, estoy pez. Es decir, nada de nada. Pero sí se captar la emoción que provoca una sabia mezcla de colores, un desarrollo armónico de volúmenes, algo que me impresione, que llene mi espíritu de belleza aunque no sepa interpretarlo. En muchos museos he visto cosas que me han parecido auténticas tonterías, incluso tomaduras de pelo, pero como soy totalmente lego me aguanto, lo hablo y opino exclusivamente con mis íntimos y me callo. Pero lo que leí ayer hace que me dé la convulsa risa unida a lágrimas gordas como perlas Majórica king size. Se trata de un artículo en el suplemento “Tentaciones” del periódico El País, concretamente el nº 10 de marzo 2016. Lo firma Pablo Ortiz de Zárate lo titula “La artista de las bragas sucias”. En el texto habla de Tracey Emin, actualmente profesora de dibujo en la Royal Academy de Londres. En los años 90 causó un gran impacto en la sociedad británica por una “instalación” en la que “…expuso su propia cama tal y como quedó tras una crisis emocional. Las sábanas tenían manchas amarillentas y alrededor había condones usados, ropa interior ensangrentada, restos de comida, alcohol y tabaco…” al final añade “…su famosa cama deshecha se vendió el año pasado por 3,2 millones de euros ”. En la misma página y bajo el título de “Las perversiones de los Young Britihs Artists” se nombra, y fotografía, a Marc Quinn que hace una escultura con cinco litros de su propia sangre coagulada y nombra su obsesión con los cuerpos mutilados y pintar con heces; Jenny Saville que pinta chicas obesas y golpeadas; Damien Hirst que vendió, por siete millones de euros, su «tiburón en formol” y a los hermanos Jake y Dinos Chapman que hacen esculturas de niños con penes en lugar de narices.
Después de todo esto, al final de la semana, creo que necesito más milagros y menos risas, un poco mas de seriedad y un espacio alejado de sinvergüenzas, ladrones y payasos.
O no?
No conocía tu faceta de narrador de sucedidos y me acabas de seducir, de lo que me alegro absolutamente.
Un abrazo
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Me encanta leerte!
Eres genial.
Un abrazo,
Yolanda.
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te he encontrado de casualidad, buscando comentarios a lo de la tal Tracey que a mi tambien me «fascinó».
Como dicen los personajes de Robert de Niro: eres bueno chico, eres bueno…
Gracias por el buen rato
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Me alegro que me hayas encontrado aunque sea de casualidad, que leas lo que escribo y, sobre todo, ese buen rato que dices has pasado. Gracias. Un cordial saludo.
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Gracias Miguel Angel. Todos tenemos características poco conocidas…y algunas inconfesables…pero no, esto se puede hacer público. Te agradezco tu comentario y sobre todo que de vez en cuando leas mis textos. Un abrazo querido amigo.
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Gracias Yolanda. Lo mismo me pasa a mí contigo. Tengo de tí la misma opinión. Un abrazo.
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«Comeré» todos los días, querido primo, unas cuantas rosquilletas…¡Me ha encantado!
Un beso
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Ya verás que bien te sientan! Gracias por estar ahí querida prima. Un abrazo.
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