POR LOS CAMINOS DEL NORTE (II)

                                                                                             A Dolores y Nacho, con algo más que afecto.

Yo tenía 23 años y acababa de terminar mi carrera universitaria. Por la mezcla de un concepto, que ahora valoro como estúpido, de “no participar en el ejército del dictador como oficial” y sobre todo por una infinita pereza, había agotado las prórrogas por estudios. Había que hacer el servicio militar obligatorio, algo que ahora los jóvenes, y menos jóvenes, afortunadamente desconocen.
En el cuartel de San Lázaro, en Zaragoza, un teniente chusquero, gordo, de voz cazallera y aspecto desaliñado, leyó un extracto del Código de Justicia Militar que incluía varias frases que concluían con “pena de muerte” y nos largaron a servir a la patria. Primero León, mal vestido de recluta torpe, caminando, a veces corriendo, por las lomas del Ferral del Bernesga y pegando algún tiro, exactamente 20, con un  fusil viejo, tutelado por un teniente psicópata. Luego Oviedo, hospital militar, en donde viví (bien) durante un año.
Fue mi primer paseo por el Norte.
A los pocos días de llegar me llevaron una noche a un chigre con el suelo lleno de serrín, húmedo y con ácido olor a sidra. Esa mañana unos mineros habían fallecido aplastados en una galería. En un momento determinado alguien comenzó a cantar “Santa Bárbara bendita, patrona de los mineros…”. Aquél himno tradicional se convirtió en un contagioso lamento reivindicativo lleno de rabia y dolor. Puños en alto todos los que allí estábamos cantamos a coro esa letra trágica que yo conocía, con alguna pequeña variante, por un disco algo clandestino en la voz de Elisa Serna. Fue una catarsis colectiva en la que cada uno expresaba, además de la especial sensibilidad que existe en Asturias por los accidentes de la mina, sus propios deseos de cambio expulsando en el grito a los demonios personales en el grito y en las lágrimas que se escapaban de los ojos en bastante más de la mitad de los presentes. Aquello acabó con varios “Puxa Asturies!!!” y más y más sidra.
Desde la ventana de mi habitación en el hospital se veía la cárcel en un primer plano. Aquellos días la COPEL, la Coordinadora de Presos Españoles en Lucha, instaba al motín en las prisiones y Oviedo no fue una excepción. No sólo los veíamos encaramados en el tejado de la cárcel con alguna pancarta artesanal para desesperación de la Guardia Civil sino que con frecuencia nos traían al hospital a algún preso, en general, autolesionado.
El cielo asturiano permaneció gris, lloviendo casi todos los días, desde abril hasta julio, manteniendo mi ánimo con una mezcla de alegría y desesperación. Por una parte estaba esa dotación celta de mi carácter que llena de alegría mi corazón cuando está bajo un paraguas y por otra mi situación en aquella fase de mi vida que defino como alegoría depresiva.
Oviedo entonces era una deliciosa ciudad con una mezcla de pueblo grande y una rancia burguesía. En el centro de su casco histórico la bellísima catedral con la piedra llena de manchas oscuras por la humedad acumulada en siglos. Callejas estrechas, oscuras, con soportales llenos de misterio; los increíbles mercados con infinitos productos de mar y montaña; el constante orbayo que hacía felices a los asturianos viejos, la niebla ocultando muchos días el omnipresente monte Naranco, y el mar, el mar cercano que traía aromas de salitre e historias de terribles naufragios de barcos reducidos a astillas en los acantilados salvajes del Cabo Peñas.
La sociedad se distribuía entre chigres ruidosos con el suelo lleno de sidra derramada empapando el serrín y las cafeterías de la calle Uría en donde merendaban señoras elegantes; en la programación del Campoamor que un día llenaba con teatro selecto y otro se venía abajo con los aplausos y puños en alto en la actuación de los cubanos Carlos Puebla y Los Tradicionales; en ser del Gijón o del Oviedo. También, con interés militar, había dos famosos burdeles; Casa Merche, muy económico, con fila en la propia calle, y el llamado coloquialmente “les putes”, en la subida al Naranco, más caro y elitista. En ambos, pero sobre todo en la Merche, la gonorrea estaba garantizada. En el Hospital Militar lo sabíamos bien y la tropa, acudía con ardor, no guerrero sino al orinar, y su gotita purulenta asomando por sus miembros jóvenes e inquietos.
Hacía poco que Franco había muerto y se percibía luz en el horizonte. Eran tiempos convulsos, de contrastes en una sociedad que empezaba a despertar.
Un mundo mágico encerrado entre montañas y mar, entre Picos de Europa, Pajares, el río Eo y el Cantábrico, un riquísimo y variado mundo entre industrial y campesino, entre marino y montañés. De vez en cuando, con un vaso de sidra en la mano, alguien, que bien podía llamarse Pelayo, con un guiño decía con rotundidad “España es esto. El resto es tierra reconquistada”.
Dejé parte de mi corazón en Asturias. Por múltiples circunstancias me fui pero allí creo que hubiera sido feliz.
Evocaba todo esto en mis muchos momentos de silencio asomado a la ría del Pas, en la casa de mi amigos/hermanos Nacho y Dolores en donde he pasado unos días junto con el resto de la troupe habitual. Recordaba la luz de la costa asturiana, los acantilados, las rías con las barcas acostadas con aspecto de fracaso sobre el barro en la bajamar y orgullosas, coloridas, brillantes, en la pleamar. Los pájaros marinos picoteando en las orillas. Las praderas inclinadas hacia el mar con grupos de vacas tranquilas, dormitando sobre la hierba en su rumiar lento e imagino placentero. Casas por doquier estratégicamente separadas entre bosquecillos de eucaliptos con tan mala fama biológica pero esbeltos, agradables a la vista y con olor a caramelo.
Cantabria y Asturias se parecen mucho. Son dos territorios fascinantes en los que asomarse a una ventana es tener asegurado un espectáculo tan cambiante como soberbio. Nada permanece igual a lo largo del día.
La casa de Dolores & Nacho está prácticamente colgada sobre la ría del Pas, unos centenares de metros antes de que las aguas del río se junten con las del mar. Un tapiz de moluscos llena las orillas que aumentan y disminuyen en ese cíclico cambio en el que el poderoso e invisible dueño de la tajadera hace que salgan o entren las aguas dulces o saladas. Imagino el lío que deben de tener estos animales que tan pronto andan por el río como por el mar. Desde allí, sobre la ría, veo grupos de peces lentos y tranquilos con dorsos grisáceos y vientres plateados, “mules” me dicen los de allí, peces veganos que pastan en las praderas subacuáticas. Dicen que son similares a los barbos del Ebro y admiro, luego en la pescadería con énfasis, la gran cantidad de especies y la riqueza de sus nombres que se extienden sobre el mármol recubierto de hielo picado. “Ojitos, lirios, machotes…” que para los que vivimos en la orilla de un río en medio de un desierto, son seres, formas de vida, bellísimas y desconocidas. Cada uno con su forma, rostro, color, sabor…la vida animal terrestre es mucho más aburrida que la acuática y simplemente contemplar estos exquisitos cadáveres es un gozo para la vista, luego para el gusto y siempre para el espíritu.
Entre las arenas de las dunas de Liencres junto al mar y al río hasta Mogro, crecen plantas austeras de supervivencia extrema, unos cardos de tonos azulados con hojas llenas de pinchos en sus extremos, y una infinita cantidad de fragmentos de madera, ramas y troncos, que el generoso mar devuelve a tierra en un proceso de sabia limpieza. Seres desnudos, incluidos animales, hombres y mujeres pululan entre las cimas de los montículos arenosos. Unos buscando su destino, otros su alimento, muchos vegetando sin más.
Mirando todo esto recordaba mi lejana juventud, mis aciertos y mis errores, las causas y azares que desde entonces por caminos sinuosos me habían traído desde mi aparición sobre la tierra hasta aquí y sentía, a diferencia de la inquieta troupe que me rodea, unas ganas de detenerme, de parar, de sumergirme en aquél mundo mixto y mutante y descansar quizás para siempre.
En la parte más alta de la casa la pared es un cristal, un gran tabique transparente por el que directamente se ve la parte final de la ría. Se ve llegar el Pas lento y tranquilo, acostado en meandros amplios y verdes dejando nutritivos sedimentos en las orillas, bajando y subiendo al capricho del mar que cambia tanto su fisonomía como su sabor. Un carácter, un genio cíclicamente inestable que enriquece la vista de quien lo observa.
Allí desde un cómodo sofá, con luz, en la penumbra o en la oscuridad se puede alcanzar el cielo simplemente abriendo los ojos, en la absoluta inmovilidad, vigilando los cambios que la luz, el agua o el firmamento tienen a lo largo del día. Se puede unir a compañía –callada- música suave y algo de lectura, no mucha para no interferir en la labor de vigilancia de la ría.
Tengo ya solicitado, lo siento,  el puesto de vigilante.

Ria del Pas (Mogro, Cantabria)

Ria del Pas (Mogro, Cantabria)

3 pensamientos en “POR LOS CAMINOS DEL NORTE (II)

  1. Con un cierto escalofrio, motivado no solo por la belleza de las situaciones y paisajes descritos por esa pluma ágil, sino por las inadecuadas temperaturas que estamos disfrutando en estas riberas maritimo-fluviales, lamento comunicarte que la vigilancia del lento discurrir del Pas, ya hace tiempo que tiene ocupados a los que enamorados de esta tierra, dejamos transitar el maximo tiempo disponible por aquí. Si bien, teniendo en cuenta que, agua dulce y salada, flujo y reflujo, pleamar y bajamar , rio y mar, actividad secuencial pero en direcciones opuestas, precisan compartir la vigilancia en ambos sentidos, sera preciso que dediques mayor parte de tu actividad a este disfrute, a esta observacion y a la vigilancia compartida. El silencio, la buena musica, la conversacion lenta y la compañia estan aseguradas
    Gracias una vez mas por permitirnos disfrutar de tu poética prosa
    Nacho

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  2. Gracias Vigilante Intermitente. No te hagas el chulo porque tú vigilas, preferentemente, las olas del Mediterráneo. Así que hay una vacante a tiempo parcial, salvo que bajo comisión y a mis espaldas ya la hayas apalabrado.
    En cualquier caso acepto tu propuesta.
    Un abrazo grande.
    Javier

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  3. Pingback: POR LOS CAMINOS DEL NORTE (III) ASTURIES | DESDE LA GAVIA

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