POR LOS CAMINOS DEL NORTE (I)

A Conchita y a Mario, con afecto y gratitud.

Contemplo el Sil desde el Balcón de Madrid desde donde dicen que las mujeres despedían a sus hombres que partían a recorrer el mundo existente más allá de los bosques gallegos, para vender barquillos,  afilar cuchillos, navajas, tijeras, reparar paraguas,  estañar ollas,  castrar animales, fabricar cuerdas… caminar,  caminar,  caminar.

Rueda de Afilador

Rueda de Afilador

Miro el amplio horizonte y los imagino recorriendo los caminos dando la espalda al calor del fuego del hogar, de la hembra en la cama, a los rostros mocosos de los hijos, a la lengua materna, a la niebla y a la lluvia. Y tras los bosques compactos encontrar la estepa, la dureza de las peñas sin musgo, el frío o el calor, las puertas cerradas, el hambre y el cansancio. Al final hambre para mantener el hambre sintiendo una fuerza poderosa que les empujaba.

Si camiñaban soñaban

Si afiaban vivían

Si paraban perecían

 Andar para no morir sabiendo que la muerte espera en cualquier recodo del camino, que cada paso conduce hacia el abismo, andar para no morir aquí, andar para morir más allá.

Sopla un viento frío con olor a monte, campo húmedo con brezo y toxo floridos. De vez en cuando una pequeña llovizna desde un generoso cielo gris. Abajo, entre las rocas verticales que encierran el Sil, el río de aguas aceradas, una lámina oscura encajonada entre piedras.

Ourense

Ourense

En el fondo sueños de oro y cadáveres de ilusiones vanas también caminando entre el cieno y las algas a la búsqueda inútil de la veta dorada, del metal amarillo, de un eterno descanso. Memorias de meigas, demonios y conxuros mordisqueados por los peces fríos y crueles de piel viscosa y alma vacía.

RIO SIL

RIO SIL

Somos así hoy, aquí, protagonistas de un éxodo cósmico, caminantes sin reposo al ritmo de un péndulo inmisericorde que nos empuja sin descanso a caminar, a caminar, a caminar.

 Si camiñaban soñaban

Si afiaban vivían

Si paraban perecían

 Más allá nos reciben los fantasmas de los monjes en el Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil acostados sobre el musgo más verde que jamás he visto, bajo las ramas de nogales y castaños, bajo la atenta mirada de un San Benito

San Benito

San Benito

erizado de pulseras, pendientes, anillos, como un coleccionista loco incrustado en el tronco hueco de un árbol centenario junto a las huellas en el barro del paso de la Santa Compaña que envuelta en la niebla de la noche busca la aldea donde enrolar un nuevo peregrino.

Monasterio de Sta. Cristina

Monasterio de Sta. Cristina

En el bosque denso, esperamos impacientes el asalto de Fendetestas que no aparece,  sigue enredado en su cháchara con Fiz de Cotobelo. Nos acompañan nuestros propios espíritus, nuestra herencia ancestral que nos rodea como un aura invisible entre la magia del Orense boscoso. Estamos en la frontera; a un lado la vida, al otro el más allá y unas manos como tentáculos transparentes de pulpos abisales nos señalan caminos diferentes. Hay que elegir, hoy que todavía podemos.  Antes de que la noche nos atrape buscamos impacientes un peto das ánimas y dejamos unas monedas.

Aferrados al suelo en Chandreixa de Queixa nos acoge el Señor Gerardo y sostiene nuestras vidas en una larga mesa  en la que reposa un cocido gallego. Poco a poco va desapareciendo la modorra confusión que la magia del bosque nos ha provocado y afirmamos nuestra pertenencia a un mundo real y concreto.

GERARDO

GERARDO

El señor Gerardo, que es flaco y pausado, nos mira en silencio y después riñe con afecto, casi pidiendo perdón de antemano, llamándonos flojos por no haber conseguido acabar con todas las fuentes y bandejas que ha ido depositando en la mesa. Al final cobra un precio irrisorio, diciendo la cifra con un tímido asomo de vergüenza:  “Les parece bien?”. Posiblemente es un ser de otro mundo, otro habitante de ese bosque mágico y animado. Nunca lo sabremos, ni tan siquiera si realmente existe. Y nosotros, estuvimos alguna vez allá?

El camino  nos lleva por la orilla del río Mao, bajo un techo vegetal de árboles jubilosamente ebrios de clorofila, forrados de musgo, entre matorrales de mil formas, tamaños y nombres desconocidos. Lleva el río un curso embravecido hasta que una presa lo contiene y allí se convierte en un espejo plano en donde los colores de las laderas boscosas se reflejan en un mágico caleidoscopio. La senda asciende lentamente hacia una diminuta aldea, no más de 6 ó 7 casas rodeadas de ruinas de antiguos edificios y pequeños huertos. Un gato y una mujer –quién será gato y quién mujer?-  nos observan con precaución. La mujer está en la puerta de una casa. No se ve a nadie más.

-Cuántas personas viven aquí?

-Depende…

-…?

– Unas veces más…y otras menos.

Pueblo  de Orense

Pueblo de Orense

 Galicia verdadera, profunda, junto al Sil, casi escuchando el oleaje del invisible mar cercano. Galicia de aldeas perdidas entre bosques fantasmales, donde la magia se hace real,  donde habitan los espíritus, los muertos que no han conseguido dejar los caminos por donde los ahora vivos vamos dejando poco a poco la existencia.

La senda cruza aldeas fantasmales en las que apenas se divisan personas, rodeadas de prados muy verdes en los que pastan vacas y caballos. Las cimas de los montes están escondidas entre la bruma que va bajando despacio para cubrir en la noche el paso de los muertos caminantes. Buscamos ya la casa protectora, el fuego de la chimenea y la música suave del golpeteo de la lluvia en las ventanas y en la pizarra del tejado.

Nada se detiene. Es necesario avanzar y avanzar. Salir del bosque y enfrentarse con las planicies yermas. La vista en el horizonte en donde algún día aparecerá el abismo. La vida, al final, es eso: caminar, caminar, caminar.

Caminar para vivir, caminar para morir. Caminar al fin y al cabo.

Si camiñaban soñaban

Si afiaban vivían

Si paraban perecían

Peto das Animas

Peto das Animas

Peto das Animas

Peto das Animas

3 pensamientos en “POR LOS CAMINOS DEL NORTE (I)

  1. Ignoro si fue el oruxo, alguno de los conxuros hechos a la luz de la lumbre, o tu especial sensibilidad.
    Cuanto más lo leo más me gusta
    Seguro que seguimos caminando. Necesitamos seguir caminando para no perecer y para que nos sigas deleitando con tus crónicas y tu poesía
    Un abrazo

    Me gusta

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