El 18 de octubre del pasado año se celebraban elecciones en Perú, se elegían alcaldes y gobernadores regionales. La jornada electoral nos encontró en Arequipa, la ciudad natal de Mario Vargas Llosa, en una etapa de viaje hacia el Valle Sagrado y el Machu Picchu. Pasamos
la mañana visitando el Casco Histórico, Patrimonio Cultural de la Humanidad, disfrutando de las bellísimas reliquias de la ciudad española fundada en 1540.
La rigurosa prohibición de vender cualquier bebida alcohólica durante la jornada de votación nos privó de una comida en condiciones en el restaurante “Chicha” de la cadena de Gastón Acurio en el que al chupe de camarones y al rocoto relleno hubo que acompañar con agua.
Intentamos visitar la catedral pero fue inútil por estar cerrada a cal y canto y nos dedicamos a pasear por la Plaza de las Armas en donde decenas de familias arequipeñas disfrutaban de la tarde soleada de domingo entre jardines, palomas y fuentes.
En uno de los lados de la plaza vimos un pequeño grupo de personas que enarbolaban banderas y carteles coreando de vez en cuando el nombre de uno de los candidatos a la alcaldía de la ciudad. Fuimos hacia allí a la vez que unos cuantos policías bien protegidos con cascos y escudos que con paso cansino y aspecto aburrido tomaron la calzada y colocaron frente a los manifestantes de las banderas verdes. A la espalda de los policías, en los edificios que bordeaban la cuadrícula de la plaza, se alzaba el hotel en el que el coreado candidato esperaba el resultado electoral. Por eso, entendimos, se habían concentrado allí policías y manifestantes.
Conseguimos subir hacia una de las terrazas del hotel, una galería corrida sobre la plaza, una atalaya privilegiada para observar el espectáculo de la calle. Como el candidato estaba allí la prohibición de alcohol no se tomaba en consideración y de inmediato el camarero nos sirvió, sin un ápice de reparo, unas buenas cervezas Cusqueña mientras disfrutábamos de lo que ocurría unos metros más abajo.
Llegó una camioneta con unos altavoces de los que a todo el volumen posible el locutor, con voz engolada y profunda, describía una lista de supuestas obras y logros que el candidato, alcalde ya y presentado ahora a reelección, había realizado en la anterior legislatura. Cuando la lista de logros acababa la voz hacía la pregunta clave: “Y quien lo hiso?” a lo que contestaba un coro “Alfredo lo hiso!!!” y seguía el lema “Alfredo, El Bigote Trabajando!”. Porque el candidato, D. Alfredo Zegarra, se caracterizaba por un bigotazo a lo Pancho Villa.
Antes de subir a la galería del hotel habíamos conversado en la plaza con algún peruano preguntando por el interés de las elecciones. Según ellos carecían de motivación, iban a ser fraudulentas –decían- y todos los candidatos eran unos potenciales ladrones. Ese desinterés parecía real y cuando el sol se fue marchando en la plaza, salvo el pequeño grupo de las pancartas, no quedó nadie.
Justo en el momento en el que se cerraban los colegios electorales por un extremo de la plaza apareció una bulliciosa manifestación que se fue acercando hacia la sede del candidato. Al parecer el recuento, hecho a una velocidad vertiginosa, le proclamaba vencedor indiscutible. Junto a nosotros los reporteros de televisión encendieron los focos, señal de que el nuevo alcalde de Arequipa iba a salir a la balconada para cumplimentar a sus partidarios que desde la calzada lo reclamaban compitiendo en volumen con la voz profunda del camión de sonido que seguía gritando “Y quién lo hiso???”.
Y apareció, sí. Menudo, con una camisa bicolor ajustada, gesto de tensión suprema y un bigote entre Villa y Marx (Groucho) apareció junto a nosotros el triunfador de las elecciones municipales que se dedicó de inmediato a saludar a sus incondicionales.
Como estaba allí tan cerca, gamberramente contagiados por aquella juerga colectiva, además de agradecidos por poder tomar unas cervezas en un día con Ley Seca, nos lanzamos hacia el Sr. Alfredo Zegarra para darle la enhorabuena diciendo a su pequeño séquito que éramos españoles y queríamos felicitarlo.
Yo no sé qué pasó por la cabeza de aquellas personas pero sus gestos eran de alegre sorpresa, como si fuéramos una delegación gubernamental enviada al evento, y entre abrazos y apretones de mano nos hicimos una buena sesión de fotos con Don Alfredo Zegarra, el Bigote Trabajando.
El comentario del taxista que nos llevó a nuestro hotel también fue elocuente: «Bueeeeno…no estuvo mal, este es el que menos roba».
Dos días después, en la ciudad de Urubamba, en pleno Valle Sagrado, encontramos un pequeño grupo de campesinos reunidos en la puerta de una casa. En el dintel habían colocado una hojita de papel con un texto en el que se hacía una convocatoria a todos aquellos que quisieran estampar su firma o su huella denunciando el fraude electoral. Hablamos
brevemente con ellos y nos fueron explicando su visión sobre las pasadas elecciones. Fueron comentarios hechos, éramos desconocidos y extranjeros, con recelo; en sus voces y miradas había miedo. Luego en el camino hacia Juliaca vimos con pasmo una pintada en una pared: «Jamás las mujeres al poder«.
Todavía hoy cuando nos juntamos los que vivimos las elecciones en Arequipa basta con que alguien diga eso de “Y quien lo hiso???” para que todos respondan a coro “Alfredo lo hiso!!!”.
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