“En el sur, el alma de un hombre muere dentro de él”
Las Estaciones
James Thomson
A Dolors y Nacho, que tienen pendiente un viaje a Argentina.
La veo llegar disminuyendo poco a poco su altitud. Es una avioneta pequeña que mueve alocadamente sus alas. Cruza la pequeña ciudad y ya con escasa altura sobrevuela el mar. Las alas cada vez oscilan más, pienso que se va a estrellar. Me quedo quieto con la cámara preparada para documentar el desastre. Gira bruscamente y desciende como si cayera sin remedio.
Sin embargo alcanza exacta el comienzo de la pista de aterrizaje, da dos o tres saltos a ambos lados y rueda sin problemas hasta detenerse.
El avión que nos trajo ayer hizo más o menos lo mismo, a diferencia de que su peso y envergadura era mucho mayor que este pequeño artefacto volador con aspecto de mosquito, sometido a este brutal viento que sopla inclemente y constante.
Camino por Ushuaia, estoy haciendo fotografías desde la orilla del mar y veo los aterrizajes de los pocos aviones que llegan a este aeropuerto metido en plena bahía, celebrando la habilidad de los pilotos que tienen que ganar su sueldo colocando las ruedas en el centro justo de una pista azotada por vientos furiosos. Todo un espectáculo.

USHUAIA
Ushuaia, un nombre exótico, topónimo evocador, base necesaria para llegar a la Antártida, destino de científicos, comerciantes y aventureros. La ciudad más austral de Argentina y, cuestión discutida, del mundo.
Ushuaia, casi 60.000 habitantes, originada en delirios religiosos que querían salvar a los indios yaganes a los que posteriormente aniquilarían tanto por las armas como por enfermedades, sarampión entre otras, que acompañaron a la Biblia. Luego, por la dureza del terreno, se estableció allí una cárcel para reincidentes y militares. Aquello, como los yaganes, terminó y su modernidad actual está ligada a ser la puerta de entrada al Polo Sur.

USHUAIA

USHUAIA. PINTURA MURAL EVOCADORA DE LOS PRESOS DEL PENAL.
Desde el puerto se ve un conglomerado de edificios heterogéneos, coloridos, enmarcados por altas montañas, las Martial, llenas de nieve entre sus rocas oscuras y amenazadoras metidas entre una alta niebla. Calles rectilíneas que se cruzan con otras perpendiculares y en las que veo a muy pocas personas caminando.

MONTAÑAS MARTIAL

MONTE OLIVIA
Hace frío, un frío espeso potenciado por el viento. He preguntado a un lugareño cómo estaba hoy la previsión del tiempo; su respuesta, argentina y con acento argentino, no tiene desperdicio “Incierto, como el país”.
En el puerto hay varios barcos, algunos llenos de contenedores, otros esperando a los pasajeros que quieran viajar a la Antártida. Por el momento no dispongo de los 6.000€ que aproximadamente puede costar el pasaje. Fuera del puerto hay un viejo barco, un cadáver marino oxidado que bien puede ser el último en el que navegó Maqroll.

PUERTO DE USHUAIA

PUERTO DE USHUAIA

ULTIMO BARCO DE MAQROLL
Tengo que conformarme con algo de menor envergadura pero perfecto para pasar una tarde disfrutando de paisajes y sensaciones increíbles: navegar unas horas en un pequeño, en comparación con los barcos antárticos, catamarán por el Canal de Beagle.
La palabra Beagle es mágica; evoca al gran marino Robert FitzRoy que a sus pocos años, 23, capitaneó el barco de ese nombre dedicado a la exploración de las tierras australes para cartografiarlas, estudiar la orografía, la hidrología, la vegetación, los animales, los indígenas, todo su medio natural. En un primer viaje lo hizo formando parte de un grupo de tres barcos: Beagle, Adelaide y Adventure, que salieron de Rio de Janeiro. El segundo viaje, en 1831, fue decisivo para la humanidad: le acompañó el entonces muy joven (21 años) y gran naturalista Charles Darwin quien fue capaz de elaborar su teoría de la evolución por la que, en contra de la corriente universal filosófico-religiosa imperante, eliminó a dios como creador único de la especie humana.

ROBERT FITZROY
En el primer viaje de FitzRoy, en abril de 1830, el Teniente Murray cumplía la orden de explorar la bahía de Nassau, cerca del cabo de Hornos. Encontró un pequeño estrecho que comunicaba la bahía con un ancho canal. Posteriormente comprobaron que a través de él se llegaba al Pacífico. Al estrecho le dieron el nombre de Murray en memoria de su descubridor y al canal lo denominaron Beagle, el mismo que el barco.
Toda estas historias las cuenta Harry Thompson en su soberbio libro: ”Hacia los confines del mundo” en el que narra magistralmente los viajes del Beagle y las vicisitudes del viaje, las amistosas relaciones y diferencias ideológicas entre FitzRoy y Darwin por estas tierras. Leerlo es una auténtica delicia a pesar, o gracias, de su extensión, más de 800 páginas.
Desde la cubierta del catamarán, siento la vibración y el ronroneo del motor saliendo del muelle para entrar en el Canal de Beagle. Veo a Ushuaia que progresivamente se aleja. Poco a poco el catamarán comienza a cabalgar sobre un mar bravo, hay que agarrarse bien a la barandilla para no caer, para no ir de un lado para otro. La mayoría de los pasajeros deciden ponerse a cubierto; quedamos afuera unos pocos soportando un viento gélido, los empujes del oleaje y el agua que salpica la cubierta.
Vuelvo a mis recuerdos del libro de Thompson.
Un poco más al norte del Beagle y antes de descubrirlo, entraron en un canal situado junto a la punta Dungenes que tenía una orientación transversal, penetrando en el continente. Llegaron a un estrecho paso que fueron incapaces de de atravesarlo por enérgicos vientos y corrientes que les empujaban en sentido contrario. FitzRoy logró una gran proeza: fue consciente de que por la noche la corriente tenía un sentido contrario a la del día. Se lo jugó todo y dejó que el movimiento del agua fuera llevando el barco sin otro cuidado que mantenerlo siempre orientado en el eje de la corriente. Sin iluminación alguna, sin ningún instrumento, despreciando el peligro que podría suponer chocar contra algún islote, lo consiguió. Atravesó el estrecho sin problemas. Esos eran los navegantes entonces.
Sonar, radar, comunicaciones, potentes motores, focos, es lo que hay en estos momentos. Tengo frío y voy cubierto con una serie de capas de ropa técnica, ligera, últil, adecuada. Si no es suficiente entraré en el salón del barco, caliente, seco, desde un cómodo asiento podré contemplar el paisaje por unos buenos ventanales estancos.
Sin embargo, aquellos hombres, navegaban a vela; sextante y brújula. Thompson describe cómo FitzRoy comenzó a utilizar un primitivo barómetro para predecir el tiempo. Barcos de madera con alguna ligera protección de cobre; camarotes húmedos, fríos e incómodos. Hombres mal vestidos, marineros subidos a los palos, en condiciones climáticas imposibles de creer. Mala comida, castigos corporales ante indisciplinas o errores, según el severo reglamento de la Marina Real Británica.
Pienso en ellos ahora, en un día “bueno” al decir del piloto del barco. Los imagino entre rachas de viento mucho más hirientes que la que ahora soporto, con hielo, con lluvia, con hielo. Grandes hombres, valientes, resistentes, mucho más que austeros, disciplinados, dotados de una fe suprema en sus objetivos.
El catamarán se acerca a un islote lleno de lobos marinos. Grandes animales marrones tendidos sobre las rocas, amontonados unos junto y sobre otros, malolientes, impasibles al viento, al frío, al agua que les salpica constantemente, a nuestra presencia. Hábil el piloto, acerca el costado del barco muy próximo a la isla. Cerca hay otros pequeños salientes de rocas y sobre ellos, tan impasibles como éstos, más lobos marinos pasan el tiempo dormitando.

LOBOS MARINOS

LOBOS MARINOS

LOBOS MARINOS
El mar tiene un color de pizarra, parece un magma de plomo fundido, dramáticamente amenazante.
Desembarcamos en la isla Karelo. Hay una raída bandera argentina, hecha jirones por el viento y una pequeña casa de madera ruinosa. Todo me parece una alegoría del triste episodio bélico de las Malvinas, no están muy lejos de aquí. Vegetación rala, colorida, playas de cantos rodados, frío y soledad.
Esta pequeña isla está llena de desolación; es inhóspita en todos los aspectos y rincones. Los fueguinos, los indígenas que encontraron FitzRoy y Darwin, iban desnudos; se cubrían de vez en cuando con algún pellejo de guanaco, nutria o zorro y extendían sobre su piel grasa de foca. Es increíble que soportaran así, que sobrevivieran a este clima tan extremo como letal. Comían lo que podían cazar y de vez en cuando mataban a las personas ancianas que les servían de alimento.

ISLA KARELO

VEGETACION ANTARTICA. ISLA KARELO
FitzRoy, amparado en el robo de una barca, capturó a cuatro fueguinos. Este hombre, de profundas e inamovibles convicciones religiosas, los llevó a Inglaterra. Su idea era educarlos en todos los sentidos, incluso en el religioso, y devolverlos posteriormente a la Tierra de Fuego para que ellos, a su vez, educaran a sus congéneres. Parece ser que volvieron tres, dos hombres y una mujer; el cuarto murió en Inglaterra por viruela. El más famoso fue un tal Jemmy Button; aunque no está muy claro, parece ser que murió de sarampión tras volver a sus orígenes. Thompson narra una despedida muy emotiva con FitzRoy. Ambos habían desarrollado un gran afecto entre sí.
En Ushuaia hay una tienda de regalos y recuerdos que se llama así, Jemmy Button.
Nunca había visto tanto pájaro junto; es la Isla de Los Pájaros. Miles de cormoranes magallánicos se sitúan en la superficie del islote, ordenados como si fueran muñecos colocados a propósito, sus prominentes y curvados pechos blancos frente al viento, cada uno junto a su nido. Una nación de pájaros en medio del agua.

ISLA DE LOS PAJAROS. CORMORANES

CORMORANES

CORMORANES. ISLA DE LOS PAJAROS
El barco, dando saltos, se acerca a un faro que tiene su torre pintada con dos bandas rojas y una blanca. Está en medio del canal que luego se abre y da la impresión que más adelante comienza la nada. En muchas publicaciones se dice que es “El Faro del Fin del Mundo”, bien le correspondería este nombre, pero no es así. El faro se llama “Les Eclaireurs”.
Junto a este faro encalló el Monte Cervantes, un barco que hacía el trayecto Buenos Aires, Puerto Madryn, Punta Arenas y Ushuaia.
El 22 de enero de 1930 salió de Ushuaia y encalló en un lecho rocoso junto al faro Les Eclaireurs. Una vía de agua hizo escorar el barco. La llamada de socorro fue atendida por un carguero, el Vicente Lopez, quien recogió a pasajeros y tripulación excepto al capitán, Teodoro Dreyer, quien desapareció. Fue la única víctima.

FARO LES ECLAIREURS
El barco se quedó allí hasta que el 3 de octubre de 1954 fue reflotado. Arrastrándolo a puerto, apenas a una milla del lugar del naufragio, el casco se partió y se hundió en un lugar profundo, 75-100 metros, donde desde entonces permanece.
Ha salido un sol tímido, el viento ha perdido su fuerza y el barco se dirige al puerto. Los leones marinos siguen impasibles en sus precarios lechos de roca mojada. Allá al fondo se divisa, muy alto, el pico Olivia lleno de nieve. Bajo él, junto al puerto, Ushuaia.
Hace mucho frío.
Paseo por las calles cuando la luz comienza a caer. Con una pinta de cerveza en la mano miro las luces de los barcos en el puerto. Hay pocas personas en este cálido bar que tiene aspecto de pub ingles. Unos muchachos lanzan dardos a una diana. Hay música suave, impersonal. Todos los que me rodean son blancos, rasgos europeos, anglosajones, sin ningún detalle étnico indígena.

CHE, ¿UN MATECITO?
El triste final de los fueguinos lo narra Thompson en su libro:
“El gobierno argentino decidió dedicar Tierra de Fuego a la ganadería ovina, y aniquiló sistemáticamente a toda la población de guanacos, que habrían podido competir con las ovejas por hacerse con el insuficiente pasto. El guanaco, por supuesto, era la base del sustento de los nativos. En consecuencia, sufrieron hambrunas y se convirtieron en un ‘problema’ para los colonos blancos, en especial porque, a falta de guanacos, trataban de cazar ovejas. Pocos años después se decidió que los fueguinos no eran sino chusma, y debían ser erradicados. Cada cabeza de fueguino decapitado se pagaba a una libra.”
Hacia los confines del mundo
Pag 812.
Harry Thompson
Es ya tarde y comienza a nevar. El tiempo, efectivamente, ha sido incierto.
© (texto y fotos, salvo imagen de FitzRoy)
CHUAN ORUS 2020