En mis tiempos de niñez era muy frecuente rellenar álbumes con los cromos que salían en los envoltorios de las tabletas de chocolate. Los medios de comunicación no eran los que ahora tenemos y el mundo se veía más en la imaginación que de otra manera. Uno de los entretenimientos
agradables era pasar las páginas y contemplar las imágenes que con tenacidad y paciencia, siempre había alguna que se resistía pero para eso estaba el cambio con los amigos, se iban pegando en las hojas del álbum.
El que más me gustó era Maravillas del Mundo, o algo así, imagino por mi espíritu viajero y curioso. Una de las pequeñas imágenes era el lago Titicaca y, de eso no estoy demasiado seguro, además de la imagen del lago aparecía un indígena uro en su bote de totora.
En mi pequeña biblioteca abundaban los libros de Verne, Dumas, Salgari, Tichy, May, Manzi, y otros que un querido tío procuraba regalarme para mis aniversarios. Aventuras, exploradores, relatos de la lucha de hombres en la naturaleza salvaje de países remotos. Había uno que había leído con auténtica pasión; “La expedición de la Kon Tiki «era el relato de la aventura de Thor Heyerdahl. En 1947 este explorador noruego, acompañado por 5 hombres, se embarcó en una balsa construida con troncos unidos por materiales naturales a la que bautizaron como Kon Tiki y atravesó el Pacífico, desde las costas de Sudamérica hasta el archipiélago de Tuamotu en la Polinesia. Quiso con esto demostrar que en la antigüedad pudo haber comunicación entre culturas muy separadas mediante la navegación con medios artesanales.
En España apareció Kitín Muñoz, Antonio José Muñoz y Valcárcel, un aventurero que intentó cruzar Altlántico y Pacífico con el mismo objetivo, a bordo de una nave construida con totora, un junco que crece en el lago Titicaca. Después de varios fracasos, en 1988 lo consiguió; atravesó en 72 días el trayecto que hay por el Pacífico entre las costas de Perú y las islas Marquesas.
Yo estaba en el Aeropuerto de Madrid a punto de emprender un vuelo a Panamá cuando vi muy próximo a Kitín Muñoz. Estaba también con los trámites iniciales de un vuelo. Totalmente vestido de explorador a la antigua usanza, parecía un icono de Coronel Tapioca, era imposible no fijarse en él; y aunque no soy de los que incordia a los famosos no pude resistir las ganas de saludarle. Hablamos brevemente, iba a comenzar el viaje que al final tendría éxito.
Recuerdo todo esto cuando tengo ante mí, al natural, al lago Titicaca. Acabamos de pasar Puno y estoy en la orilla de una inmensa superficie de agua tranquila.

VISTA PARCIAL DE PUNO
Puno me ha parecido desolado, las alturas del altiplano me llenan de un sentimiento de soledad pesada y tristona. Cielos muy azules, grandes nubes blancas, muy contrastadas en sus perfiles; extensas superficies herbosas que se prolongan por altas montañas por las que apenas se ve alguna persona caminando. A veces viento inclemente.

PUNO. HORA DEL DESAYUNO.
Puno me parece un asentamientos de casas muy humildes por cerros y planicies rodeando un centro anónimo. A primera hora de la mañana grupos de personas sentadas en sillas de plástico toman su desayuno. Coches con trayectos un tanto caóticos por calzadas desconchadas. Otro mundo muy diferente al mío.
La puna nos encierra. Puna, ese término quechua que describe el aire enrarecido a estas alturas envolviendo a todos los seres, y que según los antiguos conquistadores afecta y enferma, sobre todo a los que accedemos desde muy abajo.
El lago Titicaca se sitúa, como Puno, a 3810 m de altura. Tiene 204 km de longitud y 65 km de ancho; en total unos 8562 km2 de los cuales el 56% corresponden a Perú y 44% a Bolivia ya que esta inmensa masa de agua se sitúa fronteriza entre ambos países.
Es el lago navegable más alto del mundo, a él llegan muchos ríos, sólo 5 son importantes. Por el río Desaguadero haciendo gala a su nombre sale parte del agua, un 9%, hacia el lago Poopó. El resto de la pérdida se debe a la evaporación por el sol; por este mismo mecanismo el lago absorbe calor por el día y lo expulsa por la noche, lo que la hace ser un buen moderador del clima y beneficia a los habitantes de las orillas y del interior del lago.
Una lancha nos lleva a visitar a los curiosos habitantes del interior, a los hombres y mujeres de etnia uro que viven sobre islas artificiales construidas con los juncos endémicos del lago, la totora, los mismos con los que Kitín construyó su barco Uru.

ISLA FLOTANTE DE TOTORA. COMUNIDAD DE LOS UROS. LAGO TITICACA. PERU
Estos indígenas, cree el investigador Arthur Posnansky, pueden ser los más antiguos del continente americano.
Con los incas no tenían muy buenas relaciones, llegaron a sufrir esclavitud por ellos y según sus tradiciones orales se vieron obligados a huir al lago al ser perseguidos por el Inca Pachucútec.
Hace unos 500 años que perdieron su lengua original, “pukina”, ahora hablan aymara y quechua. Con los aymaras han tenido una buena relación, activo comercio e incluso matrimonios entre ambas etnias.

MUJER URO SENTADA A LAS PUERTAS DE SU VIVIENDA.
En el lago se instalaron sobre las zonas donde la totora crece más tupida creando una plataforma de juncos entrelazados sobre la que acumularon más y más capas de totora trenzada hasta llegar a una superficie compacta en la que construir la casa.
La totora es la base de mucha de sus actividades: construyen sus islas, sus barcas, sus casas, sus artesanías y, en parte, les sirve de alimento.

BARCAS DE TOTORA
Del lago obtienen parte de su dieta: los peces, las aves salvajes que capturan y la porción más blanca y tierna de la zona subacuática de la planta de totora. Con frecuencia recurren al trueque de sus productos por otro tipo de alimentos que ellos no pueden producir u obtener de otra manera. Es muy frecuente que los peces y las aves que capturan las conserven en salazón.
Existe escuela para los niños y el estado peruano les ofrece asistencia sanitaria. La organización social del grupo de islas funciona como cualquier municipio con sus representantes y sus órganos de reunión y decisión.

NIÑOS URO SOBRE SU ISLA DE TOTORA

ASPECTO DE LA UNIDAD FAMILIAR SOBRE SU ISLA FLOTANTE
La artesanía y el turismo se han convertido en medios de vida alternativos. La colonia de uros del Titicaca recibe a grupos de viajeros que quieren conocer su historia, su cultura y su forma de vida. Existe incluso una isla flotante de mayor superficie que las otras en la que han construido, también con totora, un pequeño hotel y una tienda de artesanía.
La vida de estas personas, de estas reliquias de tiempos remotos, es tremendamente dura; el número de uros que viven sobre estas islas vegetales ha ido disminuyendo, otras maneras mucho más cómodas de vivir les ha llevado fuera de las aguas del lago para buscar su destino tierra adentro.
Otro capítulo de la historia de la humanidad que poco a poco se va cerrando.
Lo que he visto me confirma la relatividad de todo lo que vivimos, sentimos, pensamos. El ser humano se adapta, no tiene otro remedio, al lugar en el que nace y a la cultura que hereda. Allí puede ser feliz, como los niños de los uros en las reducidas dimensiones de su isla vegetal, y el nivel de felicidad será el mismo que el de otro ser humano en un lugar y en otra cultura totalmente diferente. Somos muy parecidos, casi iguales.

TORMENTA SOBRE EL LAGO TITICACA. ISLAS URO.
Pregunto a los uros que nos acogen hoy: saben perfectamente quién es Kitín Muñoz.

ARTESANIA URO.
© (texto y fotos) CHUAN ORUS 2020
En algún rincón, conservo el álbum de Maravillas del Mundo. Lo buscaremos y estudiaremos en profundidad… Abrazos
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