QUE LA TIERRA TE SEA LEVE

A Tere,

In memoriam.

I

Me envuelve la noche en mi madriguera, allá donde mi búsqueda de paz se rodea de libros y recuerdos, de papeles escritos del todo o a medio escribir, de pequeños objetos traídos de decenas de países en esa vocación de Diógenes que habita mi espíritu y que aquí puedo almacenar para sentirme acompañado

de vivencias sin molestar a nadie. Por las estanterías junto a los libros, por las paredes, decenas de fotografías; momentos y rostros congelados en esa fracción de segundo en el que un gesto, una actitud, una sensación, el recuerdo de una voz, han quedado detenidas en el tiempo para siempre. Fragmentos de mi vida, personas, situaciones, paisajes.

Y los ojos de los muertos alumbrando mi vida como faros potentes en la niebla que muchos días me rodea. Tengo un pequeño espacio en el que hay varios símbolos espirituales pertenecientes a varias religiones, la mayoría oriental; en el centro, dos pequeñas fotografías de mis padres. Es un pequeño altar personal en el que siempre que estoy aquí prendo una varita de incienso quemándose lentamente. Esto, que para muchos puede resultar muy pueril, me sirve para mantener el recuerdo de mis sentimientos más profundos, mi devoción hacia aquellas personas que acompañaron mi vida, que me ayudaron, que me amaron y que un día desaparecieron de mi mundo físico pero que permanecen para siempre en mi memoria y en mi corazón. Están todas, en un rincón de este espacio aislado del mundo que es como un útero protector, y en esa pequeña columna de humo aromático va envuelto mi homenaje, mi reconocimiento y mi amor.

Leo con una emoción creciente un magnífico libro, lo último de un grandísimo escritor, Sergio Del Molino, “La Mirada de los Peces” y escucho música que me lleva en un salto gigante a tiempos pasados para situarme en una actuación en Zaragoza, posiblemente 1979, del uruguayo Daniel Viglietti del que acaba de llegar la noticia de su muerte. Recuerdo aquella noche de música simple, voz y guitarra, pero contundente en aquellos años de juventud idealista y combativa. Viglietti vivía entonces en París, exiliado (de verdad) tras salir de las feroces cárceles de la dictadura militar uruguaya. Aquelló pasó, acabaron afortunadamente el exilio y las dictaduras militares y Daniel Viglietti volvió a su Uruguay. Murió hace pocos días en Montevideo a los 78 años.

Como dice Juan Manuel Serrat, en la necrológica que sobre él escribe en El País, llega un momento en el que la lista de las personas que desaparecen de nuestra vida llega a ser insoportable o como escribía hace poco Pérez Reverte en uno de sus artículos semanales “Lo malo de vivir demasiado, o casi, es que asistes al final de muchas personas y de muchas cosas a las que da pereza sobrevivir. Tu mundo se desvanece y el paisaje se despuebla” (Perros de la Recoleta, 18-6-17).

El texto de Sergio Del Molino habla de vida y de muerte, de una persona especial, Antonio Aramayona, que decidió su propio final de manera voluntaria para apearse de la vida con dignidad. Fue objeto de un documental de Jon Sistiaga “Y al final la muerte”. Aramayona fue algo más que un exponente de la lucha por la muerte digna. Profesor de Filosofía en varios institutos de secundaria de Zaragoza fue un provocador en el aula y un combatiente en la calle. Del Molino fue alumno y amigo suyo y narra en este libro su propia adolescencia y juventud junto a este profesor tan especial como polémico.

En su libro, página 196, dibuja con mucha precisión sus sensaciones cuando iba a pescar con su padre. Los peces que capturaban los arrojaban a un cubo y allí se iban asfixiando: “Al final de la velada, media docena boqueban en el cubo. Coleteaban mientras se asfixiaban y abrían y cerraban sus branquias pidiendo que los mataran

Cierro los ojos. Pienso y escucho la voz de Viglietti que llena la noche de nostalgias: “qué lejos está mi tierra y sin embargo qué cerca…”. Hoy es, además, el aniversario de la muerte del inmenso Leonard Cohen y en esta noche de certezas y dudas, de vida y de muerte, esa imagen que describe Del Molino me lleva directamente a una habitación de hospital en la que agoniza mi amiga Tere.

Coloco otra varita de incienso pensando en ella y me quedo mirando las figuritas de bronce de Buda, el monje tibetano, la kipá judía, la cruz, las hojas de olivo…mis padres me miran, como siempre, desde sus rostros todavía jóvenes. Me gustaría tener la certeza de que el día que, como los peces de Sergio, deje de boquear y mis branquias se detengan para siempre, saldrán a buscarme por un camino azul con los brazos abiertos.

Tere agoniza después de una fulminante e inesperada enfermedad. Eso sí que es una certeza, una terrible certeza.

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II

Nos encontramos hace unos meses, un sábado a primera hora de la mañana. Yo iba a mi ocupación favorita los fines de semana, el desayuno con la prensa del día, un buen croissant y el café con leche junto con el Heraldo de Aragón y El País –soy así de contradictorio- y junto a la puerta de mi casa os encontré a los dos, tú y tu querido Alfonso con esa cara que es, que ha sido siempre, el paradigma de la bondad. Lo recuerdo bien porque además de la alegría de encontrarnos me dijiste un espontáneo “¡Qué guapo estás!”. Hacía mucho tiempo que nadie, mujer por supuesto, me lo decía y desde aquella mañana de sábado nadie, hombre o mujer, me lo ha vuelto a decir. Te disculpé la expresión exagerada, recuerdo, por las apariencias: recién salido de la ducha, pelo largo y mojado, bien peinado hacia atrás sin todavía el azote del viento zaragozano y con una buena dosis de colonia. Sobre todo eso, además de eso, el cariño que siempre me profesaste, el peso de los años que pasamos juntos trabajando, el hospital, los enfermos, los compañeros, las cenas, las Navidades, nuestras vidas en algún punto paralelas, nuestro mutuo respeto, nuestro reconocimiento. El sencillo y excelente amor de buenas personas que se dedican a vivir con normalidad dando lo mejor de lo que tienen, a veces sin esperar nada –o poco- a cambio. Porque tú como yo, pero más tú, estamos construidos con esa clase de materia que todavía valora cosas pasadas de moda. Cosas como el altruismo, el compañerismo, la dedicación, el amor hacia los demás, la solidaridad. Somos animales cada vez más extraños en la manada, afortunadamente en nuestra profesión quedamos bastantes, casi todos de la misma o parecida edad. Los jóvenes de ahora son diferentes. No digo que peores o mejores, sino diferentes. Los que somos parecidos nos reconocemos, con el olfato como los perros, con la mirada como las águilas, con la sonrisa, con la bondad, con la utopía fresca entre las manos luchando como podemos contra los burócratas, los incompetentes, los políticos, los insensatos. Y nuestras armas sólo son el amor a nuestra profesión bien entendida, que es amor a la humanidad, y nuestra dedicación que está muchas veces por encima de lo que se espera, de lo que nos obligan, de lo que piensan.

¡Tú de eso has dado tanto!

Y hoy, al comienzo de la tarde, has fallecido.

Hemos pasado la mañana mirando el wasap. Y ha llegado la noticia no menos terrible por esperada. Tere ha fallecido. Ha sido como un eco siniestro en este valle en el que estamos todos tus compañeros, todos tus amigos, en estos momentos petrificados como estatuas, dándole vueltas a ese enigma tan viejo como el hombre del sentido de la vida y de la muerte. Ese ying-yang enigmático y poderoso que gira vertiginosamente en el espíritu de los hombres desde antes de Atapuerca hasta nuestros días. La muerte dando sentido a la vida, o al revés.

Cae al final la tensión que nos ha mantenido pendientes de ti durante este poco tiempo que ha ido desde que súbitamente supimos de tu autodiagnóstico de enfermedad letal. Ahora queda el dolor de tu ausencia y el consuelo, corto, de que tu sufrimiento ha terminado.

Los que no te conocieron, o no llegaron a saber bien quién eras, nunca podrán entender cómo asumías los terribles hallazgos que aparecían en cada estudio que se te iba haciendo y de los que no solamente estabas bien enterada sino que los comentabas a los más cercanos con alucinante naturalidad. En nosotros creció una progresiva e infinita admiración hacia tu entereza, hacia tu capacidad de sacrificio, hacia tu cordura, hacia el inmenso amor a tu familia y a tus amigos.

Antonio Aramayona, como cuenta Sergio Del Molino en su libro y como narran otros en publicaciones y reportajes sobre su planificada muerte, diseñó un camino lleno de detalles para llegar al final que él mismo decidió.

Tú no diseñaste tu muerte pero sí, consciente del poco tiempo que te quedaba, lo aprovechaste para cuidar de los tuyos, de su futuro sin ti; y luchando contra el dolor, contra la incapacidad física, contra el miedo, contra todo ese ánimo que, imaginamos, destrozado, les fuiste preparando una vida en tu ausencia. A toda prisa, no había tiempo que perder, tomaste decisiones prácticas para dejarles el máximo bienestar y cuidado, recurriendo incluso a reforzar terapias muy agresivas para aguantar el tirón en momentos puntuales. Por ellos, por los demás, por tus seres más queridos.

Es frecuente el oír que las personas mueren como han vivido. Como todo lo genérico no será muy exacto, pero sí es totalmente cierto que tu historia es la de una mujer buena en el sentido más machadiano, ausente del más mínimo rasgo de egoísmo. Los médicos jóvenes del hospital, los que tuvieron el privilegio de aprender de ti, te califican de muchas y buenas cosas. Entre ellas, por frecuencia, destaca el término “maternal” porque, es cierto, los protegías con la exigencia profesional más exacta y el cuidado más protector y amoroso. Fuiste una médico brillante, con una gran inteligencia lúcida y con un pensamiento rapidísimo. Una persona sensible, con una empatía absoluta, eras capaz de derramar lágrimas –yo lo he vivido, soy testigo- al diagnosticar a un paciente un proceso especialmente grave e irreversible.

Ante tu diagnóstico, ante tu enfermedad incurable, sólo tuviste actitudes de austeridad, de estoicismo, de generosidad absoluta, de amor infinito hacia los demás, de sencillez y de humildad.

Así has muerto, preocupada incluso de que tu fallecimiento coincidiera con un fin de semana para facilitarnos el funeral y molestar lo menos posible. Increíble pero cierto.

Quizás en otra dimensión, en esa luz azul, algo o alguien permita que te hayas convertido en materia de felicidad eterna. Nadie como tu se lo merece.

Cuídanos a todos desde donde estés.

Que la tierra te sea leve, querida e inolvidable Tere.

4 pensamientos en “QUE LA TIERRA TE SEA LEVE

  1. Gracias Marta. Seguro que Tere está mucho más feliz. Una persona extraordinaria, buena a rabiar, un ser irrepetible, un ejemplo para todos. Ha sido una suerte conocerla y gozar de su compañía y amistad. Un abrazo muy grande.

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  2. Mi admirado Javier, por ti y por ella, y por todos aquellos que la quisieron siendo como la describes, no me cabe la menor duda que para las personas como ella el cielo existe, de lo contrario nuestra vida sería una broma de mal gusto. Abrazos.

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  3. Hola soy prima hermana de Mari Tere, me ha llegado por su hermana Cris este escrito. Precioso y extraordinario como la has descrito , así era ella, Gracias por estas palabras tan bonitas ,era un ser especial y yo he recibido de ella mucho cariño en los buenos y malos momentos
    D.E.P.

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