ESCRIBIR

Acabo de terminar una novela. La llamo así, novela. Cumple ese criterio de planteamiento, nudo y desenlace…y, sí, técnica y realmente es una novela. Un relato de casi 200 páginas en el que he dedicado dos años de mi vida. Algo muy íntimo y muy personal.

El proceso ha sido lento, muy laborioso, y ha finalizado tras 8 correcciones. Tengo muy claro que necesitaría alguna revisión más, pero hay que ponerle un punto final y éste ha sido el momento.

La novela, mi novela, es mala. Tiene momentos brillantes, páginas con texto bastante bueno, pero en su conjunto es mala, tirando de mala a muy mala. Por eso va a dormir el sueño de los justos en el cajón de mi escritorio, en la memoria oculta de mi ordenador.

Hace unos días, eufórico por haber terminado este proyecto y por el vino que acompañó la cena con mis buenos, fieles e incondicionales amigos – la troupe de siempre – les di noticia. Y también les dije que no podrían leer ese texto. Hasta ahí la novedad y hasta allí su vigencia.

Les explicaba que yo, autor apasionado y crítico feroz de mi obra, tímido y pudoroso, autoexigente y pretencioso, pensaba que era una mala novela. Les argumentaba que si yo les dejaba leerla no serían capaces, por todo lo que me quieren, de decirme con total sinceridad si les gustaba o no. Les pondría en un duro compromiso y en la necesidad de mentir piadosamente para no herir mi sentimiento, mi orgullo. Mal asunto.

Mi vanidad, de esta manera, queda a salvo porque siempre está la posibilidad muy remota de que no sea tan mala como creo…no recibirá críticas favorables pero tampoco despiadadas. Ni buenas ni malas. Es el premio al no arriesgar. La dejamos, pues, en el limbo de los justos.

También les contaba lo que ha sido mi existencia en estos dos años que ha durado el trabajo.

Desde que surgió la decisión de acometer el proyecto mi vida fue cambiando poco a poco. Los primeros tiempos, los de diseño y preparación de la estructura, de la construcción de los personajes, del guión maestro, fueron de ilusión y percepción de un horizonte muy alejado hacia el que iba caminando con un paso muy impreciso. Fue entonces cuando llegó el desánimo, leía lo que había escrito y no me convencía, no era la forma de expresión que yo quería. Lo más duro era borrar páginas y páginas, volver a comenzar desde el principio. Me recordaba a Jeremy Irons en la película “La Misión” arrojando aquella pesada red en la que llevaba todas sus armas y que había cargado hasta la cúspide de aquella cascada y que repetidamente caía al vacío, de nuevo hasta el fondo, para volver una y otra vez a la agotadora tarea. El mito de la piedra de Sísifo hecho real.

Me di cuenta de que no tenía que escribir para nadie sino para mí. Y a partir de ahí el texto comenzó a tomar una forma que me atraía más. Ese estilo era lo más parecido al que yo llevaba en mi cabeza. Entonces había llegado a escribir unas 40 páginas y ya era un viaje sin retorno.

En ese momento ocurrió el milagro. Los personajes tomaron vida. Perdí el control de sus vidas, de sus historias. Ellos eran los que decidían el camino y poseyendo mi cuerpo y mi mente, hablaban por mí. Yo sólo era el instrumento a través del cual se expresaban. Los diálogos, las situaciones, los desenlaces, eran los que ellos decidían; yo sólo escuchaba sus voces y las iba plasmando en la pantalla del ordenador.

Mi vida estaba entregada a convivir con una serie de hombres y mujeres, en unos paisajes y unas circunstancias especiales que iban modificando a su gusto. Soñaba con ellos, despertaba de madrugada con el diálogo que se desarrollaba en mi cabeza, seguía mi actividad diaria como si fuera un robot mientras en mi interior otras vidas bullían como el contenido de una caldera hirviente, como un volcán en trance de erupción; estaba totalmente entregado a otra forma de existencia.

Ahora, una vez que el proceso acabó, todos los personajes viven y vivirán siempre, a mi lado. Mediante la ficción los he creado y ellos han respondido aceptando la vida que les otorgué y el reto que les propuse. Jamás me abandonarán.

No soy escritor. Para mí la literatura es una manera de existir, una forma de expresión, una pasión, algo inseparable de mi vida. Pero no soy escritor.

Estos dos años de tanta intensidad han supuesto un compromiso emocional, el descubrimiento de un estado diferente, el placer absoluto de vivir y explorar un mundo mágico. Mis íntimos han soportado mis ausencias, mis insomnios, mis cambios de humor. No he podido hacer otra cosa viviendo en esa dualidad tan diferente.

Cuando a veces abro el texto al azar y leo algún pasaje me sigue llegando poderoso el calor del sol que alumbra la escena, el viento que agita los árboles, el timbre de la voz de los protagonistas, el doloroso sentimiento de una despedida o la pasión de un beso furtivo. Espero que esta sensación dure mucho tiempo o al menos hasta que pueda construir otro mundo mágico con otros seres en los que prolongar mi existencia más allá de esta pesada y a veces tediosa realidad.

Alguien dijo que cualquiera que escribe un libro es digno de respeto. Añado que cuando se escribe con pasión el resultado es lo de menos. Para mí lo trascendente es la fiebre que acompaña el trabajo de contar una historia, ser capaz de construir otros mundos y vivir más vidas que la que tengo. Es posible que algún día sea capaz de expresarlo con un lenguaje preciso, bello y personal. Entonces pensaré que puede que tenga alguna habilidad como escritor.

Pero eso, como he dicho antes, me da igual, no es lo importante.

6 pensamientos en “ESCRIBIR

  1. Enhorabuena por cerrar el proceso creativo. Pero ahora comienza el compartir la obra. En el cajón oscuro del escritorio no gana nada. La quiero leer…pero tiene que ser satisfactorio sentirla terminada, aunque uno mismo sea el critico más feroz y exigente no puede estar » retocándola » permanentemente, pues, en ese caso estaría mutando y, al final, casi daría irreconocible para el autor. En cualquier caso, enhorabuena y felicidades, por la creación. Un abrazo.

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  2. Acometer el proceso creativo de escribir un relato, es en sí mismo, un logro admirable.
    Comparto tu decisión de mantenerlo en el ostracismo, llegado el momento, o no, tu sabrás si compartirlo, o no.
    Entiendo que tus más próximos ardan en deseos de leerte, quizás también con la velada ilusión de reconocerse en algún personaje, pues está claro que la inspiración casi siempre proviene de la vida misma. Y habiendo sido testigos de la trayectoria creativa esperan al recién nacido como padres primerizos.
    Aprovecho tu experiencia, y te diré que en mi caso todavía debo saltar los primeros obstáculos para acometer semejante hazaña y superar el desaliento que produce una hoja en blanco, consecuencia del bloqueo.
    Enhorabuena,
    Un abrazo,
    Teresa.

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  3. Estoy seguro que llegará un momento en el que vuelva a revivir el texto y le dé más vueltas, cambie pocas o muchas cosas, borre, corte, lo ponga boca abajo, patas arriba o…lo deje como está. Ahora debe de permanecer en reposo.
    El folio en blanco es terrible…pero también pasajero. Si te gusta, escribe. De lo que sea…ya verás cómo van saliendo todas esas cosas que andan por ahí adentro. Y por la forma de expresarte intuyo que tienes bastante potencial. En cualquier caso disfruta haciéndolo, ése es el objetivo.
    Gracias por tu tiempo y tu interés.
    Un abrazo.

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