UNA SEMANA SANTA

Me gustan los símbolos y acumulo muchas cosas, demasiadas según mis íntimos, que carecen de valor material pero que para mí tienen un hondo significado. Son pequeños recuerdos que pertenecieron a seres queridos, objetos traídos del otro lado del mundo, cosas que rescatan emociones perdidas en el tiempo pero vivas todavía gracias a la presencia del objeto testimonial. Unas son eso, testimonio de un tiempo y un espacio, otras son símbolos con significado más o menos concreto que sólo tienen importancia para mí.

Todos los años en estas fechas me gusta llevar a mi casa una ramita de olivo, ese que reparten el día que marca para los cristianos el comienzo de la Semana Santa. Para mí es un símbolo que me recuerda la necesidad de paz para mi vida, para mi corazón, para mi espíritu. No le atribuyo más magia que la que se desata en mí cuando constantemente lo veo al entrar o salir del lugar en el que lo coloco, no irradia ninguna energía, no produce ningún efecto: es una simple y pequeña rama de olivo. El ciclo es anual y cada año desecho el antiguo y coloco el nuevo. Sólo guardo siempre una ramita que un día traje del supuesto Huerto de los Olivos de Jerusalén, es especial por su origen.

Así que el pasado domingo me acerqué a la puerta de la iglesia más cercana a mi casa y me encontré con el grupo de mendigos rumanos que habitualmente anda por ahí haciendo negocio de los montones de ramas que los curas habían depositado en la puerta, “…la voluntad… ” era el precio. Y con esa voluntad comenzaba una semana “santa” según la tradición cristiana. Unos días llenos de celebraciones religiosas y otras más folclóricas en las que las calles de las ciudades y pueblos se han visto ocupadas por hábitos coloridos, ruidos de tambores, estatuas con luz de cirios y olor a incienso.

En los tiempos del nacionalcatolicismo la España ya oscura se hacía negra. La radio sólo emitía música sacra, la televisión (cuando apareció) películas de temas religiosos, y los cines y demás lugares de entretenimiento cerraban sus puertas. Muy niño recuerdo a mi madre diciendo a su hermana, mi tía Mercedes muy joven entonces, que vivía en nuestra casa y era muy cantarina: “Mercedes no cantes que está muerto Dios!”.

Tuvieron que pasar muchos años y muchas cosas para que todo cambiase aunque ahora parte de la sociedad española sigue asistiendo a los oficios religiosos, colocándose el hábito, tomando el cirio o aporreando el tambor. Para los más nostálgicos quedan todavía espectáculos residuales como el de los legionarios cantando soy el novio de la muerte soportando en sus brazos alzados un gran crucifijo. Sólo les falta, para completar la composición la terrible figura de Millán-Astray gritando eso de “Viva la muerte!”. Pero como para todo hay gustos y sensibilidades lo que a mí me causa una sensación desagradable a otros les emociona hasta la lágrima.

A pesar de estas rémoras ahora la Semana Santa es un periodo nacional de vacaciones, la espesa mantilla se ha convertido en mono de esquí o bikini colorido, y los litros de gasolina que se consumen en las carreteras son infinitos. El aspecto religioso de las procesiones se ha mezclado, asimétricamente, con el lúdico y turístico y los cines, bares, restaurantes y hoteles hacen negocio. Aquí la religiosidad de estos días la viven cuatro. Lo demás es tradición, el “…porque siempre ha sido así…” que decía alguien en televisión y las primeras vacaciones del año.

Para mayor dramatismo estos días la sangre de Jesucristo se ha mezclado con la de los abatidos por la bestialidad absoluta y el zarpazo del odio irracional, nos ha llenado de dolor y ha colmado de interrogantes, más todavía, nuestra existencia. Imposible imaginar qué hay detrás de esas mentes que deciden morir matando. A pesar de lo que dicen expertos psiquiatras, psicólogos, sociólogos, politólogos, analistas políticos y demás entendidos en este caótico mundo, para los ciudadanos “normales” quedan cientos de incógnitas que planean sobre el mundo práctico, el de la vida y las necesidades diarias, el de las actividades más simples del día a día. Europa ahora, después del vergonzoso e ilegal comportamiento que “hemos” tenido, que “tenemos”, con los miles de refugiados que duermen sobre el barro, bajo  mantas empapadas de lluvia, llenos de frío y abrazando la desesperanza, más de uno lamiendo como perros en un rincón las heridas que los guardianes de las fronteras –no las habíamos eliminado?- les han provocado; después de constantes desacuerdos, tras incumplir -cada uno a lo suyo- pactos comunes, es el paradigma de la desunión, el club donde todos sus miembros se ciscan en el reglamento fundacional y ya más parece a un inmenso burdel que el resultado coherente de una reflexión, apoyemos el hombro y vamos a formar una gran familia, tras dos extraordinarias y cruelísimas guerras mundiales además de muchos otros acontecimientos luctuosos de conocimiento universal. No aprendemos de nuestra propia historia y esta falta de análisis nos va a pasar, de hecho ya lo hace, factura.

Cada vez más hay una separación más extensa entre la mayoría de las personas que habitamos este mundo y ese ente difuso que maneja los hilos entre la penumbra y la sombra. Porque hay muchas cosas que no se entienden, porque hay muchas historias que no encajan, porque hay muchas preguntas para las que no hay respuesta.

Por todo eso, este año más que otras veces, mi Semana Santa adquiere mayor contenido.

De la misma manera que me apetece, y le otorgo un valor que ya he explicado antes, colocar en mi casa una ramita de olivo, intento ser consciente estos días que soy algo más que una realidad biológica que habita un mundo determinado. Desconfío de organizaciones, gobiernos, partidos, sindicatos; posiblemente son necesarios, tal y como hemos des – organizado esto de vivir juntos, pero mientras no llegue un profundo cambio en las personas no habrá solución al problema común que se nos plantea.

Creo, por eso, que una manera de cambiar este mundo es la modificación de conductas personales que hagan posible que nuestra enferma sociedad evolucione antes de que el estampido cósmico nos elimine del universo.

Escribo esto desde un bellísimo lugar del Pirineo de Huesca, desde el pueblo de Ansó. La noche es absolutamente silenciosa, hay miles de estrellas en el cielo y de vez en cuando cruza por el espacio un avión dejando sus lucecitas intermitentes jugando al escondite con los puntos luminosos de los astros cósmicos. Del día ha sido testigo un sol de primavera recién nacida, hay nieve entre los árboles del bosque y más allá, hacia Francia, los picos se han vestido de blanco. Los matorrales están intensamente verdes, borrachos de clorofila, creciendo en un lujurioso desorden, obedeciendo a los mandatos de su ciclo vital escritos desde el principio de los tiempos en sus genes vegetales. El río baja bravo, el deshielo comienza poco a poco y el relajante rumor del agua pone la música de fondo al paisaje.

Aquí el tiempo está detenido, nada nuevo ocurre día a día. Salvo que alguna que otra vez se entierra a un anciano todo lo demás sigue igual. Las mismas caras, las mismas palabras, los mismos gestos, el mismo paisaje. La ocupación más habitual, para los que acudimos aquí a descansar del ajetreo ciudadano, es no hacer nada. Es un mundo apartado que posibilita el encuentro con uno mismo, que facilita el mirar hacia adentro, reflexionar, pensar.

En este lugar habitualmente pero también en otros lugares para mí el ejercicio, el significado de la Semana Santa, es buscar un pequeño espacio en el que dejar otras cuestiones y encontrarme conmigo mismo, interrogarme, intentar ser consciente de quién soy realmente y buscar la manera de modificar aspectos de mi persona que no acaban de convencerme. Nada más.

Llega ahora un tiempo de renovación, viene ya la primavera. A partir de ahora habrá más luz, la noche será más corta y el sol irá calentando cada día más. Una época perfecta para ir madurando una manera de ser y estar en el mundo, una forma que permita que palabras como ética, coherencia, solidaridad, prójimo, igualdad y justicia no sean conceptos olvidados en la noche de los tiempos. Que nada ni nadie nos impida pensar que un mundo mejor puede ser posible.

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ANSO   (HUESCA.  Foto Javier Pardo Berdún) .

 

 

 

 

3 pensamientos en “UNA SEMANA SANTA

  1. Oh Maestro! hoy un mes después, un mes después, he disfrutado su magnifica narrativa. me reprendo por no haber tenido tiempo antes, las razones son todas las enunciadas por usted. Me confieso sin aliento. Estimulado a hacer una revisión introspectiva. le invito a no detener su creación literaria, son un raro deleite en «mi mundo» Siempre le estaré esperando en «Quisquella la bella»

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