OTOÑO

Hace unos  días viajaba de Zurich a San Petersburgo. Hacía poco que había salido el sol y el avión cruzaba los Alpes. Desde mi ventanilla contemplaba un panorama fantástico. La luz de un sol recién nacido iluminaba las montañas

como un potentísimo foco sabiamente colocado en un decorado paradisíaco. Abajo, en la profundidad de los altos valles, se apelotonaban las nubes grises como grandes masas de algodón sucio y sobre ellas surgían victoriosos los picos cubiertos de nieve; los glaciares orgullosos tendían su vida inclinada y agrietada por las laderas. Paisaje majestuoso para cualquiera, soberbio y excitante para todos los que hemos vivido la montaña como una pasión, como una filosofía de vida. En un momento determinado apareció la silueta inconfundible del Cervino suizo, el Matterhorn alemán,  el precioso y emblemático pico de casi 4.500 m., posiblemente el pico más famoso de los Alpes cuya figura se repite en multitud de etiquetas comerciales y que cierra como fondo fastuoso casi todas las fotografías turísticas del pueblo alpino suizo de Zermatt.

PICO CERVINO, ALPES SUIZOS.

PICO CERVINO, ALPES SUIZOS.

Los Alpes nevados activaron ese mecanismo inconsciente del recuerdo y pasé lista a las innumerables horas de mi vida que he vivido entre montañas, también a todo lo que quise haber subido y no subí, a todo lo que quise ver y no vi, a todo por lo que quise caminar y no caminé.

Y, como ya va siendo frecuente en estos últimos años de vida, volví a sentir mi ánimo en una delicada frontera, la que separa el verano y el comienzo del otoño de mi existencia.

Pensé también que si el Airbus no se estrellaba, si no ocurría nada imprevisto tanto en mi cuerpo como en mi camino, todavía a mis años (62) podía dar bastante guerra. Pero había cosas a las que irremediablemente habría que renunciar. Enumeré muchas.

Creo que la nostalgia es una caricia necesaria, un sentimiento que provoca una agradable tristeza, que decora sentimentalmente los recuerdos y nos prolonga el amor a lo que un día tuvimos y después perdimos para siempre. La nostalgia nos lleva momentáneamente hacia atrás en la vida, retrocede el reloj de la existencia pero no necesariamente implica sufrimiento; más bien hace revivir sentimientos alegres y acertadamente manejada posibilita disfrutar de ellos siempre y cuando no empuje al pozo de la tristeza por su pérdida.

BOSQUE OTOÑAL ANSO, HUESCA.

BOSQUE OTOÑAL, ANSO (HUESCA) (Fotografía J. Pardo Berdún)

Hay personas que miran hacia adelante y arrojan a la cisterna magna todo el pasado, olvidan con facilidad y si no lo hacen les da igual  ignorar la historia de su propia existencia. Otros, posiblemente por insatisfechos o por especialmente ambiciosos, tendemos a mirar con frecuencia el camino recorrido y nos sumergirnos en el río de la melancolía; nos gusta vivir hacia adentro, repasar nuestra existencia y sacar de su encierro rostros, nombres, voces, imágenes, textos y escenas.

Días antes de emprender el viaje había recibido la feliz noticia del incipiente embarazo de mi hija. La buena nueva también tenía una importante consecuencia para mí: pasaba de padre a abuelo. La vida, mi vida, había transcurrido con vertiginosa rapidez y aquí estaba aturdido y feliz por esta nueva etiqueta que se colocaba sobre mi persona.

Sobre aquellas montañas, volando sobre la convulsa Europa para vivir unos días conociendo una sociedad diferente, reflexionando sobre qué estaba pasando ahora mismo en mi vida, me sentí con sensación de fatiga, de cansancio. Casi viejo y gastado.

La vida, mi vida, había pasado en un segundo y me encontraba mirándome al espejo viendo mi piel un tanto cuarteada, mis cabellos grises rodeando una pequeña calvicie y, entre otras cosas,  los huesos comenzaban a doler de vez en cuando y ya no aguantaba esas noches de charla y copas hasta las tantas.

VALLE DE BUJARUELO (HUESCA)

VALLE DE BUJARUELO (HUESCA) (Foto J. Pardo Berdún)

Por estos y otros asuntos  sentía una sensación rasposa en el fondo del alma. Ya lo sabía, (cómo no lo voy a saber!)  todo indicaba – y no era nuevo-  el comienzo de mi otoño.

Curiosamente el otoño ha sido mi estación favorita. En nuestra latitud los días todavía son largos y luminosos con crepúsculos muy bellos. Los cielos grises, con alguna que otra lluvia, nos hacen felices a los melancólicos de espíritu celta. En los bosques hay una exaltación de color que da muchos momentos  de admirar embobado los matices verdes, dorados y rojos. El frío y la humedad son moderados y abrigarse ligeramente produce una sensación placentera. Si además hay una chimenea en la que arden los leños mientras la luz se escapa, con buena compañía y una copa de vino, el placer puede ser máximo.  Comienza entonces la época, realmente otra más,  de reunirse con los mejores amigos en una mesa disfrutando de una comida como excusa de una tertulia larga y feliz. Las tardes invitan a la quietud y a la lectura.

Pero ese otoño es, pensaba, distinto al otro. No poder subir ya al Cervino, o a otro humilde pico pirenáico, ver cómo cambia (para peor) la piel, el cabello, la fuerza, el entusiasmo, el brillo de la mirada, la apuesta inconsciente, la emoción exaltada, todas aquellas cosas que caracterizaban la  juventud despreocupada, marca el inicio de la cuesta abajo hacia un horizonte que cada día se percibe más cercano.

En ese momento comienza a repetirse el recuento las cosas que hicieron mal, las que no se hicieron, las que se podían haber hecho mejor. Las sensaciones perdidas, agotadas, que se recuerdan pero que ya no volverán. Los retos vitales que están ahí pero que ya se es incapaz de asumir.

Ya no hay otra oportunidad, nada vuelve ni se repite:  Game Over!

Me enderezo incómodo en mi asiento: no hay que conceder más fuerza a la nostalgia que la estrictamente necesaria para servir como caricia y estímulo. Por ello, consciente de que el otoño está entrando en mi vida, consciente de las limitaciones que se van produciendo, consciente de que el otoño es largo y es la antesala del invierno, miro hacia adelante y veo otro horizonte. Además no hay otro.

La belleza ahora se va a posar en el envoltorio polícromo que se irá desprendiendo, en la sabia savia que alimentará los ocultos caminos por los que más lentamente, es cierto, caminarán las justas palabras, el certero conocimiento, el denso sedimento de la cultura acumulada con la experiencia año tras año, la mirada crítica, el hablar pausado y exacto. Cambian las características, seguimos siendo porque desde la cuna hemos ido evolucionando día tras día,  porque somos otros en cada segundo.

OTOÑO, ANSO (HUESCA)

OTOÑO, ANSO (HUESCA) (Foto J. Pardo Berdún)

La conclusión, ahora, es que seremos, somos,  un producto destilado para degustar a pequeños sorbos, sólo para paladares exquisitos, indigestos para los vulgares.

Si llega,  vendrá luego el invierno. En un rincón al sol junto a los viejos lagartos dejaremos que el calor encienda la memoria, que los huesos reposen y esperen tranquilos el último viaje. Porque será el último, no habrá, como no hubo otra primavera ni otro otoño, otro invierno. Por eso hay que cerrar historias, acabar lo pendiente, preparar el brevísimo equipaje, tirar lo innecesario –es decir, casi todo-, soñar que fuimos, o que pudimos ser felices, y lograr un pacto sosegado con la muerte.

Pero eso, si es posible, aún tardará en llegar…

OTOÑO

Escribe biografías polícromas

entre nubes opacas

y destellos de luz fría y distante.

Acunado por el eco de agua despeñada

se van muriendo en rojas agonías,

en suspiros audaces y amarillos,

que desnudan las ramas blanquecinas.

Alfombra el suelo una tupida sangre,

una blanda humedad de coaguladas hojas,

un mullido pisar silencioso y sereno

de seres diminutos.

Breve el corazón

sin dejar su fatigoso latido necesario,

va preparando el viaje.

(J. Pardo Berdún, de “Cuaderno de los Otoños”)

BOSQUE EN ANSO (HUESCA)

OTOÑO, BOSQUE EN ANSO (HUESCA) (Fotografía J Pardo Berdún)

6 pensamientos en “OTOÑO

  1. Espectacular, emotivo, conmovedor, entrañable y sensible articulo que has escrito.
    Ya me gustaría a mi saber escribir como tú. Comparto contigo esas sensaciones que describes.
    Y te doy la enhorabuena por lo escrito y sobre todo por tu próxima «abuelidad»
    Un fuerte abrazo
    Antonio

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  2. Gracias querido Antonio por tus comentarios, por tus elogios, por tus buenos deseos…Espero ya con ganas la aparición de tu blog, sé que tienes muchas cosas que decir y que sabas perfectamente cómo expresarlas, anímate y ponte a ello.
    Un abrazo grande y fuerte.

    Javier

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  3. Muy entrañable, Javier. Otoñal y que invita acercarse al hogar y sencillamente pensar viendo el fuego. Me ha gustado.

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  4. Gracias hermano. Sí, es buen tiempo para sentarnos en la cadiera, atizar la chaminera y pasar el porrón escuchando a los viejos contar sus historias…tiempo de reflexión tranquila, de reposo y memoria. Un abrazo muy grande.

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  5. Preciosa fotos Javier ! Enhorabuena por tu ascenso en el escalafon de la vida!. Todos los abuelos jóvenes estan encantados. un abrazo

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  6. Gracias Virginia…estoy contento por ver feliz a mi hija y por ser testigo del crecimiento del amor en en mundo que es un poco lo que significa ser «abuelo». Un abrazo.

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